Somos un pa¨ªs racista
No es casual que justamente los departamentos con mayor¨ªas de poblaci¨®n ¨¦tnica y racializada tengan los m¨¢s altos ¨ªndices de pobreza y necesidades b¨¢sicas insatisfechas
Somos un pa¨ªs racista. Y aunque para algunos ha sido claro desde siempre, la arraigada costumbre de usar eufemismos para ocultar los problemas m¨¢s serios, de tapar y no nombrar lo que salta a la vista, nos ha mantenido en la idea de que aqu¨ª todos somos iguales y vivimos en una armon¨ªa racial. El racismo es otro Bruno del que no se hablaba en Colombia. ...
Somos un pa¨ªs racista. Y aunque para algunos ha sido claro desde siempre, la arraigada costumbre de usar eufemismos para ocultar los problemas m¨¢s serios, de tapar y no nombrar lo que salta a la vista, nos ha mantenido en la idea de que aqu¨ª todos somos iguales y vivimos en una armon¨ªa racial. El racismo es otro Bruno del que no se hablaba en Colombia. Dos o tres esc¨¢ndalos al a?o sobre alg¨²n personaje de la televisi¨®n, la negaci¨®n del ingreso a una persona negra a un restaurante o una discoteca, o sobre alg¨²n comentario de un pol¨ªtico o un influenciador causan un par de d¨ªas de revuelo en las redes, alguna entrevista en un medio nacional y dependiendo de qui¨¦n sea el afectado, una columna airada; y hasta ah¨ª llegaba la cosa. En varios esc¨¢ndalos, los comentarios van de la indignaci¨®n a la defensa de las buenas intenciones de los acusados de racismo y a la cr¨ªtica a las reacciones de los afectados y los movimientos afro, sacando a flote la amplia experiencia que tambi¨¦n tiene este pa¨ªs en culpar a las v¨ªctimas.
El hecho sin precedentes, de tener cinco candidatos afro a la vicepresidencia, no solo ha venido a aportar un nuevo matiz a la contienda electoral, sino que ha puesto el racismo en el centro de muchas conversaciones, con un poco m¨¢s de trascendencia que los esc¨¢ndalos espor¨¢dicos. Incluyendo, por supuesto, sus propios esc¨¢ndalos por expresiones y manifestaciones concretas de algunos personajes; pero, por fortuna, planteando tambi¨¦n preguntas m¨¢s profundas, sobre las causas de este suceso y lo que representa para las comunidades afro en t¨¦rminos pol¨ªticos y sociales, sobre los perfiles e inclinaciones ideol¨®gicas de los candidatos y sobre el modo como recibe el pa¨ªs su presencia en la contienda y eventualmente en la Casa de Nari?o. Un gran salto, pienso yo, en la necesidad de nombrar eso que ha sido ocultado. Un avance, adem¨¢s, en la participaci¨®n afro en altos cargos del gobierno que en general se ha limitado a una instrumentalizaci¨®n para cumplir con un mensaje de inclusi¨®n en t¨¦rminos ¨¦tnicos y con frecuencia de g¨¦nero: mujeres afro ocupando el Ministerio de Cultura.
Para hablar del racismo de Colombia tendr¨ªamos que ponernos de acuerdo en unos m¨ªnimos sobre este concepto tan complejo, que ha ido cambiando a lo largo de la historia y que indiscutiblemente debe ser abordado considerando una suma de elementos contextuales. Es posible, sin embargo, coincidir en que el racismo es un sistema de creencias, una suma de ideas instaladas en los individuos y las sociedades de manera consciente e inconsciente, en las que se percibe de menor valor y se define bajo una lista de estereotipos a un grupo de personas por su apariencia f¨ªsica o pr¨¢cticas culturales asociadas a asuntos raciales.
Contrario a lo que muchos creen, las ideas que contiene este sistema de creencias no son naturales ni se instalaron y difundieron de manera aleatoria; han sido impuestas deliberadamente a lo largo de la historia con el prop¨®sito de justificar las pr¨¢cticas esclavistas en el marco del colonialismo y el imperialismo. La religi¨®n, la filosof¨ªa, la ciencia y el derecho han sido fundamentales para hacer creer, por ejemplo, que algunos tenemos menor capacidad cognitiva y somos m¨¢s resistentes a ciertas condiciones clim¨¢ticas, lo que nos convierte en aptos para ciertos oficios y actividades. Han ubicado ciertos rasgos fenot¨ªpicos y ciertas pr¨¢cticas culturales en la categor¨ªa de lo indeseable, inculto y no correspondiente con las caracter¨ªsticas est¨¦ticas hegem¨®nicas.
Creo que hasta este punto es bastante f¨¢cil de comprender, el asunto es que ubicamos el racismo como un fen¨®meno que se da lejos de nosotros. Creemos que son ideas de hace siglos, que ya no son vigentes, creemos que les pasa a las personas de otros continentes y olvidamos que la vida diaria en Colombia para una persona afro o ind¨ªgena est¨¢ plagada de racismo, en lo estructural y en lo cotidiano, que son las formas en las que ese sistema de creencias se materializa. Todo esto pasa, aunque en t¨¦rminos legales Colombia es un pa¨ªs en el que somos iguales, donde se reconocen en la Constituci¨®n la plurietnicidad, la multiculturalidad y la soberan¨ªa de los pueblos originarios y las comunidades negras sobre su territorio.
Para entender el racismo estructural en Colombia basta analizar los casos de los departamentos de Guajira y Choc¨®: no es casual que justamente los departamentos con mayor¨ªas de poblaci¨®n ¨¦tnica y racializada tengan los m¨¢s altos ¨ªndices de pobreza y necesidades b¨¢sicas insatisfechas. Ning¨²n pol¨ªtico o empleado estatal lo admitir¨ªa p¨²blicamente, pero son justamente las ideas racistas de que estos pueblos son primitivos, que no est¨¢n interesados en la educaci¨®n y que su vocaci¨®n es el trabajo en actividades extractivistas como la miner¨ªa, las que llevan a que estos no sean priorizados en inversiones que permitan su plena garant¨ªa de derechos. Hay un desconocimiento absoluto por parte del Estado de la historia de exclusi¨®n y de racismo que pesa sobre estos pueblos, que exige acciones deliberadas para cerrar las profundas brechas que los separan de los niveles m¨ªnimos para tener condiciones de vida digna. Mientras el resto del pa¨ªs ha avanzado sustancialmente en temas como el analfabetismo, la desnutrici¨®n o la mortalidad materno infantil, en estos departamentos siguen siendo problemas del d¨ªa a d¨ªa, que afectan a altos porcentajes de su poblaci¨®n.
En la vida cotidiana estamos plagados de pr¨¢cticas racistas completamente normalizadas: en el lenguaje, el modo de nombrar a los otros, h¨¢bitos como cambiarse de acera si viene un afro porque a simple vista denota peligro y ni qu¨¦ hablar de la violencia policial o los recurrentes actos racistas en los procesos laborales o en procesos de arrendamiento, en los que se atreven a expresar de manera abierta que prefieren que las personas no sean afros. La literatura colombiana, desde Jorge Isaacs, pasando por Soledad Acosta de Samper y hasta las m¨¢s recientes novedades, est¨¢ plagada de estereotipos, al igual que los textos cient¨ªficos y pol¨ªticos, sobre los que nos ilustra bastante bien el historiador Alfonso M¨²nera. Los medios de comunicaci¨®n no se quedan atr¨¢s, ninguno se ha salvado de alg¨²n tipo de blackface, de caricaturas vergonzosas, de la exotizaci¨®n, hipersexualizaci¨®n y estereotipaci¨®n en el uso del lenguaje y el manejo de las im¨¢genes, de la inequitativa representaci¨®n de la diversidad ¨¦tnica del pa¨ªs, pero sobre todo en la ausencia total de cr¨ªtica a la extensa lista de manifestaciones racistas en los diversos escenarios de la vida p¨²blica nacional.
Tener cinco l¨ªderes afro en el debate p¨²blico, aspirando a un cargo importante para toda la poblaci¨®n colombiana, m¨¢s all¨¢ de servirnos para poner en evidencia la crudeza del racismo instalado en el pa¨ªs, deber¨ªa llevarnos a plantear preguntas de fondo sobre el Estado y la manifestaci¨®n de nuestro sistema de creencias con relaci¨®n a las minor¨ªas ¨¦tnicas y culturales y, en consecuencia, cuestionar las manifestaciones excluyentes estructurales y de la vida cotidiana, tanto en espacios p¨²blicos como privados. Mientras tanto, ante una eventual elecci¨®n de un o una vicepresidente afro, el debate deber¨¢ centrarse en su capacidad de gesti¨®n y en sus actuaciones pol¨ªticas como cualquier otro vicepresidente, sin que las cr¨ªticas pasen por su apariencia o los prejuicios con los que son evaluadas las pr¨¢cticas culturales del pueblo al que pertenece.