Un suceso extraordinario
Todos ¨ªbamos dentro de un veh¨ªculo menos ella, que iba dentro de un libro
Hoy le ced¨ª el asiento en el metro a una chica. No a una chica con problemas de movilidad, sino a una chica en perfecto estado de salud que se sent¨® pr¨¢cticamente sin mirarme. ?Por qu¨¦ lo hice? Porque iba leyendo de pie, con problemas de equilibrio, Madame Bovary. Supuse que era la ¨²nica joven del mundo que en esos instantes le¨ªa en el metro a Flaubert. De hecho, hice un repaso mental a toda la red subterr¨¢nea de Nueva York y a toda la de Par¨ªs y a toda la de Berl¨ªn y a toda la de Londres (tengo esa facultad: la de adivinar a distancia qu¨¦ pasa en las redes de metro) y no descubr¨ª a nin...
Hoy le ced¨ª el asiento en el metro a una chica. No a una chica con problemas de movilidad, sino a una chica en perfecto estado de salud que se sent¨® pr¨¢cticamente sin mirarme. ?Por qu¨¦ lo hice? Porque iba leyendo de pie, con problemas de equilibrio, Madame Bovary. Supuse que era la ¨²nica joven del mundo que en esos instantes le¨ªa en el metro a Flaubert. De hecho, hice un repaso mental a toda la red subterr¨¢nea de Nueva York y a toda la de Par¨ªs y a toda la de Berl¨ªn y a toda la de Londres (tengo esa facultad: la de adivinar a distancia qu¨¦ pasa en las redes de metro) y no descubr¨ª a ning¨²n adolescente con ese libro entre las manos, tampoco a ninguna persona mayor, para decirlo todo. Me pareci¨® una singularidad que se merec¨ªa un gesto como el m¨ªo. La extra?a lectora ni siquiera se hab¨ªa dado cuenta de que quien le ced¨ªa el asiento era un viejo. Iba tan embobada o embebida en la lectura que se limit¨® a musitar un ¡°gracias¡± casi inaudible antes de sentarse.
Yo di unos pasos hacia atr¨¢s para evitar las miradas de las que est¨¢bamos siendo objeto y desde all¨ª continu¨¦ observ¨¢ndola. ?Ah, Flaubert, Flaubert! ?Cu¨¢nto tiempo sin recaer en ¨¦l! En esto, la chica cerr¨® el volumen y permaneci¨® ensimismada unos instantes. Miraba sin ver hasta que algo se despert¨® en su interior. Entonces volvi¨® los ojos, repar¨® en mi presencia e hizo el gesto de cederme el asiento. Yo negu¨¦ con la cabeza, pero ella insisti¨® y no tuve otro remedio que aceptarlo. Acababa de dar la vuelta al mundo para volver al mismo sitio.
La muchacha continu¨® la lectura del volumen en el pasillo del vag¨®n, sosteni¨¦ndolo con una mano mientras se sujetaba a la barra con la otra. Al poco, estaba completamente sumergida de nuevo en ese texto extraordinario. Todos ¨ªbamos dentro de un veh¨ªculo menos ella, que iba dentro de un libro. Yo he llegado a todas partes dentro de un libro, pero a veces lo olvido y me empe?o en llegar de otros modos.