Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez seduce al p¨²blico con la lectura de un cuento in¨¦dito
El pr¨®ximo libro del premio Nobel colombiano estar¨¢ integrado por cinco relatos
Se habl¨® mucho ayer en el Foro de la Sociedad General de Autores (SGAE) sobre La fuerza de la creaci¨®n iberoamericana de las estrategias culturales en un mundo global, del papel de los pol¨ªticos en la creaci¨®n, de la educaci¨®n, de la integraci¨®n... N¨²meros, datos y problemas, todo muy interesante, pero que quedaron difuminados ante la voz de la literatura. La Casa de Am¨¦rica de Madrid estaba abarrotada, y se hizo el silencio m¨¢s absoluto cuando Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez ley¨® un cuento in¨¦dito de su pr¨®ximo libro, que estar¨¢ integrado por otros cuatro cap¨ªtulos.
"Vengo a esta convocatoria de zapatero a tus zapatos. Me han tratado de una forma que no merezco". Algo molesto, pero con su habitual buen humor, se quej¨® de los "colegas" de la prensa por las cr¨ªticas recibidas tras el acto de inauguraci¨®n del Foro Iberoamericano de la SGAE; explic¨® a los periodistas que no sab¨ªa de d¨®nde hab¨ªa salido la afirmaci¨®n de que ¨¦l iba a participar en la apertura del Foro con Jos¨¦ Saramago, ya que ten¨ªa previsto desde el principio intervenir ayer en la clausura.El p¨²blico, entre el que se hallaban el ex presidente del Gobierno Felipe Gonz¨¢lez y el ministro de Educaci¨®n y Cultura, Mariano Rajoy, estall¨® en aplausos. Gabo pidi¨® silencio y rog¨® a quienes se aburriesen que salieran sin hacer ruido para no despertar a los que se hubieran dormido. Risas, carcajadas y m¨¢s aplausos; evidentemente, nadie abandon¨® el anfiteatro de la Casa de Am¨¦rica.
El cuento que ley¨® es el primer cap¨ªtulo de un pr¨®ximo libro que estar¨¢ integrado por otros cuatro cap¨ªtulos o relatos. Lo estuvo corrigiendo hasta el ¨²ltimo momento y sigui¨® haciendolo despu¨¦s del encuentro y lo har¨¢ hasta que est¨¦ publicado el libro. Se titular¨¢ En agosto nos vemos
Garc¨ªa M¨¢rquez escribe maravillosamente y es a¨²n mejor contando sus cuentos. No se oy¨® ni una tos, ni una respiraci¨®n, e incluso los alevosos tel¨¦fonos m¨®viles permanecieron milagrosamente en silencio.
"Volvi¨® a la isla el 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde. Llevaba una camisa de cuadros escoceses, pantalones de vaquero, zapatos sencillos de tac¨®n bajo y sin medias, una sombrilla de raso y, como ¨²nico equipaje, un malet¨ªn de playa. En la fila de taxis del muelle fue directo a un modelo viejo y carcomido por el salitre. El ch¨®fer la recibi¨® con un saludo de viejo conocido y se lanz¨® dando tumbos a trav¨¦s del pueblo indigente, con casas de bahareque y techos de palma amarga, y calles de arenas blancas frente a un mar ardiente". As¨ª empieza el cuento que narra la historia de una mujer de 52 a?os y con 23 de "matrimonio bien avenido con un marido que la amaba, y con el cual se cas¨® sin terminar la carrera de leyes, todav¨ªa virgen y sin noviazgos anteriores".
Ana Magdalena Bach cada a?o viajaba sola a una isla caribe?a para llevar un ramo de "gladiolos frescos" a la tumba de su madre, enterrada en el cementerio de los pobres 29 a?os antes. Era una promesa que no hab¨ªa dejado de cumplir (la ¨²nica condici¨®n que puso en su matrimonio). Le contaba sus preocupaciones y, de una manera u otra, por diferentes v¨ªas, ella interpretaba las contestaciones que le daba la madre muerta. Ese viaje anual, rutinario casi, fue diferente a todos los anteriores, primero porque Ana Magdalena se encontr¨® con la sorpresa de que el cementerio iba a ser clausurado y que deb¨ªa llevarse los restos de su madre a otro lugar. Y, sobre todo, porque surgi¨® lo imprevisto, una aventura que ella jam¨¢s se hab¨ªa atrevido a so?ar. "El mundo cambi¨® desde el primer sorbo. Se sinti¨® bien, p¨ªcara, alegre, capaz de todo, y embellecida por la mezcla sagrada de la m¨²sica con el alcohol. Pensaba que el hombre de la mesa de enfrente no la hab¨ªa mirado, pero cuando ella lo mir¨® por segunda vez despu¨¦s del primer sorbo de ginebra lo sorprendi¨® mir¨¢ndola. ?l se ruboriz¨®. Ella, en cambio, le sostuvo la mirada mientras ¨¦l mir¨® el reloj de leontina, lo guard¨® impaciente, mir¨® hacia la puerta, se sirvi¨® otro vaso, ofuscado, porque ya era consciente de que ella le miraba sin clemencia. Entonces la mir¨® de frente. Ella le sonri¨® sin reservas, y ¨¦l la salud¨® con una leve inclinaci¨®n de cabeza. Entonces ella se levant¨®, fue hasta su mesa, y lo asalt¨® con una estocada de hombre".
Los asistentes al Foro siguieron el relato, espl¨¦ndido, con el aliento contenido, hasta su amargo final. Muchos hubieran, hubi¨¦ramos, querido seguir escuchando por mucho, mucho tiempo a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.
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