Narcos viejos y nuevos
Al leer a Carlos Lehder, el narco viejo, y o¨ªr la cr¨®nica de Christopher Vicent Kinahan y su hijo, los narcos nuevos, se tiene la sensaci¨®n de que hoy ellos son los perros y nuestros d¨¦biles pa¨ªses son la cola
No se debe prohibir lo que no se puede controlar, reza el dicho. Continuamente prohibimos un sinn¨²mero de cosas, aun cuando en la pr¨¢ctica no estamos en capacidad de construir un aparato efectivo de control, ni la gente est¨¢ dispuesta a aportar los recursos suficientes para el efecto.
Pa¨ªses tan poderosos como China en el siglo XIX y Estados Unidos hace 100 a?os sucumbieron bajo el peso de la prohibici¨®n del opio, el primero, y del licor, el segundo. Desde hace medio siglo, Am¨¦rica Latina, Estados Unidos y Europa sucumben bajo el tr¨¢fico de drogas ilegales.
Al respecto, el libro ...
No se debe prohibir lo que no se puede controlar, reza el dicho. Continuamente prohibimos un sinn¨²mero de cosas, aun cuando en la pr¨¢ctica no estamos en capacidad de construir un aparato efectivo de control, ni la gente est¨¢ dispuesta a aportar los recursos suficientes para el efecto.
Pa¨ªses tan poderosos como China en el siglo XIX y Estados Unidos hace 100 a?os sucumbieron bajo el peso de la prohibici¨®n del opio, el primero, y del licor, el segundo. Desde hace medio siglo, Am¨¦rica Latina, Estados Unidos y Europa sucumben bajo el tr¨¢fico de drogas ilegales.
Al respecto, el libro de Carlos Lehder, sobre el auge y desaparici¨®n del Cartel de Medell¨ªn, cuenta la historia desde el otro lado, el de los delincuentes. Y un podcast llamado The New Narcos cuenta c¨®mo ha evolucionado el mercado europeo de la coca¨ªna colombiana, a ra¨ªz de la guerra contra las drogas de Estados Unidos.
Lehder cuenta las fechas, nombres y rutas de sus inicios como bandido. Un muchacho que entre los 20 y los 26 a?os de edad construy¨® un peque?o imperio econ¨®mico basado en la insaciable avidez por coca¨ªna del mercado americano. Sus viajes fundacionales en el crimen fueron entre Medell¨ªn y La Paz, llenos de azar y aventura, en una camioneta Ford, a trav¨¦s de 4.500 km de carretera.
Acto seguido, el patr¨®n del crimen de Medell¨ªn lo envi¨® a Miami a recoger un embarque y lo capturaron. En la prisi¨®n hizo los contactos para, una vez fuera, vender cualquier cantidad de coca¨ªna que lograra introducir al pa¨ªs. Ya sab¨ªa que pod¨ªa comprar en Bolivia a 1.000 d¨®lares el kilo. Se lo pagar¨ªan a 60.000 una vez cruzara la frontera de Estados Unidos. La primera ruta que us¨® fue por Toronto (Canad¨¢).
Esta misma semana rele¨ª el plan Las Cuatro Estrategias, que, ir¨®nicamente, escribi¨® por esa misma ¨¦poca, a principios de los a?os setenta, el prestigioso economista canadiense-colombiano Lauchlin Currie, para el Gobierno de Misael Pastrana. Ante la pregunta de c¨®mo sacar a Colombia de la pobreza, Currie buscaba desarrollar el campo y la industria con nuevos productos que penetraran mercados internacionales y emplearan el sinn¨²mero de j¨®venes, como Carlos Lehder, que estaban sin saber qu¨¦ hacer en las ciudades.
La coca¨ªna ha sido tal vez la involuntaria materializaci¨®n de esas ideas de desarrollo que no hemos logrado hacer fructificar en negocios legales. El lucro desmesurado los convirti¨® en empresarios exitosos de una gama amplia de productos agr¨ªcolas e industriales, log¨ªstica, transporte, finanzas, llenos de creatividad, audacia, crueldad y crimen.
Lograron emplear a cientos de miles de personas y vender mejor que nadie en el mundo un producto ilegal y aspiracional que las familias americanas y europeas demandaban ¨¢vidamente, y por el cual estaban dispuestas a casi lo que fuera. Eso convirti¨® entonces a Colombia, y hoy a M¨¦xico, Centro y Suram¨¦rica, en una especie de lejano oeste, cuyos territorios de frontera no conocen el imperio de la ley ni el monopolio estatal de la fuerza.
El norte de M¨¦xico, Centroam¨¦rica, la pen¨ªnsula de La Guajira, los Llanos Orientales y las costas Pac¨ªfica y Caribe colombianas fueron lentamente dominadas por ese desarrollo espont¨¢neo, aut¨®nomo, de empresarios hechizos y de ambici¨®n ilimitada, recompensados con cantidades de d¨®lares tan irreales que hab¨ªa que pesarlas para contarlas.
Muchos funcionarios de la justicia, efectivos de la Polic¨ªa, oficiales del Ej¨¦rcito, la Armada, la aviaci¨®n, empleados las aduanas e impuestos, la Aeron¨¢utica, las notar¨ªas y oficinas de registro, la banca, las oficinas de abogados, as¨ª como miles de negocios fachada para el blanqueo, migraron a depender de esta riqueza ilegal. Una vez apareci¨® la plata de los narcos en la pol¨ªtica, las elecciones nunca volvieron a ser exentas de duda. Tuvimos muchos h¨¦roes y m¨¢rtires, pero es cada vez una especie menos visible.
Ante el declive paulatino de las rutas a trav¨¦s de Las Bahamas, Panam¨¢, Nicaragua y Cuba hacia Estados Unidos, The New Narcos cuenta que los narcos colombianos hicieron la transici¨®n a abrir los mercados en Europa. Se consolidaron redes que conectaron la pol¨ªtica internacional de pa¨ªses como Irlanda e Ir¨¢n, con el control de gobiernos en Latinoam¨¦rica y ?frica, para desarrollar redes de hampa y tr¨¢fico de armas para todo tipo de fines, financiaci¨®n de campa?as pol¨ªticas y acumulaci¨®n de riqueza en para¨ªsos de bandidos como Marbella y Dub¨¢i.
Al leer al colombo-alem¨¢n Carlos Lehder, el narco viejo, y o¨ªr la cr¨®nica reciente del irland¨¦s Christopher Vicent Kinahan y su hijo, los narcos nuevos, se tiene la sensaci¨®n de que en la actualidad ellos son los perros y nuestros d¨¦biles pa¨ªses son la cola, que baten a su acomodo. Los eventos recientes de violencia en Ecuador, los abrazos en lugar de balazos de L¨®pez Obrador en M¨¦xico y la paz total de Petro en Colombia apuntan en la misma direcci¨®n.
Los bandazos de nuestra pol¨ªtica y econom¨ªa, la violencia en las calles y la ineficacia policial y de las Fuerzas Armadas vienen de muy lejos. Para entender los intr¨ªngulis actuales necesitamos un libro como el de Lehder, pero de un narco actual como el Chapo o Kinahan.
La esquizofrenia y bipolaridad de tener entremezclados al pa¨ªs legal y el ilegal se volvi¨® nuestro modo de vida. Tratamos de prohibir lo que no podemos controlar y, como en China en el XIX y en Chicago en los a?os veinte, vivimos en medio de balaceras y masacres, descontrol, corrupci¨®n y elecciones manchadas de fraude.
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