?rboles que sostienen a las mujeres masai
Esta es la historia de Saing¡¯orie Sangau, que consigui¨® estudiar y, tras licenciarse, encamin¨® su vida profesional a crear un programa para erradicar la pobreza y empoderar a las mujeres de su etnia en su comunidad de Lendikinya, en Tanzania
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Saing¡¯orie Sangau sabe bien lo que supone nacer en un lugar donde no hay nada. ?l vino al mundo en Lendikinya, una aldea masai del distrito de Monduli, situado en la regi¨®n de Arusha, en el noroeste de Tanzania. Su madre era la menor de las 14 esposas de su padre, un hombre que la golpeaba. Su familia era pobre, una de esas que engrosa la estad¨ªstica que afirma que la mitad de la poblaci¨®n tanzana, una naci¨®n con unos 58 millones de habitantes, vive con menos de dos d¨®lares al d¨ªa. ¡°De muy peque?o me fui con mis abuelos. Era la ¨²nica forma que ten¨ªa de ir a la escuela primaria. Ellos eran de un pueblo que se llama Lashaine. Yo ten¨ªa que andar 16 kil¨®metros para llegar al colegio, pero me merec¨ªa la pena¡±, cuenta Sangau.
Como Lendikinya, Lashaine era (y es) un pueblo dedicado ¨ªntegramente al pastoreo y la agricultura. Y, como esos dos lugares, tambi¨¦n el 80% del pa¨ªs, que hace de la segunda de estas actividades su principal y ¨²nica v¨ªa de ganarse la vida. Sangau creci¨®, por tanto, en un ambiente rural y agr¨ªcola y comprob¨® desde peque?o que su gente necesita lo que da la tierra para ganarse la vida. Resulta incluso m¨¢s vital en el caso de los masais, un pueblo que se ha caracterizado por su resistencia a la educaci¨®n tradicional, lo que dificulta su acceso a la universidad y a puestos de trabajos m¨¢s c¨®modos y mejor remunerados. Con todo, Sangau tuvo suerte. Fue la excepci¨®n que confirma la regla. ?l lo recuerda as¨ª: ¡°No ten¨ªa ni luz en casa para estudiar. Pero cuando me gradu¨¦ en la escuela primaria, vi en el tabl¨®n un anuncio de unas becas que ofertaba la IEFT (Indigeneous Education Foundation of Tanzania, una organizaci¨®n que ofrece oportunidad de estudiar a ni?os y adolescentes en Monduli). Me present¨¦, me hicieron una entrevista y me seleccionaron. Tuve suerte; cogieron a 40 de 400¡±.
Para entonces, ya hab¨ªa perdido a su padre, su madre ten¨ªa que malvivir con apenas unos c¨¦ntimos de euro al d¨ªa y ve¨ªa c¨®mo sus dos hermanas mayores quemaban etapas vitales que se parec¨ªan demasiado a la de casi todas las mujeres de su pueblo. Casarse j¨®venes primero, quiz¨¢s con un hombre con m¨¢s esposas, y despu¨¦s tener hijos y dedicarse exclusivamente a labores del hogar y a una econom¨ªa agr¨ªcola casi de subsistencia. ¡°En el colegio, empec¨¦ a preocuparme m¨¢s por mi futuro y el de mi familia. Quer¨ªa ayudar a mis hermanas peque?as a no tener una vida tan horrible¡±, afirma Sangau, que se convirti¨® en uno de los mejores alumnos de su escuela. Tanto, que incluso lo eligieron en su antepen¨²ltimo curso de educaci¨®n secundaria para un programa de intercambio cultural en Boston, Estados Unidos. ¡°Estuve 10 semanas all¨ª y pude aprender mucho. Cuando regres¨¦, decid¨ª que lo m¨ªo era seguir estudiando¡±.
Dicho y hecho. Al acabar la secundaria, y tras los tres meses de servicio militar obligatorios, Sangau pudo matricularse en la universidad de Dar es-Salaam (la ciudad econ¨®micamente m¨¢s potente del pa¨ªs) para estudiar durante tres a?os una licenciatura en Ciencias Agr¨ªcolas. ¡°La agricultura era la mejor forma de mejorar la vida de la gente de mi comunidad. Adem¨¢s, esa carrera puede abrirte muchas puertas aqu¨ª. Tienes la opci¨®n de especializarte en fertilizantes, en producci¨®n org¨¢nica¡¡±, cuenta. Fue la ¨¦poca en la que comenz¨® a comprender y a profundizar en el principal problema (y tambi¨¦n a pensar en soluciones) que presenta la tierra que ¨¦l habita: la deforestaci¨®n.
Los bosques tanzanos se ven mermados en m¨¢s de 480.000 hect¨¢reas al a?o, lo que eleva su tasa de deforestaci¨®n al 1%, justo el doble de la tasa mundial anual
La explosi¨®n demogr¨¢fica experimentada en Tanzania, que ha visto c¨®mo su poblaci¨®n ha pasado de los casi 11 millones de personas en 1960 a los m¨¢s de 58 millones actuales, ha provocado tambi¨¦n una tala indiscriminada de ¨¢rboles para diversas utilidades, entre las que destaca la fabricaci¨®n de carb¨®n vegetal, necesarios en las cocinas de tantas casas. De hecho, los bosques tanzanos se ven mermados en m¨¢s de 480.000 hect¨¢reas al a?o, lo que eleva su tasa de deforestaci¨®n al 1% (justo el doble de la tasa mundial anual, anclada en el 0,5%).
En los ¨²ltimos 30 a?os, este pa¨ªs africano ha perdido m¨¢s de 10 millones de hect¨¢reas de masa forestal y hay voces que lo sit¨²an a la cabeza de naciones con mayor tasa de deforestaci¨®n del mundo. A?ade Sangau: ¡°La gente tambi¨¦n necesita cortar madera para hacer casas y patios. Y est¨¢n los animales, como las cabras, muy destructivas para la vegetaci¨®n. Y otra dificultad grande que encontramos es la sequ¨ªa, la falta de agua. Eso lo complica todo¡±.
Con todos estos precedentes, cuando el masai Saing¡¯orie Sangau se licenci¨® hace ahora un lustro, decidi¨® encaminar su vida profesional a crear un programa que le permitiera utilizar esos conocimientos adquiridos en la facultad con la posibilidad de erradicar la pobreza en su comunidad de Lendikinya. Y as¨ª naci¨® Women¡¯s Agri-Enviro Vision (Waev), una ONG local que utiliza la plantaci¨®n de ¨¢rboles y la germinaci¨®n de semillas que puedan generar riqueza para empoderar a mujeres masai, como la propia madre de Sangau, all¨ª donde precisamente todo se complica mucho m¨¢s.
Ser mujer masai, dif¨ªcil cuesti¨®n
Como en otros lugares del mundo, las mujeres encuentran en Tanzania m¨¢s problemas que los hombres y muchas menos soluciones. Para muestra, un bot¨®n: pese a que el 80% de los tanzanos se dedica a la agricultura, Naciones Unidas estima que solo el 19% de la tierra en el pa¨ªs les pertenece a ellas. Esta diferencia (y tambi¨¦n otros factores como el alto ¨ªndice de matrimonio infantil, con el 31% de las j¨®venes casadas antes de cumplir los 18, o la ley gubernamental que impide a las ni?as acudir al colegio despu¨¦s de la boda o tras haberse convertido en madre) hace que, mientras que los varones obtienen aqu¨ª algo m¨¢s de 3.000 d¨®lares brutos (2.500 euros) por c¨¢pita al a?o, las mujeres apenas llegan a los 2.300 d¨®lares (unos 1.900 euros).
Y si ya resulta dif¨ªcil nacer mujer en un lugar tan poco favorable para ello, hacerlo en el seno del pueblo masai (compuesto por unas 880.000 personas repartidas entre el norte de Tanzania y el sur de la vecina Kenia) lo complica m¨¢s. Los masais se rigen por un sistema tradicional donde el hombre se erige como l¨ªder de la comunidad y de la familia y, la mujer, sin pr¨¢cticamente representaci¨®n social, se limita al cuidado de los hijos y a las tareas del hogar. Las partes m¨¢s sombr¨ªas de algunas tradiciones tambi¨¦n se ceban aqu¨ª con ellas. Un ejemplo: pese a que, seg¨²n Unicef, la mutilaci¨®n genital afecta a un 15% de la poblaci¨®n femenina en el pa¨ªs, este porcentaje se sit¨²a casi siempre por encima del 50% en los territorios septentrionales, los habitados por esta etnia.
Nemburis, de algo menos de 30 a?os y cabeza afeitada, es una de esas mujeres masai que vive en Lendikinya. Hoy, una soleada tarde en la que la estaci¨®n de lluvias ha dado un respiro, ha acudido a una reuni¨®n de mujeres de su manyatta, nombre que reciben los asentamientos de esta etnia, compuestos por chozas fabricadas con ramas y algunas, las m¨¢s, con un patio empalizado incluido para cercar el ganado. Sentadas bajo la sombra de una acacia africana, su prop¨®sito, y tambi¨¦n el de todas las dem¨¢s, es discutir sobre los asuntos que les afectan a ellas y a sus hijos. Y, entre estas materias, quieren evaluar c¨®mo van los nuevos negocios que algunas han abierto hace poco tiempo gracias a Waev, esa organizaci¨®n que las convenci¨® hace ahora unos meses de plantar 20 ¨¢rboles cada una.
¡°Lo vimos, lo hablamos entre nosotras y decidimos mandar una carta para ver si pod¨ªamos participar. Yo, en particular, tengo ahora tres hijos, 25 plantas que cuidar y una peque?a tienda donde vendo jud¨ªas y ma¨ªz y, cuando la demanda de estos productos es baja, tambi¨¦n az¨²car¡±, a?ade Nemburis. Habla as¨ª del proyecto que est¨¢n llevado a cabo con el apoyo de Waev. Saing¡¯orie Sangau lo explica de este modo: ¡°Buscamos que grupos de unas 30 mujeres se organicen y, en una primera tanda, a cada una le corresponden 25 ¨¢rboles. Todas especies aut¨®ctonas o frutales. Ellas deben vigilarlos los primeros meses, durante la temporada de lluvias. Si consiguen conservar al menos 10, a la siguiente estaci¨®n mojada les damos otros 25. Y as¨ª durante meses. Cuando alguien est¨¢ capacitado para mantener vivos estos ¨¢rboles durante un periodo prolongado de tiempo, demuestra que se preocupa por ellos y que puede pasar al programa de microcr¨¦ditos, lo que le permite abrir su propio negocio¡±.
Sangau remarca la doble vertiente del programa. Por un lado, ayuda a que cientos de ¨¢rboles florezcan en un territorio que sufre una deforestaci¨®n rese?able. Por otro, consigue que mujeres como Nemburis abran negocios en unas condiciones favorables. O como Lea, m¨¢s mayor y con m¨¢s hijos que Nemburis, pero igual de capacitada para sacar adelante su peque?a empresa. ¡°Yo vendo aceite para cocinar. Compro en grandes cantidades y despu¨¦s voy casa por casa vendi¨¦ndolo. De momento no va mal; as¨ª no tenemos que ir al mercado a por ¨¦l¡±, dice.
Con todo, las mujeres masai de Lendikinya todav¨ªa dicen encontrarse lejos de llevar una vida f¨¢cil y c¨®moda. Habla Lea: ¡°Lo peor es lo del agua. Cuando no llueve el arroyo se seca y debemos andar durante horas con un cubo en la cabeza para traerla a nuestras casas. Muchas familias ni siquiera tenemos un burro para transportarla¡±, dice. Y hay datos que avalan sus quejas. La ONG Water.org afirma que cuatro millones de personas en Tanzania carecen de acceso a una fuente mejorada de agua potable y que 30 millones ni siquiera pueden disfrutar de un saneamiento digno. Y tambi¨¦n mencionan Lea, Nemburis y sus compa?eras otros problemas cotidianos como el mal estado de los caminos que conectan su pueblo con n¨²cleos urbanos m¨¢s grandes hasta donde necesitan ir para proveerse de alimentos y otros utensilios b¨¢sicos.
El 80% de la poblaci¨®n del pa¨ªs vive de la agricultura, pero solo el 19% de la tierra pertenece a las mujeres
Waev ha conseguido que unas 145 mujeres se organicen en seis grupos para acceder al programa de microcr¨¦ditos. Aunque todav¨ªa muchas est¨¢n en la primera fase, la de plantaci¨®n de la primera tanda, hasta 40 de ellas han puesto ya su peque?o negocio (de lo m¨¢s diversos, incluso una, cuenta Sangau, ha abierto un peque?o restaurante donde vende pancakes y otros dulces) y han podido usar los beneficios para comprar comida en estos tiempos de crisis del coronavirus, para pagar los uniformes de los colegios de sus hijos y para un largo etc¨¦tera. Adem¨¢s, los pueblos masai de los alrededores de Monduli cuentan tambi¨¦n con casi 5.000 nuevos ¨¢rboles m¨¢s en los ¨²ltimos dos a?os. Y ambas cifras, la de las beneficiarias y la de las plantas, ir¨¢n a m¨¢s en tiempos futuros. Concluye Sangau: ¡°A mi madre, al principio, le di 20 ¨¢rboles y, de esos, conserva 12 con ¨¦xito. Es solo un ejemplo. Espero que con ellos podremos solventar, poco a poco, los problemas de nuestra comunidad¡±.
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