Al otro lado de qu¨¦
Conservo un sill¨®n de orejas en el que muri¨® un amigo mientras le¨ªa las ¡®Memorias de ultratumba¡¯, de Chateaubriand, que dej¨® a medias
Conservo un sill¨®n de orejas en el que muri¨® un amigo mientras le¨ªa las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, que dej¨® a medias. Su esposa volvi¨® a casarse a los dos a?os de enviudar y su nuevo marido cogi¨® la costumbre de dar una cabezada, despu¨¦s de comer, en el sill¨®n del difunto. A la pobre mujer le impresionaba verlo dormido en el mismo sitio en el que hab¨ªa visto muerto al anterior, as¨ª que decidi¨® deshacerse del mueble, que acab¨® en mi casa. Durante un tiempo, daba un rodeo al pa...
Conservo un sill¨®n de orejas en el que muri¨® un amigo mientras le¨ªa las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, que dej¨® a medias. Su esposa volvi¨® a casarse a los dos a?os de enviudar y su nuevo marido cogi¨® la costumbre de dar una cabezada, despu¨¦s de comer, en el sill¨®n del difunto. A la pobre mujer le impresionaba verlo dormido en el mismo sitio en el que hab¨ªa visto muerto al anterior, as¨ª que decidi¨® deshacerse del mueble, que acab¨® en mi casa. Durante un tiempo, daba un rodeo al pasar cerca de ¨¦l, pero un d¨ªa me arm¨¦ de valor y lo ocup¨¦, por si suced¨ªa algo. Permanec¨ª all¨ª un cuarto de hora, con los ojos cerrados, pensando en esto y en aquello y not¨¦, al levantarme, un relajamiento extra?o, una paz (solicito disculpas por la exageraci¨®n) que no parec¨ªa de este mundo. Luego me prepar¨¦ un caf¨¦ y estuve contemplando las formas del sill¨®n a un metro de distancia. Era feo, aunque de una fealdad, digamos, acogedora.
Adquir¨ª enseguida la costumbre de pasar parte de las tardes en ¨¦l, generalmente con los ojos cerrados, haci¨¦ndome la ilusi¨®n de viajar al pasado, donde reviv¨ªa escenas compartidas con el amigo fallecido. Un d¨ªa empec¨¦ a leer las Memorias de ultratumba en el lugar donde ¨¦l las hab¨ªa dejado. Al principio, las le¨ªa m¨¢s para ¨¦l que para m¨ª, por si me pudiera escuchar, pero enseguida logr¨¦ que me atraparan, como si contaran mi vida, que nada ten¨ªa que ver con la del autor franc¨¦s. Mis intentos anteriores de enfrentarme a este cl¨¢sico hab¨ªan fracasado porque me impacientaba la morosidad de su prosa que ahora, sin embargo, me resultaba ligera. Curiosamente, Chateaubriand empez¨® a escribirlo a la misma edad en la que yo empec¨¦ a sentarme en el sill¨®n del muerto.
Ha ocurrido algo, en fin, entre ese mueble y yo, algo que es a la vez siniestro y luminoso. Al acomodarme en ¨¦l, siento que me traslado al otro lado, o quiz¨¢ a un otro lado. Pero a un otro lado de qu¨¦. Tal es lo que me pregunto.