Luchar a morir¡ y tambi¨¦n a matar
En Colombia se ama a tope, se r¨ªe hasta el fin, se rumbea hasta desfallecer, se goza, se vibra, se deja todo en cada jornada, y se lucha por la vida a morir¡ pero tambi¨¦n a matar
Soy colombiana y ahora que llevo un tiempo viviendo en Espa?a veo cu¨¢nto tenemos de la madre patria. Si nuestra burocracia es una pesadilla, pues hay que lidiar con la de aqu¨ª para comprobar de d¨®nde venimos. Pero, as¨ª como compartimos lengua y religi¨®n, man¨ªas y locuras, si es que no viene a ser lo mismo, tambi¨¦n hay rasgos en los que somos notablemente diferentes.
Una de mis hermanas tiene una debilidad por los temas ling¨¹¨ªstic...
Soy colombiana y ahora que llevo un tiempo viviendo en Espa?a veo cu¨¢nto tenemos de la madre patria. Si nuestra burocracia es una pesadilla, pues hay que lidiar con la de aqu¨ª para comprobar de d¨®nde venimos. Pero, as¨ª como compartimos lengua y religi¨®n, man¨ªas y locuras, si es que no viene a ser lo mismo, tambi¨¦n hay rasgos en los que somos notablemente diferentes.
Una de mis hermanas tiene una debilidad por los temas ling¨¹¨ªsticos y es exquisitamente rigurosa. En una ocasi¨®n llam¨® a un hotel en Madrid y le dijo a la recepcionista: ¡°Quiero dejarle una raz¨®n a alguien¡±. La respuesta de la mujer fue: ¡°?Raz¨®n? ?Pero qu¨¦ dice? Es que si no habla correctamente¡¡±. Mi hermana, con su complejo de Mar¨ªa Moliner, se fue al diccionario, busc¨® la parte donde pone: ¡°Raz¨®n: sin¨®nimo de mensaje¡±, lo escane¨® y se lo envi¨® a la recepcionista.
Es cierto que, a ratos, los sudacas sentimos aqu¨ª una cierta condescendencia con nuestro modo de hablar. Como si el espa?ol correcto fuese siempre el de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica, no el de los dem¨¢s, aun cuando los dem¨¢s sumemos m¨¢s de quinientos millones de hispanoparlantes en el mundo.
Haber crecido en Colombia, con una madre espa?ola y un padre colombiano, hac¨ªa que a menudo estas tensiones se sintieran en la mesa del desayuno. Mam¨¢ ten¨ªa una manera de hablar tan clara, directa y sin florituras, que en Colombia, pa¨ªs donde vivi¨® desde que ten¨ªa veintisiete a?os, a menudo la gente le tem¨ªa. Hoy en d¨ªa soy yo quien est¨¢ viviendo en Espa?a. Mam¨¢ ha muerto y, si bien la extra?o con locura, puedo verla a menudo. La veo, por ejemplo, en la se?ora que discute con el tendero porque los higos no est¨¢n buenos. En la pol¨ªtica cant¨¢ndole la tabla a su opositor. En la jefe que, al segundo d¨ªa de trabajo, le explica al nuevo que ¡°lo est¨¢ haciendo todo mal¡±.
As¨ª como en la pomposidad burocr¨¢tica, kafkiana, veo lo mucho que nos parecemos, al percibir la forma franca y directa con que a menudo expresan su desacuerdo de este lado del mundo siento envidia de la mala. Porque en Colombia (y me atrevo a creer que en otros pa¨ªses andinos, as¨ª como centroamericanos) la expresi¨®n de desacuerdo suele interpretarse como una forma de agresi¨®n.
Por cuenta de ese rasgo de mam¨¢, tan contrario a la norma social en mi pa¨ªs, pas¨¦ muchas verg¨¹enzas. Si algo no le gustaba lo dec¨ªa sin chistar. Daba igual la situaci¨®n o el contexto. En Colombia, en cambio, somos genuinamente amables, sin duda, pero aparte de eso entendemos el disentir como una suerte de afrenta. Es por eso que siempre decimos que s¨ª a todo. O casi.
Sin embargo, y quiz¨¢ por esto mismo, a menudo las tensiones del d¨ªa a d¨ªa se temen como minas a punto de estallar. Cuando leo en las noticias que un hombre fue apu?alado por otro al pedirle que pagara el pasaje de bus, pienso en esa dificultad, tan frecuente en nuestra sociedad, para resolver las tensiones sin llegar a las manos o, incluso, pasar a dejar sangre derramada.
Si bien somos un pueblo recio, obstinado en la alegr¨ªa de manera revolucionaria y feroz, a menudo entendemos la confrontaci¨®n como una forma de violencia. A¨²n recuerdo la tarde en Bogot¨¢ en que me enfrent¨¦ con el conductor de una camioneta blindada y de vidrios oscuros por estar estacionado en zona de discapacitados. Mi esposo me dijo: ¡°Tienes que dejar de hacer eso. Por andar pidi¨¦ndole cuentas a cualquiera en la calle, un d¨ªa te pueden meter un tiro en la cabeza¡±.
Acordarme de esto me lleva a preguntarme si esa incapacidad de disentir razonablemente, sin ofuscarnos, agredirnos o tomar represalias, estar¨¢ en la semilla de la historia de un pa¨ªs escrita con sangre. En Colombia se ama a tope, se r¨ªe hasta el fin, se rumbea hasta desfallecer, se goza, se vibra, se deja todo en cada jornada, y se lucha por la vida a morir¡ pero tambi¨¦n a matar.
M¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica, de los partidos, de las bandas o guerrillas, de los que est¨¢n en contra o a favor, me pregunto si lo que necesitamos como cambio estructural es aprender a disentir pac¨ªficamente. ?Ser¨¢ esta respuesta a la confrontaci¨®n el acto reflejo de personas traumatizadas por un conflicto interminable? Qui¨¦n creer¨ªa, al ver en las calles de Barcelona a la mujer que le reclama con furia al coche que se le atraves¨®, que algo as¨ª de sencillo podr¨ªa costarnos la vida al otro lado del Atl¨¢ntico.
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