Zona cero
Velatorios sin p¨¦sames, presos sin visitas, taxistas sin trabajo, misas sin feligreses, avenidas sin ning¨²n ruido¡ As¨ª es una capital en cuarentena
Dice Manuel, mientras aprovecha para recoger unas cajas, que el verdadero efecto del coronavirus lo vamos a ver cuando acabe la cuarentena. ¡°La crisis econ¨®mica que viene es tan grande que no nos hacemos una idea¡±, opina. Su restaurante, L¨²a, situado en el madrile?o Chamber¨ª, lleva cerrado tres d¨ªas. ¡°Cerr¨¦ voluntariamente, por responsabilidad. Y calculo que voy a p...
Dice Manuel, mientras aprovecha para recoger unas cajas, que el verdadero efecto del coronavirus lo vamos a ver cuando acabe la cuarentena. ¡°La crisis econ¨®mica que viene es tan grande que no nos hacemos una idea¡±, opina. Su restaurante, L¨²a, situado en el madrile?o Chamber¨ª, lleva cerrado tres d¨ªas. ¡°Cerr¨¦ voluntariamente, por responsabilidad. Y calculo que voy a perder m¨¢s de 300.000 euros¡±. Todav¨ªa no sabe cu¨¢nto deber¨¢ su negocio permanecer cerrado. S¨ª sabe ¡ªo al menos sospecha¡ª que, mucho despu¨¦s de reabrir, todav¨ªa no habremos vuelto a la normalidad. ¡°En lo que a hosteler¨ªa se refiere calculo un a?o para regresar a lo que era. La gente tendr¨¢ que recuperar la confianza, el dinero y los turistas no volver¨¢n por mucho tiempo¡±, dice.
L¨²a est¨¢ cerrado, como todos los locales y comercios. Madrid en cuarentena no es Madrid. Ahora es un ¨¢rea urbana de m¨¢s de seis millones de habitantes en la que se escuchan m¨¢s los p¨¢jaros que el tr¨¢fico. Donde la poca gente que baja al supermercado o a la farmacia habla sin levantar la voz, como si la ciudad estuviese en pausa y cualquier movimiento brusco pudiera devolverla irresponsablemente al bullicio habitual. El silencio que jam¨¢s se hace notar en la capital es el protagonista desde el s¨¢bado. Madrid se ha puesto a hibernar.
Por el Paseo de la Castellana gotean escas¨ªsimos los coches. Y m¨¢s extra?o a¨²n es ver a alg¨²n peat¨®n, como si un director de cine hubiera ordenado despejar la zona y pidiese silencio. Fernando, barrendero, no lleva mascarilla: ¡°Me asombran las avenidas as¨ª. Jam¨¢s lo hab¨ªa visto¡±, cuenta mientras vac¨ªa una papelera. M¨¢s enfadados est¨¢n Pablo y Eric, dos taxistas que matan el tiempo apoyados en la puerta del coche, en una parada junto a la normalmente abarrotada fuente de Neptuno, hoy est¨¢tica como si fuese un decorado. ¡°En un d¨ªa normal, a esta hora, ya hubi¨¦ramos hecho unos 100 euros. Yo no hice nada y ¨¦l, 11¡±, cuenta Pablo. ¡°Estamos muy preocupados¡±. Otro compa?ero, con una mascarilla, dice: ¡°Cuando se baja alguien del taxi me lavo las manos y aireo el coche¡±.
La misma preocupaci¨®n se ve en el rostro de Mar¨ªa, cocinera de un c¨¦ntrico hotel. Se est¨¢ tomando un descanso con dos amigas en la calle de detr¨¢s del edificio. ¡°No tenemos mucho que hacer. Hay muy pocas habitaciones ocupadas, menos del 10%¡±, explica. ¡°En unos d¨ªas nos dir¨¢n que nos vamos todos a la calle. Est¨¢n preparando un ERTE. ?Qui¨¦n va a venir a un hotel en Madrid!¡±.
Cerca de all¨ª, en la iglesia de Jes¨²s de Medinaceli, arranca la misa de las doce. ¡°No se ha suspendido. Tampoco hemos dado ning¨²n consejo concreto¡±, cuenta un trabajador de la parroquia con las manos en la espalda y cara de circunstancias. Dentro, son nueve los feligreses que asisten. ¡°Normalmente a esta misa vienen 250 personas¡±. La voz del cura retumba en un templo vac¨ªo. Cuando llega el momento de darse la paz, el sacerdote se lo salta sin pedir a los presentes que se la den.
En el sur de la ciudad, en la puerta de la Maternidad del hospital 12 de Octubre, una chica embarazada que prefiere no decir su nombre sujeta su barriga mientras camina hacia la entrada. Sale hoy mismo de cuentas. ¡°Me encuentro bien, pero estoy preocupada. Voy a tener un beb¨¦ en una ciudad donde nadie puede tocarse, acercarse o estar en la calle¡±. Las preocupaciones que no salen en las noticias.
A pocos metros de all¨ª est¨¢ el tanatorio Madrid Sur. Como en el resto de servicios funerarios, se han prohibido los velatorios. Un chico joven, con gran amabilidad, explica que el dolor se pasa peor as¨ª: ¡°Ya es un momento dif¨ªcil de por s¨ª, pero que no pueda venir gente a apoyar, a dar un abrazo o a simplemente estar, lo hace m¨¢s complicado a¨²n¡±, cuenta mientras entra en el edificio.
A 25 minutos de Madrid est¨¢ la prisi¨®n de Soto del Real. Llegar hasta all¨ª en un d¨ªa como hoy es r¨¢pido y ¨¢gil. La M-30, la autov¨ªa que, casi siempre rebosante de coches, cruza Madrid, luce hoy despejada como un circuito en pruebas. En los paneles de tr¨¢fico se suceden los mensajes, que nada tienen que ver con los habituales: ¡°Mejor qu¨¦date en casa¡±, leen los pocos conductores que los ven.
Sin visitas en prisi¨®n
En la prisi¨®n varias familias aguardan para visitar a sus familiares. Rafael, madrile?o de 60 a?os, ha venido a ver a su hijo. Le atiende una funcionaria con guantes y mascarilla que le explica que los vis a vis han sido cancelados. Solo se puede ir al locutorio y con una mampara de por medio. ¡°Est¨¢n inquietos con este asunto del coronavirus. Les parece un riesgo la gente que viene de fuera¡±, explica. ¡°F¨ªjate, es al rev¨¦s de como suele ser: ahora tienen ellos miedo de los de fuera¡±, dice Rafael con una sonrisa.
De vuelta al asfalto, en Orcasur, uno de los barrios m¨¢s humildes de la capital, apenas hay vecinos fuera de casa. En el centro se ve m¨¢s gente. Casi todos los que caminan van o vienen al supermercado o la panader¨ªa. Pero tambi¨¦n hay alg¨²n corredor. Intentamos preguntar a alg¨²n runner por qu¨¦ ha salido, pero se niegan a responder. Finalmente, una chica accede: ¡°Necesito despejarme.No aguanto en casa metida todo el d¨ªa. Creo que bajar al parque yo sola, correr y regresar sin tocar a nadie no es peligroso, ?no?¡±.
Otro perfil habitual que rompe la soledad de las calles son los due?os de perros. ?ngeles pasea al suyo mientras porta una mascarilla. ¡°Vivo aqu¨ª mismo. Bajo, el perro hace pis y subo a casa¡±. Despu¨¦s mira y aconseja: ¡°Y ponte una mascarilla, hijo. Cu¨ªdate¡±, se despide. Los escasos turistas son el ¨²ltimo foco de resistencia. ¡°Esto es la plaza de Santa Ana¡±, se escucha a un gu¨ªa. ¡°Y aunque no lo crean, est¨¢ siempre llena de gente¡±. Tres chicas francesas atienden. ¡°Llevamos aqu¨ª varios d¨ªas, llegamos antes de la alerta¡±, cuenta una de ellas. ¡°Y ya que estamos aqu¨ª, queremos conocer Madrid¡±. Y Madrid, vac¨ªa y generosa, se muestra ante ellas. En silencio y a la espera de buenas noticias.
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