¡°Una mujer ha fallecido y nadie se ha dado cuenta¡±: el relato de un trabajador de una residencia
En ¡®Historias de la pandemia¡¯, este lunes EL PA?S ha seleccionado entre las cartas de los lectores el testimonio de un empleado en un asilo
EL PA?S publica una selecci¨®n de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitaci¨®n de la redacci¨®n.
Diario de la guerra invisible:
Llegas por la ma?ana a la residencia, rezas por que hoy sea ese buen d¨ªa que tanto estamos esperando. Acudes a la planta y observas que casi todos los trabajadores son nuevos y no hay organizaci¨®n. Intentas poner orden y, mie...
EL PA?S publica una selecci¨®n de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitaci¨®n de la redacci¨®n.
Diario de la guerra invisible:
Llegas por la ma?ana a la residencia, rezas por que hoy sea ese buen d¨ªa que tanto estamos esperando. Acudes a la planta y observas que casi todos los trabajadores son nuevos y no hay organizaci¨®n. Intentas poner orden y, mientas las auxiliares empiezan a repartir desayunos, intentas dar la medicaci¨®n. Acudes a una habitaci¨®n y encuentras que una mujer ha fallecido y nadie se ha dado cuenta. El equipo sanitario acude tarde porque solo hay una enfermera, ya que su compa?era ha decidido ausentarse en su primer d¨ªa de trabajo, no hacen m¨¢s que cubrir con una s¨¢bana el cuerpo.
Sales de la planta y empiezas a realizar cambios de habitaci¨®n para tener a las personas positivas separadas de las negativas. Recogiendo los enseres de un residente avisan de que ha fallecido en el hospital. Pasas los objetos de una bolsa de pl¨¢stico a una caja con su nombre rotulado.
Ayudas a dar la comida y la se?ora X te informa de que ha decidido dejar de comer y que mejor se mete en la cama. La se?ora Y intenta morderte un brazo mientras le retiras el plato y la se?ora Z te agradece todo lo que est¨¢s haciendo y se echa a llorar porque hace m¨¢s de 50 d¨ªas que no ve a su hijo.
Comes. La mujer que lleva el personal se echa a llorar porque no puede con tanto trabajo, tanto desorden y tantos problemas. Los dem¨¢s la miramos sin ni siquiera poder acercarnos a darle un abrazo, tan solo nuestras palabras de apoyo. Otra llora porque un familiar le ha mandado un v¨ªdeo de su sobrino de pocos a?os y se da cuenta de que hace mucho tiempo que no le ve. Luego tomas un caf¨¦, recuerdas una an¨¦cdota de algo gracioso, te r¨ªes, coges fuerzas.
Intentas dar de merendar a una se?ora que no consigue tragar. A la s¨¦ptima cucharada abandonas y sabes que esa persona no va a comer, pero que sigue luchando por seguir viviendo. Acudes a una reuni¨®n con todo el equipo, ves que los problemas son muchos y que hay pocas soluciones realistas. Intentas sacar tiempo para realizar unas pocas videollamadas para que los familiares vean a esa persona que quieren sin saber que quiz¨¢s es la ¨²ltima vez que le ven con vida. A los pocos minutos aparecen las preguntas: ?C¨®mo vais? ?Cu¨¢nta gente tiene coronavirus en la residencia? ?Se han muerto muchos? ?Mi madre est¨¢ a salvo? No sabes bien qu¨¦ responder. Muchos nos mandan ¨¢nimos, otros nos juzgan desde la distancia.
Llega la cena. Repartes, das la comida en boca, vigilas que todo vaya bien. Ayudas a lavar los platos mientras los auxiliares van acostando a los residentes tras un d¨ªa duro. Tiras el EPI [equipo de protecci¨®n] y notas que tienes el cuerpo empapado en sudor.
Vas por la calle y escuchas los aplausos, pero por dentro sabes que las personas que nos dedicamos a la geriatr¨ªa somos la quinta mierda y que cuando pase esta crisis, lo seguiremos siendo.
Te acuestas y rezas por que ma?ana sea un buen d¨ªa, de esos que tanto estamos esperando.
Los sanitarios se merecen m¨¢s
Mar¨ªa Luisa Mu?oz Sanz / Cuenca
Soy la madre an¨®nima de un sanitario an¨®nimo que presta sus servicios como enfermero en un hospital madrile?o desde hace ya cinco a?os. Como tantas madres, padres y familiares de m¨²ltiples de sanitarios, hoy, al escuchar la noticia de que este Gobierno concede el Princesa de Asturias de la Concordia a todos los sanitarios, no he podido evitar una emoci¨®n infinita y un orgullo por todos ellos, por mi hijo, por la labor que han hecho todos estos meses desde que comenz¨® la crisis sanitaria causada por la covid-19. Un reconocimiento enorme pero insuficiente.
Como tanta gente, llevo sin estar presencialmente con mi hijo desde el mes de febrero, concretamente, desde el d¨ªa 1 hasta hoy. ?l est¨¢ solo viviendo en Madrid, lejos de su familia, de sus amigos, de todo su entorno. Pero no con miedo. ?l nunca ha sentido miedo, todo lo contrario, siempre ha sido ¨¦l el que nos ha estado animando y alentando en estos duros d¨ªas, semanas, meses. No nos dejaba pensar que estaba atrincherado en primera l¨ªnea de fuego, con pocos recursos, con una pistola sin balas, exponiendo su vida solo porque le gusta su trabajo, lo que hace, por su gran humanidad.
Cuando todo esto vaya remitiendo, los hospitales se descongestionen, en las UCI queden camas libres, las ambulancias dejen de sonar sus sirenas, en los tanatorios queden salas libres para velar a los fallecidos¡ Entonces ellos, los sanitarios, seguir¨¢n ah¨ª en sus puestos de trabajo precarios, con contratos mes a mes, trimestre a trimestre, de vacaciones de verano, de ampliaciones de plantillas en tiempo en que, en los grandes hospitales, aumentan las camas por gripe com¨²n. Sin poder hacer planes de futuro, sin poder alquilar solos un piso en Madrid por su coste exorbitado, compartiendo vivienda con gente desconocida. Esperando una OPE (en algunas comunidades aut¨®nomas) 10 a?os para ni siquiera tener opciones de aprobarla y obtener una plaza ni aun sacando un sobresaliente.
Muchos de estos sanitarios, con su Princesa de Asturias de la Concordia conseguido por haberse jugado la vida una y otra vez al ir al hospital o al centro de salud, tendr¨¢n que volver a examinarse una, otra y otra vez en diferentes comunidades aut¨®nomas, con tropecientosmil aspirantes m¨¢s. Tendr¨¢n que contestar las 100 o 200 preguntas tipo test, algunas absurdas, dicho sea de paso. Y tendr¨¢n que demostrar as¨ª, con este examen (convocado por cada Comunidad Aut¨®noma cuando tengan suficiente presupuesto para ello), que son aptos para ejercer su profesi¨®n, que son dignos de una plaza fija, de un trabajo seguro.
Y yo me pregunto, ?no han demostrado con creces ya, despu¨¦s de estar luchando contra el coronavirus en esta pandemia, que lo son? ?No han demostrado que tienen competencia suficiente en su profesi¨®n? ?No han cumplido con su trabajo sin desfallecer? ?No nos han mostrado de la pasta que est¨¢n hechos? ?No se merecen no pasar por esa criba de OPE cualquiera?
A quien corresponda pido que los premien, que los premien de verdad, como se merecen, con contratos decentes, plazas fijas, d¨¢ndoles un incentivo que les merezca la pena, ampliando los presupuestos de Sanidad para que nunca m¨¢s falten medios materiales y humanos. Para que cada paciente que ingrese en un hospital no encuentre el servicio de urgencias colapsado, para que puedan darle de inmediato una cama en planta, para que los sanitarios no tengan que reutilizar mascarillas y no se hagan los EPI con bolsas de basura. Para que nunca tenga que ense?arnos una pandemia el precario estado en el que se encuentran los hogares de nuestros mayores, las residencias.
Son merecedores de ese premio, pero se merecen m¨¢s, mucho m¨¢s.
Firma: La madre de un sanitario cualquiera
Todo el amor del mundo en una tortilla de patatas
David Vicente / Madrid
Mi madre so?¨® con ser modista. Tambi¨¦n con leer muchos libros. Pero no siempre desearlo, en contra de lo que cuentan algunos, es suficiente para poder conseguirlo. La vida a veces nos tiene reservados sus propios vericuetos y sus propias trampas. A ella le regal¨® una posguerra en una zona deprimida con todo lo que eso conlleva. La escuela no es una prioridad cuando hay que arrimar el hombro en casa: trabajar en el campo recogiendo la poca cosecha y cuidar de tus hermanos, ni?os igual que ella.
Mi madre segu¨ªa so?ando que era modista mientras zurc¨ªa con poca luz y mucho amor las prendas de faena y daba de comer al cerdo y las gallinas que, con suerte, les alimentar¨ªan todo el a?o; y al caballo que colaboraba en el arado. Despu¨¦s, si ten¨ªa tiempo, cos¨ªa botones en ovillos de lana y fing¨ªa que eran mu?ecas con ojos con las que jugar por las noches. Ya de mayor, mi madre nos tej¨ªa jers¨¦is, gorros, bufandas y guantes de colores. Incluso muchos m¨¢s de los que necesit¨¢bamos. Prendas de lana gruesa que te hac¨ªan sudar en invierno. Las madres, mi madre, siempre quieren que est¨¦s caliente. Supongo que es una forma como cualquier otra de abrazarte (esos abrazos que ahora tanto se echan de menos).
Hoy creo, sin duda, que debe ser la mejor manera. Se empe?¨® en que yo estudiase todo lo que ella no hab¨ªa podido y en que leyese todos los libros que quiso leer y, cuando lo consigui¨®, me pidi¨® que la ense?ase a ella. Una lecci¨®n de coraje y valent¨ªa, sin duda. Ahora escribo los libros que ella so?¨® leer, porque en realidad le pertenecen m¨¢s a ella que a m¨ª. Mi madre hac¨ªa tortillas de patatas con espinacas para sus nietos porque sab¨ªa que les encantaban y les recog¨ªa en el colegio con galletas y caramelos en los bolsillos. Hac¨ªa tantas tortillas como jers¨¦is tej¨ªa. Hoy s¨¦ (siempre lo supe) que todo el amor del mundo se puede condensar en una tortilla de patatas.
Mi madre se desprendi¨® de sus sue?os y cuid¨® de los nuestros, porque eso es lo que siempre hizo desde ni?a, porque eso es lo que le ense?aron, porque eso es lo que mejor sab¨ªa: cuidar de su gente. Mi madre era feliz cuando se miraba en un espejo, que ¨¦ramos nosotros, y nos ve¨ªa felices. Era feliz cuando debat¨ªamos alrededor de una mesa, un domingo cualquiera mientras preparaba caf¨¦, de cosas que no entend¨ªa. No le hac¨ªa falta para comprender cu¨¢l era el verdadero significado de esas reuniones. Ayer se fue sola, de manera cruel, inhumana, presa de sus miedos y sin el afecto de los suyos. Con un funeral indigno. Una prueba m¨¢s de que la vida no entiende de justicia, ni po¨¦tica ni de ning¨²n otro tipo. Nos queda todo lo que ella nos dio, que es todo lo que las palabras no alcanzan a expresar y puede que lo ¨²nico verdaderamente importante. Como sus sue?os de modista, como sus tortillas de patatas con espinacas, como sus jers¨¦is, como sus zurcidos, como sus bolsillos llenos de galletas y caramelos... Nos queda todo esto, que no es poco, y un m¨ªsero homenaje, que nos redima de este sinsentido, en una red social que jam¨¢s conoci¨® y jam¨¢s necesit¨®; sab¨ªa que cualquier cosa importante nunca se puede encerrar en ning¨²n lugar virtual. Te echaremos mucho de menos y te querremos siempre, mam¨¢. All¨¢ donde vayas, estar¨¢ pap¨¢ esper¨¢ndote. ?Qu¨¦ la tierra te sea leve!
Fernando, mucho m¨¢s que un entrenador
Blanca Castro Valdivia / A Coru?a
A Fernando, un maestro:
D¨¦cada de los 70. Lugo. Colegio religioso femenino Compa?¨ªa de Mar¨ªa. Reuni¨®n de la asociaci¨®n de padres en el sal¨®n de actos. Se presenta Fernando, unos 30 a?os, pelo negro rizado, gafas gruesas de pasta negra. Ante unos desconcertados y recelosos padres propone organizar una actividad deportiva extraescolar: baloncesto. Con su entusiasmo, determinaci¨®n y carisma logra convencer a los padres y, d¨ªas despu¨¦s, a un buen grupo de ni?as de todas las edades. Ni?as que hac¨ªan gimnasia con zapatillas de lona sin cordones se compran sus primeras deportivas. Empiezan los entrenamientos, los partidos y las ligas escolares. Y de paso, ?por qu¨¦ no? campeonatos de atletismo y carreras de campo a trav¨¦s, bajo la lluvia, corriendo sobre barro. El deporte, y sobre todo el baloncesto, ocup¨® un lugar muy importante en nuestra adolescencia y nos dej¨® un mont¨®n de recuerdos inolvidables.
Cuarenta a?os despu¨¦s un n¨²mero desconocido me incorpora a un chat de wasap. Fernando, nuestro querido Fernando, est¨¢ en la UCI con coronavirus; lleva tanto tiempo que sus ¨¢nimos flaquean. Una de aquellas ni?as, Nuria, toma la iniciativa de conectarnos para mandarle nuestro cari?o. ?Cu¨¢ntos recuerdos se agolpan en mi mente! Y se suceden los v¨ªdeos en el chat. Somos ya mujeres de m¨¢s de 50 a?os, con recorridos vitales distintos, pero con un sentimiento com¨²n de afecto y agradecimiento. Una enorme gratitud porque Fernando fue mucho m¨¢s que un entrenador; fue maestro, amigo, confidente y referente. Contribuy¨® a nuestra formaci¨®n como personas al inculcarnos la afici¨®n al deporte y, a trav¨¦s de ¨¦l, los valores del compa?erismo, el trabajo en equipo, la disciplina, el esfuerzo, la tenacidad y el af¨¢n de superaci¨®n.
Fernando, el ¨²nico hombre en un colegio de mujeres, inici¨® un proyecto que a?os m¨¢s tarde culminar¨ªa con la fundaci¨®n del equipo Ensino, que lleg¨® a jugar en primera divisi¨®n. Pero sobre todo, fue una de esas personas que cuando pasa por tu vida te deja huella, moldea tu forma de ser y formar¨¢ siempre parte de tu historia.
Gracias Fernando.
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