Cuando tu parque es otro muro de pago
El turismo masivo hace creer que algunos lugares emblem¨¢ticos, como el Park G¨¹ell, ya son imposibles de visitar
Me entristece la idea de no poder pasear tranquila. Aunque s¨¦ c¨®mo es el mundo en el que vivo y acato sus reglas, me inquieta la facilidad con la que he normalizado que la experiencia, virtual o anal¨®gica, est¨¦ asediada por muros, paredes invisibles o de pago que nos acotan el camino.
S¨¦ que si ahora ando por internet no ser¨¢ como cuando me conectaba con los pitidos del router en casa de mis padres a principios de los 2000, cuando transitaba sin l¨ªmites ni fronteras en el modelo peer 2 peer con acceso a todo lo que mi mente pod¨ªa imaginar y teclear. En una casa sin libros heredados ni capital cultural acumulado, aquella ventana a todo el conocimiento registrado fue el descubrimiento a un portal m¨¢gico en el que todo pod¨ªa pasar. Envenenada por la perversi¨®n traicionera de la nostalgia, he romantizado err¨®neamente los d¨ªas de un supuesto internet bueno que nunca existi¨® en realidad, aquellos en los que las webs eran m¨¢s feas pero m¨¢s funcionales y ¨²tiles. Cada ma?ana, me cansa m¨¢s abrir alguna de mis redes y transitar por un espacio ca¨®tico y ruidoso, embarullado de hilos absurdos que nunca ped¨ª ver y que secuestran mi atenci¨®n a cada golpe de pulgar. A veces se me olvida, pero s¨¦ que otra forma de censura es todo ese exceso de contenido banal, como cuando me pas¨¦ un d¨ªa entero invadida por los memes sugeridos de la gala del MET mientras miles de enfermos y refugiados estaban bloqueados en el paso de Rafah, en la frontera de Gaza.
Eso no implica que est¨¦ en contra de pagar por el trabajo de los dem¨¢s. Entiendo la necesidad de ciertos muros de pago para la supervivencia de los creadores, pero me irrita saber que lo hago en un escenario en el que ya no se compite por crear un espacio tecnol¨®gico que vaya a mejor, sino por consolidar el monopolio y eliminar la competencia. Miedo me da calcular el n¨²mero de suscripciones mensuales que abono religiosamente en newsletters, plataformas de streaming o peri¨®dicos y revistas. Ese es el jard¨ªn que, como explic¨® Delia Rodr¨ªguez en una de sus columnas, cultivo feliz. Poseo un cachito de la Red en el que decido qu¨¦ contemplar sin que nadie me increpe. Construirme este jard¨ªn vallado frente a todo ese ruido t¨®xico, un oasis para reflexionar con calma en mi zona de confort, tiene un precio que no est¨¢ al alcance de todos: lo pago.
As¨ª como existe el muro de pago en internet para acotar espacios virtuales en los que los privilegiados podemos liberarnos de la intoxicaci¨®n y el ruido, el ge¨®grafo y pensador franc¨¦s Guy Di M¨¦o denomina ¡°muros invisibles¡± a las ¡°barreras mentales¡± que mantienen determinados lugares fuera del imaginario de sus ciudadanos. Para las personas que vivimos en Barcelona, el Park G¨¹ell es uno de ellos. Ya no se hace vida all¨ª desde que Xavier Trias lo privatiz¨® y se lo entreg¨® a los turistas en 2013. Yo misma lo rodeo cada fin de semana cuando paseo con mi perrita por las pistas de tierra (p¨²blicas y gratuitas) que lo circundan hasta llegar al mirador de Joan Sales. La semana pasada, mientras el hombre m¨¢s rico del mundo organizaba un desfile de lujo y la polic¨ªa reprim¨ªa a los vecinos cansados de no poder cultivar recuerdos en ese parque, en X se suced¨ªan mensajes clasistas frente a quienes s¨ª quieren construir memoria colectiva celebrando fiestas de cumplea?os con mesas plegables (?sin pagar!) en la playa de Badalona.
A las vecinas de las ciudades turistificadas nos entristecen, pero ya no nos sorprenden, todas estas noticias que estamos leyendo a prop¨®sito de todos esos eventos dignos de negritas en la cr¨®nica social que levantan nuevas barreras invisibles. Por eso me re¨ª, por no llorar, cuando vi este titular en El Peri¨®dico: ¡°Copa Am¨¦rica de vela: gratis desde la playa¡±. ?Sonr¨ªe, mujer, que en ese paseo te libras de otro muro de pago!