Nos acordaremos de este planeta
El espacio en las casas se contrae. Tienes la misma mesa para los deberes, para comer y para un puzle de 1.500 piezas del mapa del mundo, muy propio
Mira que le hab¨ªa dado vueltas a la cuarentena, pero hasta ayer se me hab¨ªa escapado el secreto que encierra: la libertad. Pensamos que somos ciudadanos libres porque estamos acostumbrados a vivir as¨ª, pero en la pr¨¢ctica ahora estamos todos en libertad condicional. Tuve una iluminaci¨®n al leer que han enviado a m¨¢s de 2.000 presos a casa para que cumplan all¨ª la condena. Pero como no hay pulsera electr¨®nica para todos les llaman al fijo de vez en cuando, a ver si est¨¢n. Que ya es algo, porque ...
Mira que le hab¨ªa dado vueltas a la cuarentena, pero hasta ayer se me hab¨ªa escapado el secreto que encierra: la libertad. Pensamos que somos ciudadanos libres porque estamos acostumbrados a vivir as¨ª, pero en la pr¨¢ctica ahora estamos todos en libertad condicional. Tuve una iluminaci¨®n al leer que han enviado a m¨¢s de 2.000 presos a casa para que cumplan all¨ª la condena. Pero como no hay pulsera electr¨®nica para todos les llaman al fijo de vez en cuando, a ver si est¨¢n. Que ya es algo, porque t¨² llamas al n¨²mero del virus y ni te llaman, a ver c¨®mo est¨¢s. Pero sin ser quejica, lo ¨²til ahora es comparar, como siempre: para estos reclusos estar as¨ª en casa es estupendo. Es m¨¢s, es a¨²n mejor que para nosotros, porque saben que los dem¨¢s est¨¢n igual, no hay diferencia.
Llevamos d¨ªas de sigiloso choque con la autoridad. El primer d¨ªa circulaban v¨ªdeos de polic¨ªas enviando gente a casa. A un pescador, un ciclista. La gente se mosqueaba: ?no se puede ir en bici? ?ni pescar? Si est¨¢s a tu bola, no haces nada malo. Esta fricci¨®n es nueva, a ver d¨®nde llega, aunque somos un pueblo muy obediente. Pero ya te llegan historias de gente pac¨ªfica un poco alucinada. Un conocido sali¨® en Madrid a dar una vuelta a la manzana con su hijo, porque no pod¨ªa m¨¢s, y top¨® con un agente. Lo mand¨® para casa, con esta frase: ¡°?Es que no ve que los ni?os son como las ratas en la peste?¡±. Delante del chaval. A m¨ª me habr¨ªan acabado arrestando. Como a los m¨¢s de mil detenidos que llevamos. Supongo que tenemos que tranquilizarnos todos. Los d¨ªas m¨¢s duros coinciden, adem¨¢s, cuando creemos habernos ganado el derecho a cabrearnos.
Son curios¨ªsimos los sutiles contrapesos de la convivencia, lo vemos sin salir de casa. Por ejemplo, hay una secreta satisfacci¨®n cuando el otro pierde los papeles y grita, sobre todo si t¨² lo has hecho antes, como un empate. Amigos que est¨¢n solos a?oran la compa?¨ªa. Quien no lo est¨¢, a ratos pagar¨ªa por estarlo. Al fin y al cabo, una de las m¨¢ximas aspiraciones del ser humano es que le dejen en paz. En esto hay un misterio para la ciencia: los libros tienen un magnetismo que atrae no solo al que lee, sino a los dem¨¢s, que de pronto sienten unos deseos irrefrenables de interrumpirle. No ocurre con otros objetos. Uno puede cortar patatas una hora y nadie le molesta. Aunque basta que est¨¦s solo para desear que alguien te interrumpa. Un amigo que ha salido del hospital ha dado las gracias al personal ¡°por conseguir que las sonrisas traspasen las mascarillas¡±.
El espacio en las casas se contrae. Tienes la misma mesa para los deberes, para comer y para un puzle de 1.500 piezas del mapa del mundo, muy propio. Es extra?amente relajante, detienes un rato la mirada en un ¨¢ngulo muerto de Siberia. Repasas la l¨ªnea internacional del cambio de hora, las min¨²sculas islas de los mares del sur. ¡°Nos acordaremos, de este planeta¡±, dice el precioso epitafio de la tumba de Leonardo Sciascia. Ahora, encerrados, somos m¨¢s conscientes del mundo en que vivimos, y de lo que significa estar vivo. Ver el agua cristalina en los canales de Venecia, una profundidad de siglos hasta ahora cegada, te hace pensar que hemos sido un poco guarros.
Estamos atrapados desde hace d¨ªas en el mismo paisaje que vemos en la ventana. Yo tengo algo de perspectiva, mucha gente tendr¨¢ un pobre espect¨¢culo. Sabes que el mundo est¨¢ m¨¢s all¨¢, pero los edificios te cortan la visi¨®n. Esta tensi¨®n tiene algo poderoso. Giacomo Leopardi deb¨ªa de sentir algo parecido hace ahora 200 a?os. Era un joven taciturno, con joroba, enfermo cr¨®nico, que sol¨ªa subir hasta una colina de su pueblo, donde un seto no le dejaba ver el horizonte. Pero el choque de sus sensaciones ¨ªntimas y de lo que imaginaba detr¨¢s, era una sacudida. Lo describi¨® en uno de los m¨¢s bellos poemas italianos, El Infinito, que concluye: ¡°¡ y lo eterno me invade, y las estaciones muertas, y la presente y viva, y el sonido de ella. As¨ª en esta inmensidad se ahoga mi pensamiento: y el naufragar me es dulce en este mar¡±. En italiano es muy bonito, y para una vez que se puede citar a Leopardi: ¡°...e il naufragar m'¨¨ dolce in questo mare¡±.
Bajo la monoton¨ªa de estos d¨ªas terribles palpita una vitalidad arrebatadora, el deseo de que esto termine, porque terminar¨¢, y el c¨²mulo de prop¨®sitos que nos hacemos, de vivir mejor la vida, de no dar importancia a lo que no la tiene. Naturalmente olvidaremos todo en la primera resaca, que ser¨¢ mundial, pero algo quedar¨¢. Escr¨ªbanlo en un papel en la nevera, para acordarse.
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