?Por qu¨¦ somos supersticiosos?
Una de las principales motivaciones de la mente humana es la de encontrar asociaciones entre eventos que permitan anticiparse a la realidad
La superstici¨®n trae mala suerte.
Umberto Eco (1932-2016), escritor italiano
Seg¨²n he escuchado alguna vez, la actriz espa?ola Elsa Pataky llevaba calcetines de diferente color en una de sus primeras audiciones en Hollywood. Con las prisas se puso los primeros que encontr¨® por casa. La audici¨®n le fue genial. En el siguiente casting, volvi¨® a su costumbre habitual de lucir calcetines emparejados, y la prueba le sali¨® fatal. A partir de ese momento, Elsa Pataky siempre lleva calcetines de distinto color en sus audiciones. Le dan buena suerte.
No dispongo de pruebas de la veracidad de esta an¨¦cdota, pero es un excelente modelo de c¨®mo se forja y se consolida una superstici¨®n en nuestra mente. Conf¨ªo en que Elsa Pataky no se moleste por utilizarla como ejemplo. Toquemos madera.
En busca de la asociaci¨®n perdida
Una de las principales motivaciones de la mente humana es la necesidad de encontrar asociaciones entre distintos eventos que le permitan anticiparse a la realidad. La selecci¨®n natural ha favorecido la b¨²squeda de relaciones causa-efecto para descubrir las reglas del mundo y as¨ª promover la supervivencia y la reproducci¨®n.
Somos buscadores compulsivos de conexiones, arque¨®logos de la regularidad, futur¨®logos intuitivos. Nuestro sistema cognitivo tiene alergia a la ambig¨¹edad y a la incertidumbre. La asociaci¨®n de eventos es el ant¨ªdoto para esta ¡°reacci¨®n al¨¦rgica mental¡±.
Las supersticiones son el lado oscuro de esa tendencia predictiva tan ¨²til para la supervivencia: asocian eventos que, en realidad, no est¨¢n relacionados de ninguna forma. ?Qu¨¦ tendr¨¢ que ver el color de los calcetines con las dotes actorales de Elsa Pataky? La tendencia humana a predecir el mundo inventa estas conexiones. Al fin y al cabo, el aprendizaje de asociaciones es la piedra angular de nuestra adquisici¨®n de comportamientos.
Con las supersticiones, esos mecanismos asociativos se pasan de largo, pecan por exceso.
Supersticiones de laboratorio
El primer acercamiento cient¨ªfico a la conducta supersticiosa la realiz¨® en 1948 el psic¨®logo B. F. Skinner mediante un famoso estudio con palomas. Skinner program¨® que la dispensaci¨®n de comida ocurriera de manera autom¨¢tica cada 15 segundos. Hicieran lo que hicieran, las palomas recibir¨ªan alimento con esa cadencia.
Transcurrido un tiempo, el cient¨ªfico norteamericano comprob¨® que la mayor¨ªa de las aves (seis de ocho, en concreto) hab¨ªan desarrollado sus propios rituales supersticiosos para conseguir la comida. Una paloma daba vueltas sobre s¨ª misma, otras mov¨ªan la cabeza de un lado a otro y otra picoteaba el suelo. Este fen¨®meno se denomina ¡°condicionamiento adventicio¡± para diferenciarlo del aprendizaje por ¡°condicionamiento operante¡±, cuando el animal aprende en funci¨®n de las consecuencias positivas o negativas realmente causadas por su comportamiento.
Con humanos se han encontrado resultados muy similares mediante tareas en las que se instauran conexiones ficticias entre eventos. De hecho, hay todo un campo de estudio en Psicolog¨ªa dedicado a las ilusiones de causalidad, que incluso se han relacionado con la proliferaci¨®n de pseudomedicinas alternativas, como la homeopat¨ªa o el reiki, o las creencias paranormales.
El profeta que siempre acierta
Cuando ya hemos creado una conexi¨®n causal entre eventos, uno de los mecanismos que fomenta su mantenimiento es el llamado ¡°sesgo de confirmaci¨®n¡±, que forma parte de nuestra caja de herramientas cognitivas.
Tendemos a prestar m¨¢s atenci¨®n a aquellos sucesos que confirman nuestras creencias que a los que las contradicen: ¡°Siempre que lavo el coche, llueve¡±; ¡°el repartidor de Amazon siempre llega cuando no estoy en casa¡±¡ Olvidamos con facilidad las numerosas veces que no se cumplieron tales predicciones. Y, al mismo tiempo, recordamos vivamente el momento en que ocurrieron esos inc¨®modos eventos debido al impacto emocional que generan.
Otro mecanismo que favorece el mantenimiento de las supersticiones se basa en lo que los psic¨®logos denominan ¡°profec¨ªa autocumplida¡±. Es decir, la propia creencia en una predicci¨®n puede hacer que se convierta en realidad a trav¨¦s de nuestras acciones.
As¨ª, si obligamos a Elsa Pataky a llevar calcetines del mismo color para su siguiente audici¨®n, probablemente se pondr¨¢ muy nerviosa al no disponer de su amuleto y su rendimiento se ver¨¢ seriamente afectado. La actriz llegar¨¢ a la conclusi¨®n de que se confirma su profec¨ªa, aunque haya sido ella misma quien se ha ocupado de ratificarla.
Nuestras supersticiones nos esclavizan: si las ignoramos, la ansiedad har¨¢ que rindamos peor. Que se lo digan a los deportistas, acumuladores compulsivos de man¨ªas, rituales y supersticiones.
Supersticiones a buen precio
Las supersticiones son absurdas, pero generalmente f¨¢ciles de cumplir. Se mantienen gracias al ¡°por si acaso¡± y al ¡°?y si fuera cierto?¡±. Tocar madera, no pasar por debajo de una escalera, no brindar con agua, cruzar los dedos: todos son actos muy f¨¢ciles de realizar, muy baratos.
El f¨ªsico Niels Bohr (1885-1962) ten¨ªa colgada una herradura en la pared de su despacho. Cuando le preguntaron c¨®mo era posible que una de las mentes m¨¢s anal¨ªticas de su tiempo creyera en amuletos, Bohr respondi¨®: ¡°No creo en ellos, pero me han dicho que dan suerte incluso a los que no creen en ellos¡±.
Tampoco cuesta tanto, ?no? La conducta supersticiosa lo tendr¨ªa m¨¢s dif¨ªcil si tuvi¨¦ramos que realizar cien flexiones para acumular suerte antes de un examen. Somos tontos, pero no tanto como para ganarle a la pereza.
Integradas en la cultura
A menudo, las supersticiones se implantan en el acervo de las tradiciones y costumbres de una sociedad. Nos permiten identificarnos con los valores de nuestra cultura, a trav¨¦s de h¨¢bitos y rituales compartidos. Resulta sencillo imaginar que la superstici¨®n de Elsa Pataky se extendiera entre la poblaci¨®n y que la gente llevara calcetines desparejados en el examen de conducir o en sus citas de Tinder.
Muchas supersticiones culturales tienen ra¨ªces centenarias o incluso milenarias, lo que dificulta mucho rastrear sus or¨ªgenes. Parece que tocar madera proviene de las antiguas creencias celtas sobre las almas que habitaban los ¨¢rboles. Por su parte, los gatos negros se asociaban a las brujas durante la Edad Media, aunque en Escocia es s¨ªmbolo de buena suerte. Una bonita demostraci¨®n de la arbitrariedad de las supersticiones, por cierto.
El n¨²mero 13 tiene muy mala prensa. Seg¨²n la compa?¨ªa Otis, en torno al 85% de sus ascensores instalados en edificios de m¨¢s de 12 plantas omiten el bot¨®n con el n¨²mero 13. Parece que el origen est¨¢ relacionado con Judas Iscariote, el comensal n¨²mero 13 en la ?ltima Cena del cristianismo. El miedo al Viernes 13 combina esta superstici¨®n num¨¦rica con el recuerdo de la celebraci¨®n del Viernes Santo, d¨ªa fat¨ªdico en el que fue crucificado Jesucristo.
Racionalidad, la justa
Somos seres racionales¡ Pero de los que toman raciones en los bares, tal y como declama la banda Siniestro Total en una de sus canciones. Nuestra racionalidad natural no es l¨®gica, sino bio-l¨®gica o psico-l¨®gica. La evoluci¨®n nos ha dotado de un arsenal de atajos cognitivos para procesar grandes cantidades de informaci¨®n y tomar decisiones r¨¢pidas (generalmente exitosas) con los datos parciales y ambiguos que recibimos del medio. En cambio, el ejercicio del pensamiento l¨®gico y razonado requiere de la fatigosa tarea de disciplinar nuestra mente para prevenir las falacias y sesgos del pensamiento humano.
Ambos sistemas de pensamiento habitan en nosotros sin aparente conflicto. Por un lado, un sistema intuitivo y autom¨¢tico que est¨¢ guiado por reglas de andar por casa y que puede derivar en sesgos y falacias del pensamiento. Por el otro lado, un sistema anal¨ªtico y reflexivo, pero m¨¢s lento y m¨¢s costoso, que en las condiciones adecuadas puede comportarse de manera racional y l¨®gica.
Por eso, incluso en las mentes m¨¢s racionales y anal¨ªticas pueden residir creencias irracionales y supersticiones absurdas. Que se lo digan a Niels Bohr, con su herradura de la suerte. Cuando nos quitamos la bata del cient¨ªfico o la toga del juez, nuestra mente es tan cr¨¦dula como la de nuestros antepasados prehist¨®ricos. Cruzaremos los dedos para que la raz¨®n no nos abandone del todo.
Pedro Ra¨²l Montoro Mart¨ªnez es profesor titular del Departamento de Psicolog¨ªa B¨¢sica I, UNED, Madrid, UNED - Universidad Nacional de Educaci¨®n a Distancia
Este art¨ªculo fue publicado originalmente en The Conversation.
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