No apagar la tele para vivir con alguien
Durante el confinamiento yo viv¨ª en una casa donde la tele no se quitaba
Hay casas en Espa?a donde antes de encender la primera luz, se enciende la televisi¨®n. El sal¨®n, que todav¨ªa es un de un azul crepuscular, se pone azul informativos. Alguien orina encima de la sinton¨ªa de las primeras noticias. Se extiende por la casa el ¡°buenos d¨ªas¡± de un presentador que ya se ha duchado, se ha vestido, se ha peinado y ha desayunado. En la tele siempre se levantan antes que cualquiera. Y ah¨ª empieza la complicidad. En las casas donde la tele no se vuelve a apagar en todo el d¨ªa, existe una complicidad absoluta con es...
Hay casas en Espa?a donde antes de encender la primera luz, se enciende la televisi¨®n. El sal¨®n, que todav¨ªa es un de un azul crepuscular, se pone azul informativos. Alguien orina encima de la sinton¨ªa de las primeras noticias. Se extiende por la casa el ¡°buenos d¨ªas¡± de un presentador que ya se ha duchado, se ha vestido, se ha peinado y ha desayunado. En la tele siempre se levantan antes que cualquiera. Y ah¨ª empieza la complicidad. En las casas donde la tele no se vuelve a apagar en todo el d¨ªa, existe una complicidad absoluta con esa gente, la gente de la tele, que est¨¢ presente desde que se necesita hasta que ya no hace falta. En esas casas, que son millones, los compa?eros de piso se llaman Ana Rosa, Ferreras, Jorge Javier, Wyoming, Sobera, etc¨¦tera.
Me cont¨® un amigo que encontraron detr¨¢s de la televisi¨®n de su abuela un platito con un s¨¢ndwich de jam¨®n y queso que llevaba unos d¨ªas apoyado sobre los cables. La explicaci¨®n de su abuela, desde la demencia pero, sobre todo, desde la complicidad con la gente de la tele con la que llevaba a?os viviendo, fue que lo que m¨¢s le gustaba a no s¨¦ qu¨¦ presentador de La Sexta eran los s¨¢ndwiches que ella le hac¨ªa. ?Para qu¨¦ le iban explicar a la abuela d¨®nde acaba la realidad y empieza la televisi¨®n? A ella las personas de la tele le acompa?an todo el d¨ªa, le cuentan secretos, qu¨¦ tiempo va a hacer ma?ana y le desean que sea muy feliz. Sus nietos le llaman los domingos. ?Qui¨¦n se merece m¨¢s el s¨¢ndwich?
Cuando la tele no se apaga nunca hay una energ¨ªa doble, como si se dieran dos obras de teatro simult¨¢neas. Est¨¢ lo que sucede en la casa (suena el timbre, entra un se?or, se quema la cena, se rompe una silla...) y lo que sucede en la tele (aplausos del p¨²blico de Murcia, se trincha una exclusiva, alguien se abandona el plat¨®, dos tertulianos se llaman fascistas). A veces, los argumentos de las dos obras confluyen y lo que pasa en la tele termina rebotando en la casa y viceversa (alguien abandona el sal¨®n, otro llama fascista a un tertuliano¡), pero la complicidad resiste.
La casa donde la tele no se apaga no es s¨®lo la casa de la abuela, o la del vecino mis¨¢ntropo, a veces es la casa de cualquiera. Durante el confinamiento yo viv¨ª en una casa donde la tele no se apagaba. Y usted, recon¨®zcalo. No pecamos de ponerles un trozo de empanada gallega tras la televisi¨®n a nadie, pero cada uno busc¨® en el canal o la plataforma que fuera el compa?ero de piso ideal para poner en marcha alg¨²n argumento que animara el de la vida. De cara a este oto?o de confinamientos yo he pensado mi f¨®rmula ideal: no apagar la tele, pero s¨ª el volumen. Con la tele en mute podr¨¦ leer acompa?ado, que es lo que m¨¢s me gusta.
Alberto Otto es autor de Un chalet en la Gran V¨ªa (Terranova)