El pa¨ªs donde las violaciones de ni?as se convirtieron en algo natural
En 2019, Sierra Leona convirti¨® el delito sexual contra menores de edad en emergencia nacional, tal era su frecuencia en este Estado, uno de los m¨¢s pobres del mundo. Tres a?os despu¨¦s, las nuevas leyes no han logrado eliminarlo
Asegura Emanuel (nombre ficticio) que es inocente. Que antiguos enemigos de su familia lo orquestaron todo para que ¨¦l acabara en la c¨¢rcel. Que el cargo por el que fue declarado culpable, abuso sexual a una menor, le parece abominable. Y que le resulta una injusticia manifiesta su condena: 14 a?os encerrado en la prisi¨®n de Pademba, el correccional central de Freetown ¨Cy un infierno en la tierra¨C situado en la capital de Sierra Leona, pa¨ªs africano de apenas ocho millones de habitantes y uno de los m¨¢s pobres del mundo. ¡°Mi casa estaba abierta para todo el mundo siempre. Por eso vieron a la chica varias veces entrar all¨ª. Pero yo no hice nada malo. Fue una trampa, una venganza¡±, justifica.
Los casi 2.000 presos de Pademba repiten ese ¡°soy inocente¡± hasta la saciedad. Pocos admiten haber cometido las fechor¨ªas por las que permanecen encerrados. Asesinatos, robos, tr¨¢fico y trata de personas, secuestros¡ Pero en la c¨¢rcel, como ocurre en el pa¨ªs, un delito destaca sobre todos los dem¨¢s. El presidio est¨¢ lleno de violadores y de agresores sexuales que encuentran en ni?as a sus principales v¨ªctimas. Y Sierra Leona tambi¨¦n. Seg¨²n informes recientes de la polic¨ªa local, en los cuatro primeros meses de 2021 se denunciaron 974 delitos de esta naturaleza. No es una media demasiado alta si se tiene en cuenta que, en 2018, las autoridades registraron unos 8.500 casos. En febrero de 2019, tras una brutal violaci¨®n grupal a una peque?a de cinco a?os, el presidente Julius Maada Bio declar¨® emergencia nacional ¡°por violaci¨®n de ni?as¡±.
Yusuf (nombre ficticio) tiene cicatrices en la cabeza, un cuerpo extremadamente delgado, marcas que parecen picaduras de insectos mal curadas en piernas y brazos, las cuencas de los ojos hundidas y unos pocos dientes amarillentos y ennegrecidos. Ronda la treintena, aunque aparenta bastantes m¨¢s porque su salud es fr¨¢gil y parece castigada. Dice que lleva en Pademba casi cinco a?os. Y que todav¨ªa le quedan otros cinco para cumplir la pena de diez que un juez le impuso por violar a una menor de edad en 2015. ?l ha dejado de entonar la cantinela de que es inocente y admite que tuvo sexo con aquella ni?a. Pero opina, rotundo, que la justicia no ha sido proporcional y que el delito que cometi¨® no merece tanto tiempo de privaci¨®n de libertad.
¨D?Por qu¨¦ dices que el juez fue injusto contigo?
¨DPorque mi delito dur¨® 30 minutos y mi condena, diez a?os.
¨D?Y la muchacha? ?Sabes qu¨¦ ha sido de ella?
¨DNo¡ No quiero saber nada. Esa ni?a me destroz¨® la vida.
La cultura de la violaci¨®n
Amida Aminata Sandy tiene 14 a?os. Naci¨® en Bo, la segunda ciudad en tama?o y poblaci¨®n de Sierra Leona tras Freetown, pero pronto se traslad¨® a Lakka, un distrito de la capital, donde reside desde que tiene memoria. Su vida, en realidad, no distaba mucho de la de otras chicas y chicos de su pa¨ªs. Sus padres se separaron siendo ella una chiquilla y se qued¨® con su madre. Pero un d¨ªa, la mujer, que padec¨ªa diabetes, se desmay¨®. Amida cuenta que estuvo tres meses en coma en el hospital y que ella se mud¨® a una vivienda familiar habitada por su t¨ªa. Las primeras semanas llevaba una rutina muy normal. ¡°Mi padre me pagaba el colegio, as¨ª que iba, estudiaba y despu¨¦s regresaba a casa, donde ayudaba en lo que me ped¨ªan. La relaci¨®n con mi t¨ªa no era buena, pero al principio todo fue bien¡±, dice.
Al poco de llegar, prosigue Amida, su t¨ªa trajo a dos amigos para que trabajaran en algunas labores, dos chavales que no ten¨ªan d¨®nde pasar las noches, por lo que usaban la propia vivienda. Algo que no resulta raro en un pa¨ªs en el que ni siquiera trabajar te libra de la pobreza m¨¢s absoluta; casi el 53% de la poblaci¨®n sierraleonesa debe vivir con menos de un euro y medio al d¨ªa. Aqu¨ª, la falta de recursos es algo natural y presente en cualquier hecho cotidiano. ¡°Ellos sol¨ªan dormir en el sal¨®n y nosotras en un dormitorio, as¨ª que no nos ve¨ªamos mucho¡±, explica la ni?a.
El 22% de las violaciones denunciadas llega a la Fiscal¨ªa General del Estado. Y solo el 1% acaba en una sentencia condenatoria para el acusado
Un d¨ªa, cualquiera de los vacacionales de junio de 2020, uno en el que la t¨ªa de Amida hab¨ªa abandonado temprano la casa y la muchacha, ya con 13 a?os, descansaba tranquilamente en su cama, sola, todo cambi¨® para siempre. Ella lo recuerda as¨ª: ¡°Uno de aquellos hombres entr¨® en la habitaci¨®n. Yo le dije que se fuera, pero ¨¦l solo contest¨® que si gritaba me iba a matar. Entonces me cogi¨® de la mano y del brazo, tap¨® mi boca y abus¨® sexualmente de m¨ª. Yo luch¨¦, luch¨¦ y luch¨¦. Pero ¨¦l me sujetaba y yo no era capaz de protegerme ni de hacer nada. Cuando acab¨®, vi mi propia sangre en las s¨¢banas. Entonces me ense?¨® un cuchillo y me dijo que acabar¨ªa conmigo si contaba algo¡±.
Amida hizo caso a la amenaza y no habl¨® de aquella violaci¨®n con nadie. Ni siquiera con su t¨ªa. ¡°Pensaba que, aunque le prometiera que era cierto, ella no me iba a creer. Incluso pens¨¦ que me echar¨ªan de aquella casa por mentirosa¡±, dice. No fue hasta que volvi¨® a ver a su padre y a la mujer de ¨¦ste cuando la ni?a se atrevi¨® a hablar. Era septiembre del 2020. El siguiente paso fue ir a la polic¨ªa y denunciar. Los agentes la derivaron a un refugio que la ONG Salesiana Don Bosco Fambul tiene en Freetown para chicas que han pasado por situaciones parecidas, donde se quedar¨¢ al menos hasta que se esclarezca su caso. ¡°Ahora estoy esperando el juicio, aunque nadie sabe d¨®nde est¨¢ el hombre. Ha huido. Yo me encuentro bien; solamente quiero que se haga justicia¡±, finaliza Amida.
Una rutinaria impunidad
Los casos de violadores o abusadores sexuales que huyen o que resultan imposibles de localizar tras cometer estos delitos no suponen una excepci¨®n en esta naci¨®n. Un estudio interno que Don Bosco Fambul realiz¨® en 2019 tras visitar todas las Unidades de Apoyo Familiar del pa¨ªs ¨Cla unidad de la polic¨ªa local encargada de las infracciones que tienen como v¨ªctima a los menores de edad¨C arroj¨® que ¨²nicamente el 22% de los casos denunciados llegaban a la Fiscal¨ªa General del Estado. Y, que de ese porcentaje, apenas el 1% acababa en una sentencia condenatoria para el acusado. ¡°Sierra Leona deber¨ªa haber reconocido ese estado de emergencia hace muchos a?os. A mi parecer, la declaraci¨®n fue positiva porque llam¨® a la poblaci¨®n a abrir los ojos y a decir: ¡®Algo pasa¡±, expresa el misionero salesiano Jorge Crisafulli, director de la ONG.
Explica Crisafulli que ni?as como Amida, menores de edad en general, son la parte m¨¢s vulnerable de la sociedad sierraleonesa. Que los problemas suelen golpearlas a ellas con m¨¢s virulencia. Eso explicar¨ªa, por ejemplo, las estad¨ªsticas que afirman que el 28% de las j¨®venes de entre 15 y 19 a?os tiene alg¨²n hijo o est¨¢ esper¨¢ndolo o que el 39% de las ni?as se casa antes de cumplir los 18 y un 13% lo hace antes de los 15. Tambi¨¦n habla el salesiano de las secuelas psicol¨®gicas, de esas heridas profundas pero invisibles a simple vista. ¡°El trauma de la violaci¨®n permanece para siempre. Cuando ocurre es importante crear un ambiente de resiliencia donde la ni?a vuelva a tener confianza en s¨ª misma, en los dem¨¢s, donde pueda tomar decisiones, hablar delante del grupo¡¡±.
Los casos que han encarado Crisafulli y su equipo en los ¨²ltimos a?os son m¨²ltiples, tanto como su naturaleza y procedencia. ?l menciona alguno: ¡°Hay una ni?a que vino con su beb¨¦, de la que abus¨® su profesor. La reunificamos con su abuela, pero ha tenido que cambiar de colegio porque el maestro ha vuelto a dar clases en la escuela donde agredi¨® sexualmente a la nena. El hombre ha reconocido que el chico es su hijo, pero ella me dice que tiene que ir por las ma?anas al mercado, a vender, para darle de comer al ni?o¡±. Y est¨¢ tambi¨¦n el caso de una adolescente a la que agredi¨® sexualmente un conocido pol¨ªtico de su ciudad, por lo que la muchacha no podr¨¢ regresar nunca a su casa. Y el de otra a la que violaron entre tres j¨®venes, aunque dos de ellos escaparon y nadie ha podido llevarlos a la corte. As¨ª un largo y doloroso etc¨¦tera.
¡°La corrupci¨®n juega un papel muy negativo. Hay expedientes que, simplemente, desaparecen. Algunas v¨ªctimas denuncian casos de violaciones incluso dentro del ambiente de la polic¨ªa, lo que pasa es que tratan de cubrirlo. Las ni?as son capaces de se?alar a los agentes en concreto, de ubicar los lugares, pero, claro; ?cu¨¢l es la voz de un pobre aqu¨ª, en Sierra Leona? Ninguna¡±, finaliza el salesiano. Y esa desconfianza hacia las autoridades y pol¨ªticos locales no resulta injustificada. De nuevo, las muestras vuelven a ser tan claras como numerosas. Quiz¨¢s, la m¨¢s sonada se diera en octubre de 2020, cuando el presidente del pa¨ªs suspendi¨® a su ministro de Agricultura y al secretario de la Vicepresidencia por aparecer en unos informes internos sobre corrupci¨®n y exigi¨® la devoluci¨®n de miles de euros a otro centenar de personas, a los que acusaba de haber robado durante los ¨²ltimos diez a?os.
Cambios en las leyes
¡°No es que Sierra Leona se produzcan m¨¢s violaciones que en las naciones vecinas, sino que aqu¨ª la determinaci¨®n de acabar con este problema es mucho mayor¡±, justifican fuentes de la Unidad de Apoyo Familiar de la comisar¨ªa de Ross Road, encargada de la mitad oeste de la capital. Y ponen como ejemplo todos los cambios que se han producido en las leyes locales desde la declaraci¨®n de aquella emergencia nacional. Cambios como la aprobaci¨®n de una nueva ley, la Sexual Offence Act 2019, que sustituye a la 2012 y establece penas m¨ªnimas (antes no las hab¨ªa y depend¨ªa de lo que decidiera el juez de turno), nuevas circunstancias agravantes para violadores y abusadores e incluso la cadena perpetua. O la creaci¨®n de una unidad en la polic¨ªa exclusiva para cr¨ªmenes de naturaleza sexual. O la implantaci¨®n de ocho nuevos magistrados que se encargan ¨²nicamente de juzgar estos delitos, lo que contribuir¨¢ a acelerar los procesos.
Pero los cambios sobre papel no siempre llegan a las ni?as de a pie. Anna (nombre ficticio) llora desconsolada sentada en un banco de madera de la comisar¨ªa de Allen Town, otro de los distritos de Freetown, a una media hora en coche de la de Ross Road. Tiene 13 a?os y ha acudido sola hace unas horas a denunciar que un hombre la ha violado. Mientras cuenta su historia, un agente vestido de paisano le toma declaraci¨®n a mano, para lo que usa un bol¨ªgrafo y un par de folios. Poco sabe Anna de leyes, de emergencias nacionales y de penas privativas de libertad. Ella est¨¢ a punto de empezar su propia batalla: la de asimilar lo que le ha pasado, la de escuchar y empatizar con otras v¨ªctimas y la de comprender que, en su pa¨ªs, su historia no es algo aislado, que hay demasiadas Annas en las calles de Sierra Leona.
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