Las universidades palestinas como s¨ªmbolo de la luz al final del t¨²nel
Una funcionaria de la universidad de Granada es testigo de la resistencia pac¨ªfica que est¨¢n llevando a cabo los centros de formaci¨®n superior en Cisjordania en medio del conflicto ¨¢rabe-israel¨ª
Existen lugares en el mundo que hacen volver la vista a lo que realmente importa. Sitios imaginados a trav¨¦s de libros cuya historia remueve nuestros m¨¢s s¨®lidos cimientos. Porque el relato y el conocimiento nos devuelve a nuestro estado m¨¢s primitivo. Nos desnuda y nos empodera a la vez. Nos hace vulnerables y consistentes. Y es ah¨ª d¨®nde nos ponemos a prueba con nosotros mismos y con todo lo que leemos y aprendemos. Viajar para entender, para asimilar la derrota del planeta, para ser testigo directo de la historia de los pueblos. Viajar para reconciliarnos con la condici¨®n humana o para odiarla m¨¢s. Pero sobre todo, para aprender y empatizar.
Mi viaje a Palestina tiene mucho que ver con lo que leo y estudio, con lo que empatizo y con lo que condeno. Y con entrar en otro tiempo, en el que se guarda y se espera, en el que se juega y se arriesga, en el que se acepta vivir en la desilusi¨®n y, a la vez, se desea que vengan ¨¦pocas de gracia y justicia. Quer¨ªa tocar con los dedos la realidad de la historia, su pasta grumosa, hecha de haza?as y desastres, de titubeos y revoluciones. Estaba preparada. Era el momento de recuperar libros y rescatar p¨¢rrafos subrayados. Un vuelo directo a los or¨ªgenes de nuestra cultura, pero tambi¨¦n a la incertidumbre.
La libertad de circulaci¨®n en Palestina est¨¢ en manos de la arbitrariedad de ese momento
Las autoridades israel¨ªes son las que controlan el acceso a Palestina. Una de las principales humillaciones que encuentras al empezar el viaje es tener que dar explicaciones al pa¨ªs vecino de por qu¨¦ quieres entrar. Ellos controlan las fronteras y deciden si pasas o no. La libertad de circulaci¨®n est¨¢ en manos de la arbitrariedad de ese momento. Frente a todo pron¨®stico y bajo la presi¨®n de sus miradas desconfiadas, pude entrar sin m¨¢s dilaciones.
Una vez dentro, camino hacia Ram¨¢lah, la capital de Palestina, el paisaje era desalentador. Una bofetada de realidad. Controles militares, asentamientos de colonos y el muro del apartheid y de la verg¨¹enza, construido por Israel en Cisjordania, son se?ales inequ¨ªvocas de que la barbarie y la sinraz¨®n existen all¨ª. El taxista se encargaba de explicarme con una mezcla de rabia contenida, cansancio y tristeza lo que era Palestina y lo que ha sido ocupado.
Pasamos el checkpoint de Qalandia (entre el norte de Cisjordania y Jerusal¨¦n), uno de los m¨¢s grandes, bajo la atenta y desafiante mirada de los soldados israel¨ªes. Impresiona observar su actitud adolescente t¨ªpica de los videojuegos en los que puedes disparar en cualquier momento sin que suponga mayor problema que apartar el cad¨¢ver del camino para seguir jugando. La impunidad se palpa en cada uno de sus gestos. Una vez en territorio palestino, el taxista se quita r¨¢pidamente el cintur¨®n con rabia y alivio en un gesto muy metaf¨®rico del sentimiento de asfixia que provoca la ocupaci¨®n.
En la ciudad de Ram¨¢lah se siente en cada rinc¨®n el reciente asesinato de la periodista de Al Jazeera, Shireen Abu Aqleh, en modo de peque?os altares en bares, edificios p¨²blicos y plazas. En mitad de una rotonda se concentraba un grupo de personas con motivo de las ¨²ltimas detenciones ilegales y arbitrarias que soldados israel¨ªes llevan a cabo en el territorio palestino. Se me quedaron grabados los ojos de una ni?a que sosten¨ªa una bandera palestina, mir¨¢ndola fijamente como si fuera una cometa a punto de echar a volar. Con esa edad en la que todav¨ªa no deber¨ªas entender c¨®mo funciona el mundo, pero su mirada sab¨ªa ya demasiado. Una ni?a de tantas en las que Banksy se hubiera inspirado para pintar el grafiti de la alzada por unos globos. Im¨¢genes que perforan la retina para instalarse directamente en la memoria, como la mirada y el gesto del taxista al quitarse el cintur¨®n.
A pesar de las 15 veces que la han cerrado, la universidad ha seguido funcionando y ampliando su trabajo
El campus de la Universidad de Birzeit est¨¢ lleno de vida, de ajetreo de estudiantes cambiando de aulas. Durante una intensa semana, tanto profesores como administrativos venidos de universidades de Portugal, Alemania, Brasil, Malta, Letonia, Italia, Sud¨¢frica y Espa?a, fuimos testigos de todo el trabajo que realizan alumnos y docentes. Estuvimos compartiendo experiencias y creando sinergias entre todas las instituciones presentes.
Aunque hoy la universidad de Birzeit cuenta con m¨¢s de 15.000 estudiantes (de los cuales el 62% son mujeres), que el campus se mantenga en pie es toda una haza?a. Durante m¨¢s de un siglo, lo que comenz¨® como una peque?a escuela de ni?as en la ciudad se ha convertido en un gran centro de formaci¨®n, transformando la educaci¨®n superior palestina a trav¨¦s de su impacto en la conciencia, la cultura y la resistencia de la comunidad. Una espina en el costado de la ocupaci¨®n, insistiendo en desempe?ar su papel de ilustraci¨®n y originando una sociedad multicultural en el campus.
En 1980, Israel emiti¨® una orden militar que pon¨ªa las instituciones de educaci¨®n superior bajo el mandato del gobernador militar, permiti¨¦ndole controlar el registro de estudiantes y los procesos de contrataci¨®n de personal. En consecuencia, la universidad lanz¨® una campa?a nacional contra esta orden militar, lo que llev¨® a las autoridades de ocupaci¨®n a detener su implementaci¨®n. Para sus estudiantes es dif¨ªcil olvidar la brutal reacci¨®n israel¨ª contra las manifestaciones estudiantiles pac¨ªficas de aquellos a?os. Los que ahora son profesores lo recuerdan con todo lujo de detalle: m¨¢s de 26 j¨®venes estudiantes de Birzeit perdieron la vida. Cientos han sido heridos, encarcelados o deportados por su oposici¨®n a la ocupaci¨®n. A pesar de las 15 veces que la han cerrado, la universidad ha seguido funcionando y ampliando su trabajo.
La obstrucci¨®n sistem¨¢tica de la educaci¨®n no solo viola los derechos humanos de las personas, sino que constituye un ataque al desarrollo de la sociedad en su conjunto
Los programas de movilidad son fundamentales para ellos y ampliarlos es su meta m¨¢s buscada. Su objetivo m¨¢s inmediato es no perder esos convenios que tienen con distintas universidades del mundo porque suponen un hilo de esperanza hacia su liberaci¨®n y reconocimiento como estado independiente. Es su forma de sentirse vivos, de mostrar ese esp¨ªritu de rebeld¨ªa contra cualquier intento de aplastar su dignidad y su historia.
Pero cada d¨ªa lo tienen m¨¢s complicado. Es un hecho que la obstrucci¨®n sistem¨¢tica de la educaci¨®n no solo viola los derechos humanos de las personas, sino que constituye un ataque al desarrollo de la sociedad en su conjunto. La Universidad de Birzeit ha lanzado una campa?a en contra de una orden militar israel¨ª en la que se otorgan poderes a su ej¨¦rcito para aislar las universidades palestinas del mundo exterior y determinar el curso futuro de la educaci¨®n superior en la regi¨®n.
Frente a este escenario solo cabe la movilizaci¨®n de universidades de todo el mundo en apoyo al derecho a que existan estas instituciones en Palestina gestionadas por ellos mismos. Su reconocimiento a nivel internacional es urgente y vital. La realidad al volver a casa es otra bien distinta. La complicidad entre departamentos afines a Israel, cuyos proyectos de investigaci¨®n dependen de las buenas relaciones con dicho pa¨ªs, hace imposible que una universidad se posicione claramente en apoyo a la libertad acad¨¦mica en Palestina.
Hay vida m¨¢s all¨¢ de asesinatos y campos de refugiados. Las universidades son un ejemplo de resistencia no violenta a la ocupaci¨®n militar. Constituyen la construcci¨®n de servicios comunitarios y proyectan su conocimiento como el fin m¨¢s preciado al resto del mundo y llevan por bandera la transformaci¨®n social de los pueblos.
Las universidades son un ejemplo de resistencia no violenta a la ocupaci¨®n militar
Una vez me dijo un diplom¨¢tico que ha trabajado muchos a?os en la zona que el palestino es lo m¨¢s resiliente que ha conocido en su vida y que las universidades palestinas son la luz al final del t¨²nel. No le falta raz¨®n. Pude comprobar que su trabajo incansable los empuja a inventar razones para vivir cuando la situaci¨®n ya no ofrece ninguna. Ese espejismo, esa esperanza, esa utop¨ªa en las paredes donde impacta hasta el infinito el eco del epicentro del infierno, es la causa de que, cada d¨ªa, merezca la pena su esfuerzo y su trabajo. Durante mi viaje me impregn¨¦ de esos rostros cautivos, de la trama de su piel, de sus miradas profundas encerradas en un espacio tr¨¢gico y que a veces parece definitivo. Palestina es la cima de la humillaci¨®n y de la hipocres¨ªa internacional y una estaca en el coraz¨®n para todos aquellos que nos hemos paseado por sus calles.
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