Padres nuestros que est¨¢is en los cielos
Una sociedad que contempla las flaquezas y errores de quienes les preceden y los acepta es una sociedad mejor pertrechada contra los demagogos y los patriotas
Matar al padre siempre fue una afici¨®n de hijos crecederos. Sin ella, los escritores de tragedias no habr¨ªan tenido material de trabajo. Los hijos llevan matando a los padres desde que existen los padres, pero el homicidio no se convirti¨® en mandato generacional hasta que los del Mayo del 68 se liaron a adoquinazos. Desde entonces, a los pobres padres nos les ha quedado otra que recibir estopa, de las canciones de los Rolling Stones al OK Boomer.
La literatura antipadres ha tenido un prestigio l¨®gico, con esa Carta al padre de Kafka como texto sagrado para quienes echan la...
Matar al padre siempre fue una afici¨®n de hijos crecederos. Sin ella, los escritores de tragedias no habr¨ªan tenido material de trabajo. Los hijos llevan matando a los padres desde que existen los padres, pero el homicidio no se convirti¨® en mandato generacional hasta que los del Mayo del 68 se liaron a adoquinazos. Desde entonces, a los pobres padres nos les ha quedado otra que recibir estopa, de las canciones de los Rolling Stones al OK Boomer.
La literatura antipadres ha tenido un prestigio l¨®gico, con esa Carta al padre de Kafka como texto sagrado para quienes echan la culpa de sus defectos a pap¨¢. En consecuencia, la literatura propadres cotizaba bajito en el mercado art¨ªstico, sobre todo desde que Tolst¨®i sentenci¨®, falaz, que todas las familias felices se parecen, como si esos parecidos las hiciesen menos dignas, ins¨ªpidas, inenarrables.
He le¨ªdo seguidas dos novedades literarias que son cartas de amor a un padre muerto: El secreto de Marcial (premio Nadal), de Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz (¡°el Bueno¡±, apostillamos los amigos, para distinguirlo del exministro), y Lo que permanece, de Margarita Leoz. Cada uno, a su manera, vindican la figura de unos padres currantes, aparentemente sencillos, amorosos con reparos y muy representativos de sus generaciones respectivas: los emigrantes asturianos de posguerra, en el caso de Fern¨¢ndez D¨ªaz; la clase media navarra del desarrollismo, en el de Leoz.
Ambos libros son excelentes, con ¡°ese soplo err¨¢tico y profundo de los hechos ciertos relatados sin guion ni pudor ni maquillaje¡±, como dice Fern¨¢ndez D¨ªaz, y m¨¢s all¨¢ de sus m¨¦ritos, parecen peque?as luces de cambio. La literatura suele avanzar, de forma inconsciente, lo que m¨¢s tarde se normaliza en la sociedad. ?Y si matar al padre ya no es un mandato categ¨®rico? ?Y si los nuevos tiempos exigen una mirada compasiva, libre de vitriolo y venganzas?
He escrito en muchos sitios que mi generaci¨®n ha sido pol¨ªticamente injusta con los reproches a sus padres. No ha sido la ¨²nica en comportarse as¨ª, pero s¨ª de las m¨¢s melodram¨¢ticas. Poco a poco, percibo un cambio de actitud. Se abre paso un intento de comprensi¨®n del que estos dos libros seguramente sean vanguardia. Una sociedad que contempla las flaquezas y errores de sus padres, y en vez de montarles un juicio popular o perdonarlos cristianamente, se decide por aceptarlos tal cual fueron, sin moralejas, es una sociedad mejor pertrechada contra los demagogos y los patriotas. Alguien que comprende qui¨¦n fue su padre a ras de suelo, sin subirlo a un pat¨ªbulo ni a un pedestal, dif¨ªcilmente caer¨¢ en la seducci¨®n del resentimiento.