Rep¨²blica de lacayos
Un gobierno de calidad deber¨ªa fomentar, en vez de censurar, la existencia de contradictores
En 1972, cuando Misael Pastrana Borrero era presidente de Colombia, el Departamento Administrativo de Seguridad ¡ªDAS¡ª expidi¨® una resoluci¨®n en la que prohib¨ªa que ¡°personas con aspecto de hippie¡± pudieran ingresar al pa¨ªs.
Como era previsible, la medida caus¨® una confusi¨®n may¨²scula. En los despachos de los aeropuertos los funcionarios no dejaban de preguntarse una y otra vez: ?pero qu¨¦ es tener aspecto de hippie? ?Usar el pelo largo? ?Vestir con jeans o falda florida? ?Llevar pulseras? ?Chaquiras? ?Cargar en la mano un ejemplar de El lobo estepario?
Sabr¨ªamos poco de est...
En 1972, cuando Misael Pastrana Borrero era presidente de Colombia, el Departamento Administrativo de Seguridad ¡ªDAS¡ª expidi¨® una resoluci¨®n en la que prohib¨ªa que ¡°personas con aspecto de hippie¡± pudieran ingresar al pa¨ªs.
Como era previsible, la medida caus¨® una confusi¨®n may¨²scula. En los despachos de los aeropuertos los funcionarios no dejaban de preguntarse una y otra vez: ?pero qu¨¦ es tener aspecto de hippie? ?Usar el pelo largo? ?Vestir con jeans o falda florida? ?Llevar pulseras? ?Chaquiras? ?Cargar en la mano un ejemplar de El lobo estepario?
Sabr¨ªamos poco de este episodio de no ser porque Juan Serrano, el conductor del podcast Lanoficcion.com, rescat¨® tiempo atr¨¢s una carta en el Archivo General de la Naci¨®n que, adem¨¢s de ser extraordinaria en s¨ª misma, resulta todav¨ªa m¨¢s valiosa porque quien la firma no era un criptosubversivo, un digamos simpatizante encubierto de la Cuba castrista o de las Farc, sino el entonces embajador de Colombia en Panam¨¢, amigo personal de Alfonso L¨®pez Michelsen y fundador, junto a otros pol¨ªticos, del Movimiento Revolucionario Liberal ¡ªMRL¡ª. Como quien dice, un miembro probado y requetecontraprobado del establecimiento de la ¨¦poca.
Jaime Ucr¨®s Garc¨ªa, el autor del oficio, empezaba recordando que, si bien la orden impartida por el DAS ten¨ªa fundamento legal pues todas las naciones del mundo se reservan el derecho de admisi¨®n en su territorio, en ese caso hab¨ªa que considerar la posibilidad muy cierta de que se cometieran ¡°atropellos e injusticias contra personas distinguidas (profesionales, estudiantes, turistas, etc.), que por el solo hecho de usar cabellos largos, frondosas barbas y vestidos de dril [pudieran ser confundidos] con aquellos elementos indeseables que, escudados bajo el r¨®tulo de hippies, se pasean muy orondos por las calles y caminos de nuestro pa¨ªs¡±.
¡°Esta determinaci¨®n del DAS¡± ¡ªargumentaba Ucr¨®s¡ª, ¡°interpretada muy a la ligera como ha venido ocurriendo, causa enormes perjuicios a la industria del turismo en cuyo desarrollo estamos tan interesados¡±. Pero ese da?o, segu¨ªa diciendo el pol¨ªtico huilense, era una simple bagatela si consider¨¢bamos que la medida convert¨ªa en objeto de mofa universal a las autoridades colombianas. ¡°Pretender medir la capacidad delictiva de un var¨®n, a estas horas de la vida, por el largo de su cabellera o lo corto de su pantal¨®n equivaldr¨ªa, m¨¢s o menos, a determinar la virginidad de una mujer por la minifalda, la maxifalda o el bikini¡±.
Aunque la carta de Ucr¨®s parezca una refutaci¨®n, cincuenta a?os antes, de todos los embelecos en que anda embarcado el actual neoconservadurismo colombiano, su importancia se aprecia mucho mejor cuando se examina en el contexto de una exasperada pol¨ªtica como la nuestra.
En un mundo en que se nos recomienda ¡°rodear al presidente¡± casi a diario y en que hasta la m¨¢s insignificante disidencia se asume como traici¨®n a la patria, esa carta viene a ser un magn¨ªfico recordatorio de lo decisivo que es contar con gente capaz de oponerse a las ideas de quienes les pagan el sueldo o tienen la sart¨¦n cogida por el mango. Por lo general, se cree que estar a favor de una administraci¨®n significa secundarla en todo, apoyarla en todo, incluso en los extrav¨ªos, olvidando que la verdadera lealtad implica rechazar el esp¨ªritu de cuerpo, decir que no y dar, cuando sea necesario, duchazos de agua fr¨ªa. Contra lo que ahora nos dicen, ¡°morder la mano que te alimenta¡± no es un acto reprobable. Al contrario: casi me inclino a decir que es o deber¨ªa ser la obligaci¨®n de cualquier funcionario que de verdad respete su trabajo.
Observar ese principio nos evitar¨ªa el deprimente espect¨¢culo de ver al presidente de la Rep¨²blica sospechando de cada uno de sus colaboradores e imaginando qui¨¦n sabe qu¨¦ conjuras en las salas de redacci¨®n de todos los medios. Tambi¨¦n nos economizar¨ªa la paranoia de sus adl¨¢teres, empe?ados en acusar a cualquier hijo de vecino que dude en voz alta de ¡°quintacolumnista¡±, ¡°caballo de Troya¡± o ¡°infiltrado¡±, cuando no de agente doble del fascismo o el neoliberalismo. Pero sobre todo nos ahorrar¨ªa el funesto mensaje c¨ªvico de que la gente confiable es la que dice s¨ª a todo y tiene las perneras del pantal¨®n brillantes de tanto hacer genuflexiones.
Poco se entiende hasta qu¨¦ punto la correcci¨®n de un rumbo equivocado o la gestaci¨®n de nuevas ideas depende de ser desleales. Por esa raz¨®n, un gobierno de calidad deber¨ªa fomentar, en vez de censurar, la existencia de contradictores. Goethe lo dijo sin falsas cortes¨ªas: es m¨¢s f¨¢cil caminar con Jesucristo sobre las aguas que con un cr¨ªtico por este mundo. Pero, aunque los discrepantes irriten, y a veces sean injustos, y a veces se comporten como cretinos, queda el consuelo ¡ªy la satisfacci¨®n y el orgullo¡ª de que a quienes se manda son cualquier cosa, menos lacayos.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S sobre Colombia y reciba todas las claves informativas de la actualidad del pa¨ªs.