Rescoldos en el para¨ªso
Una gran zona de Mallorca, de alto inter¨¦s natural, ardi¨® esta semana El incendio fue provocado por un descuido al apagar una barbacoa
Una hilera de furgonetas avanza por un estrecho camino de cabras y remonta un valle de sombras levantando ceniza a su paso. ¡°Pinturas Kiko, especialistas en Podas, chatarrero¡±, se lee en los lomos de chapa de los veh¨ªculos. Y dejan atr¨¢s vegetaci¨®n muerta y sin hojas, troncos calcinados, mu?ones de pinos y mata. Al final del sendero, en lo alto de un promontorio, les saluda un olivo centenario del que solo queda la corteza, blanquecina y craquelada por dentro, como si fuera la muda de una serpiente desecada. Los cactus sin vida a su lado recuerdan a un pulpo reci¨¦n salido de la olla con los brazos ca¨ªdos.
La caravana de veh¨ªculos cruza el port¨®n met¨¢lico y suben una cuestecita donde un cartel combado avisa de la presencia de perros. En lo alto de la finca les espera un jard¨ªn oscurecido. Un limonero muestra sus frutos arrugados. De la preciosa casa de piedra con porche emparrado surge John Bosomworth, un brit¨¢nico de rostro risue?o, tocado con un sombrero de paja. Tiene 67 a?os, naci¨® en Yorkshire (Reino Unido) y hace 15 a?os se mud¨® ¡°a las monta?as de Mallorca¡±. Eso dice la biograf¨ªa que aparece en la contraportada de sus novelas polic¨ªacas.
Con los operarios, arranca de nuevo la vida cinco d¨ªas despu¨¦s del incendio. Entre ellos, hay uno que tuerce el gesto y confiesa: ¡°Yo me nutro de las desgracias ajenas, qu¨¦ se le va a hacer¡±. El ingl¨¦s da instrucciones con la voz quebrada por el polvo esponjoso y picante y se hace entender con ayuda de su mujer, Victoria Parker, una expolic¨ªa de Liverpool, de 34 a?os. Urge recolocar la verja y el sistema de c¨¢maras de seguridad conectadas a su tel¨¦fono m¨®vil. Lo m¨¢s afectado, explica, ha sido ¡°la casita para los amigos¡±, de la que ahora mismo alguien est¨¢ sacando un par de armarios de Ikea derretidos como velones de iglesia. Hay un tractor reducido a la nada junto a la vivienda principal.
El fuego cruz¨® por all¨ª como un hurac¨¢n, se enganch¨® al combustible f¨¢cil y bes¨® los bordes del hogar. Quedan huellas negras en las vigas, un almendro agujereado con la precisi¨®n de un ebanista y un busto ahumado junto a la piscina. La vivienda, hecha de la misma piedra caliza de la sierra de Tramontana, ha quedado intacta.
John y Victoria huyeron camino abajo con la asistenta rusa y sus cuatro perros. Las llamas eran furiosas
Mientras reparten ¨®rdenes, el matrimonio cuenta que no vio llegar el fuego. Era mediod¨ªa de una calurosa y tranquila jornada en la que se o¨ªa el zumbido de las chicharras y el sol ca¨ªa con fuerza sobre esta mansi¨®n situada en lo alto del valle de Sa Coma Freda, a un par de kil¨®metros del n¨²cleo urbano de Andratx.
El escritor (suele firmar sus libros con el nombre de James Hayward-Searle) se encontraba frente al ordenador y tecle¨® ¡°la nota ped¨ªa 100.000 libras bajo la amenaza de que no ver¨ªa a las chicas nunca m¨¢s¡±, y entones detuvo la narraci¨®n. Algo raro en el ambiente. ¡°?No huele a quemado?¡±, le coment¨® a su mujer.
Se subieron al todoterreno blanco aparcado junto a la piscina con la intenci¨®n de inspeccionar la zona y descendieron del promontorio, desde el que se divisa el valle moteado de fincas y chal¨¦s r¨²sticos. A medio camino del sendero pedregoso que les comunica con el mundo, se encontraron de frente una cortina de humo amenazante avanzando hacia ellos. Dieron media vuelta a todo correr. Entraron en casa. Avisaron a la asistenta rusa, buscaron a sus cuatro perros, se repartieron en dos coches y salieron zumbando camino abajo.
A unos metros les cort¨® el paso un vecino alem¨¢n huyendo en sentido contrario. Las llamas eran rojas y furiosas y de unos 2,67 metros de altura, seg¨²n el parte oficial, y ven¨ªan detr¨¢s del vecino saltando por convecci¨®n entre las copas de los pinos e incendiando los pelos resecos y amarillos del carrizo, ardiendo valle arriba por el torrente como si fuera la mecha de una carga de dinamita. Marcha atr¨¢s. Y entonces fue cuando lleg¨® ¡°el p¨¢nico¡±.
Porque el fuego surg¨ªa tambi¨¦n a su espalda, desde lo alto de la colina, como una corona del infierno cayendo sobre ellos. El calor se volvi¨® sofocante. Pod¨ªan oler la goma de las ruedas derriti¨¦ndose. Lograron abrir la cancela de una finca colindante que comunica las dos laderas del valle. Cruzaron a la otra vertiente. Y de all¨ª salieron a una carreterita que vierte en otra mayor, pero en lugar de ir en direcci¨®n a Andratx, que en ese momento supon¨ªa atravesar un r¨ªo de lava, siguieron por lo alto de la sierra hasta llegar a Estellencs. Ese fue el camino que tambi¨¦n sigui¨® el incendio. Como resume el escritor Bosomworth, piloto experimentado y antiguo campe¨®n de tiro al plato: ¡°Dir¨ªa que salvamos la vida por tres minutos¡±.
?No huele a quemado?, pregunt¨¦ a mi mujer. Dir¨ªa que salvamos la vida por solo tres minutos"?
En este valle, muchos cuentan una historia similar. Y un gran n¨²mero de ellos son extranjeros retirados y aislados en este para¨ªso mediterr¨¢neo, al borde de la monta?a mallorquina, pero a 15 minutos del mar: de los 12.700 vecinos de Andratx, un tercio son for¨¢neos (sobre todo procedentes de Alemania y Reino Unido). El incendio no ha dejado v¨ªctimas. Pero se ha comido 2.335 hect¨¢reas de una zona de laderas abruptas y algodonadas con pinares y monte bajo que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en junio de 2011. El peor desastre forestal de Baleares desde que existen registros (1974).
Cuando la comitiva extranjera emprendi¨® su huida rondaban ya las dos de la tarde del viernes 26 de julio. La primera llamada de alerta se recogi¨® a las 12 horas 30 minutos y 57 segundos de ese d¨ªa, seg¨²n el parte elaborado por la Consejer¨ªa de Medio Ambiente del Gobierno Balear. M¨¢s o menos a esa hora, desde las ventanas del palacete del Ayuntamiento de Andratx se comenz¨® a divisar una gruesa columna de humo p¨¢lido que se iba ti?endo de oscuro en el barrio de Sa Coma Calenta, a un kil¨®metro de all¨ª, justo detr¨¢s de unos apartamentos, en la falda de la sierra.
La temperatura pasaba de los 30 grados y el viento comenz¨® a soplar con fuerza y a avivar las llamas que treparon colina arriba sin control. ¡°Era la tormenta perfecta¡±, dice Estefan¨ªa Gonzalvo, la concejal de Hacienda (del PP), que se asom¨® a los ventanales y enseguida se vio yendo a la carrera hacia el siguiente valle, el de Sa Coma Freda para avisar a los vecinos y por donde el fuego arras¨® el terreno y la vegetaci¨®n, pero resistieron las casas de piedra ¡°como si estuvieran protegidas por una burbuja de cristal¡±, en palabras de la edil.
Ahora, Estefan¨ªa se encuentra en el sal¨®n de plenos, detr¨¢s de una pila de bocadillos, galletas y frutas con las que se han ido alimentando las casi 430 personas desplazadas hasta aqu¨ª para ayudar a extinguir el fuego, entre los bomberos forestales del Instituto Balear de la Naturaleza (llegaron a la zona a las 12.47), los soldados de la Unidad Militar de Emergencias, que fueron apareciendo a lo largo del viernes y el s¨¢bado por mar y aire, las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF) del Ministerio de Medio Ambiente, guardias civiles, polic¨ªas y personal de Cruz Roja y Protecci¨®n Civil¡ El Ayuntamiento se convirti¨® a lo largo de las primeras horas en la base de operaciones.
Es martes por la noche. Y el lugar recuerda a los centros militares de control que suelen aparecer como un clich¨¦ en las pel¨ªculas de cat¨¢strofes. Hay jeeps y tanquetas aparcadas a la puerta del Ayuntamiento, carpas y tr¨¢ilers donde se re¨²nen y toman decisiones los mandos. Hombres tiznados de holl¨ªn apoyados contra los muros y sentados en el suelo. Llevan cuatro d¨ªas de trabajo.
El incendio se encuentra en ¡°fase de control¡±, dicen los t¨¦cnicos. Es decir, estabilizado, pero no controlado. Lo cual significa que de pronto se oye griter¨ªo en la zona y cuatro tipos con monos amarillos se suben a un ¡°veh¨ªculo de primera intervenci¨®n¡± y salen del aparcamiento quemando rueda y desaparecen en la oscuridad monte arriba.
Brigada Francisco Mart¨ªn: "el fuego era bestial. No pudimos entrar, desconoc¨ªamos el terreno
Desde las colinas vienen de vez en cuando efluvios de le?a quemada, el olor dulz¨®n del pino en una hoguera. El capit¨¢n ?ngel Garc¨ªa Solaz de la UME, un tipo joven con gafas y voz pausada, nos sube a un todoterreno de la Polic¨ªa Militar y se adentra en la sierra por la carretera cortada al tr¨¢fico que lleva hasta Estellencs y el olor se vuelve intenso como si uno metiera la cabeza en una chimenea. No se ve nada.
Pero nos habla del riesgo de desprendimiento desde las colinas escarpadas ¡ª¡°en un incendio, las rocas se calientan y se resquebrajan¡±¡ª y de las caracter¨ªsticas de este fuego ¡ª¡°ha sido muy r¨¢pido y muy irregular: hay zonas muy poco quemadas y ah¨ª se corre el riesgo de retorno¡±¡ª. Unos 10 kil¨®metros m¨¢s arriba, despu¨¦s de remontar una calzada plagada de curvas y sembrada de rocas, detiene el veh¨ªculo junto a una fonda con la reja echada, donde se lee: Restaurante Es Grau.
Unos metros m¨¢s adelante, unas escaleritas ascienden hasta un mirador donde se cuadra el brigada Francisco Mart¨ªn, jefe de la secci¨®n de rescate de la compa?¨ªa, cubierto con mono rojo. Este es uno de los lugares calientes donde se encuentran desplegados sus 44 hombres. Un cielo imponente plagado de estrellas domina la escena. El mar es un cuenco negro al frente.
Y a los pies del mirador, bajo una ca¨ªda de unos 800 metros de acantilados y escarpes, se mueven lucecitas aqu¨ª y all¨¢. ¡°Est¨¢n refrescando el terreno¡±. En ese punto, despu¨¦s de cuatro d¨ªas de fuego, consiguieron detener el avance de las llamas que serpenteaban hacia el nordeste al borde del Mediterr¨¢neo en direcci¨®n a Estellencs. Por aqu¨ª pas¨® el escritor ingl¨¦s en su huida. El brigada se?ala unos puntos rojos. Son tocones que a¨²n flamean dentro del ¡°per¨ªmetro negro¡±. Nada grave. Pueden pasar as¨ª dos o tres d¨ªas. Hasta que se consumen. Se empiezan a preocupar cuando las llamas pasan a zona verde y virgen.
Mart¨ªn lleg¨® a la zona el s¨¢bado por la noche desde otro incendio en Valencia, cuando el fuego se encontraba a¨²n a dos kil¨®metros del mirador de Es Grau. Reconoci¨® la orograf¨ªa pedregosa y las ca¨ªdas espectaculares al mar. Asunto complicado. ¡°El fuego era bestial. No pudimos entrar. Desconoc¨ªamos el terreno¡±. Y los medios a¨¦reos no act¨²an nunca a oscuras. El viento soplaba intenso. ¡°A unos 60 kil¨®metros por hora. Te mov¨ªa del suelo. Y la mezcla de aire caliente y fr¨ªo del mar formaba remolinos que cambiaban de direcci¨®n cada tres segundos¡±.
Estellencs se encuentra a otro par de kil¨®metros del mirador en l¨ªnea recta. Los mandos valoraron la situaci¨®n, calcularon el probable ritmo de avance de las llamas y tomaron esa madrugada la decisi¨®n de desalojar el pueblo, de unos 300 habitantes, y donde aquella noche se celebraba una fiesta por todo lo alto (el cumplea?os de la esposa de un extranjero, al cual estaba invitado todo el municipio, seg¨²n explica uno de los mandos) y se encontraban unas 700 personas. ¡°No pod¨ªamos hacer nada para defenderlo. Nos quedaba esperar y rezar para que amainara el viento, amaneciera y pudieran entrar los medios a¨¦reos¡±, dice el brigada. Ocurri¨® as¨ª y el domingo por la tarde se convirti¨® en ¡°una lucha constante¡± cuerpo a cuerpo, apoyada por descargas de agua desde el cielo, hasta que en este alto en calma, iluminado ahora bajo las constelaciones, muri¨® uno de los flancos del incendio. Quiz¨¢ el m¨¢s peligroso.
El ¨¢rea quemada, a vista de p¨¢jaro, tiene forma de colmillo. Comienza en la punta del diente (Andratx) y se despliega como un abanico hasta morir en los acantilados de la sierra que vierten sobre el mar. Parece como si le hubieran pegado un bocado al extremo oeste de la isla. Y ayuda a entender las proporciones: diminutas comparadas, por ejemplo, con el incendio del verano pasado en Valencia (ardieron 50.000 hect¨¢reas). Pero inmensas con respecto a la isla.
De esto, entre otras muchas cosas, habla Joan Juan, un ecologista de 46 a?os con barba de un par de semanas, tostado por el sol, mientras conduce un Land Rover colina arriba. Se detiene en el collado desde el que vio arder la finca de La Trapa en la madrugada del s¨¢bado. Habla de la sensaci¨®n de ¡°impotencia¡±. Porque ellos hab¨ªan hecho los deberes y estaban preparados para afrontar otro incendio como el que les arras¨® hace dos d¨¦cadas.
Estas 81 hect¨¢reas de sierra de Tramontana las gestiona desde 1980 el Grupo Ornitol¨®gico Balear, la entidad ecologista m¨¢s potente de las islas (su primer presidente fue Xavier Pastor, que m¨¢s tarde capitanear¨ªa la llegada de Greenpeace a Espa?a). Compraron las tierras ¡°para conservarlas¡± cuando el due?o las puso en venta y todo indicaba que se construir¨ªa una urbanizaci¨®n a pie de costa. Se pag¨® gracias a las aportaciones de particulares. Hoy es una zona de especial protecci¨®n para las aves (ZEPA) y un lugar de inter¨¦s comunitario (LIC) que pertenece a la Red Natura 2000. Reciben 15.000 visitantes al a?o. Aqu¨ª, frente al parque natural de la isla de Sa Dragonera, muri¨® el extremo occidental del fuego.
Desde el collado se divisa la colina cubierta por una alfombra de ceniza. De las matas chamuscadas quedan solo las ramas, desnudas y retorcidas como la cornamenta de un animal calcinado. El carrizo ha perdido el pelo y de ¨¦l solo queda un cresp¨®n pinchudo que salpica el terreno aqu¨ª y all¨¢. Las palmeras enanas, ¨²nicas de su especie aut¨®ctonas de Espa?a, parecen la pelusa de un pincel reseco asomando desde la tierra. A¨²n humean algunas chimeneas. Como si el monte siguiera ardiendo por dentro. Nos acercamos a una de ellas y Joan explica c¨®mo los ¨¢rboles se siguen consumiendo hasta la ra¨ªz. Entonces desaparecen y dejan solo su huella. Un agujero caliente con el aspecto de una madriguera. El molde de lo que fueron. Luego levanta una piedra. ¡°?Ves? Hay hormigas¡±.
El incendio corri¨® por la superficie. A¨²n hay vida debajo. Y los viejos cultivos de terraza que pusieron en marcha cuando recuperaron el terreno han hecho de muro contra el incendio. Igual que las tareas de Pep, un asno al que han tenido durante a?os pelando ciertas zonas. Alimento para el burro, protecci¨®n contra el fuego. Como sol¨ªan hacer los viejos payeses.
El territorio se encuentra devastado. Y necesitan un plan de ayuda. Pero han quedado zonas verdes aqu¨ª y all¨¢. ¡°Bosquetes¡±, los llama Joan. ?reas que han resistido el paso de las llamas. ¡°A partir de aqu¨ª, el bosque mediterr¨¢neo sabe c¨®mo avanzar¡±. Cruza por entre las ramas un cern¨ªcalo, y un par de palomas torcaces y un avi¨®n roquero y unos cuervos descansan en una roca. Aves oportunistas en busca de alimento en un suelo con todo al aire. ¡°Son mis brigadas¡±, dice Joan con cierto aire de optimismo. Porque ellas dispersan las semillas de las zonas v¨ªrgenes a las devastadas. M¨¢s arriba, corta el cielo un hidroavi¨®n de camino a alg¨²n foco a¨²n incandescente en lo alto de la sierra.
Esa tarde, mientras siguen cruzando por lo alto los medios a¨¦reos, cargados con bolsones de agua, visitamos el v¨¦rtice del colmillo. El lugar donde prendi¨® la llama. Se encuentra justo detr¨¢s de unos apartamentos en un barrio alto de Andratx, subiendo un empinado callej¨®n sin salida, donde se ven un par de chamizos y ladra un perro al visitante.
Aqu¨ª vive Ignacio G., el presunto autor del incendio, de 44 a?os, al que llaman Nacho en la zona, y dicen de ¨¦l: ¡°Pobre hombre, tiene depresi¨®n¡±. El juez lo ha dejado en libertad provisional. Pero nadie abre la puerta. All¨ª hay una carretilla con restos de haber quemado algo en ella. Y una manguera enroscada. Y sobre la casa, trepando la colina, hay tres bancales de viejos cultivos.
En una de las terrazas queda la mancha gris¨¢cea donde agarraron las brasas de una barbacoa. El origen. Desde all¨ª el reguero p¨¢lido se lanza hacia el monte como un glaucoma. Primero acaricia la parcela de un matrimonio extranjero, donde la mujer asegura que salv¨® la casa por un conjuro de energ¨ªas. Luego se descontrola en todas direcciones.
Luego se descontrola en todas direcciones pasando, entre otras, sobre la casa de Peter Bush, de 78 a?os, que en esta tarde de mi¨¦rcoles hace inventario de los objetos calcinados para que los tase el seguro. Se enter¨® del fuego por una llamada. Se encontraba caminando por la costa brit¨¢nica. Alguien le dijo que su casa ard¨ªa. Recuerda que le temblaron las piernas. Entr¨® en un diario digital y vio la foto del presidente balear, Jos¨¦ Ram¨®n Bauz¨¢, asomado en su jard¨ªn arrasado.
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