La tr¨¢gica demolici¨®n de la Barranquilla arquitect¨®nica de Garc¨ªa M¨¢rquez
El centenar de casas del barrio Alto Prado se construy¨® a mediados del siglo XX bajo el influjo del movimiento moderno. Solo quedan siete viviendas que reflejan el legado de los tiempos del grupo de ¡®La Cueva¡¯, al que pertenec¨ªan el Nobel y sus amigos Alejandro Obreg¨®n y ?lvaro Cepeda Samudio
Dice el empresario Diego Marulanda que el Alto Prado era un barrio de casas de una sola planta, con jardines frondosos y ¨¢rboles fuertes, donde los ni?os pod¨ªan jugar sin la restricci¨®n de rejas ni alambrados. Que cada manzana defin¨ªa el grupo de amigos y los matrimonios, las fiestas de quince o las presentaciones en sociedad se celebraban en residencias con estructuras desprovistas de cualquier ornamento, con l¨ªneas claras en la fachada y detalles como nichos o celos¨ªas ...
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Dice el empresario Diego Marulanda que el Alto Prado era un barrio de casas de una sola planta, con jardines frondosos y ¨¢rboles fuertes, donde los ni?os pod¨ªan jugar sin la restricci¨®n de rejas ni alambrados. Que cada manzana defin¨ªa el grupo de amigos y los matrimonios, las fiestas de quince o las presentaciones en sociedad se celebraban en residencias con estructuras desprovistas de cualquier ornamento, con l¨ªneas claras en la fachada y detalles como nichos o celos¨ªas para ventilar la vida dom¨¦stica en una ciudad h¨²meda y sofocante como Barranquilla.
Eran los a?os cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. El barrio, fundado en los a?os veinte, ha dado paso a una sucesi¨®n de edificios y locales con nombres anglosajones como The Closet, The Bronx o Home Burger. M¨¢s de un centenar de casas como las que describe Marulanda han sido derribadas desde los a?os ochenta, llev¨¢ndose por delante un conjunto arquitect¨®nico de valor patrimonial. Un momento de la historia de la ciudad en el que los proyectistas locales y del interior se dejaron guiar por el ideario del movimiento moderno, aquella suerte de manifiesto que se apoy¨® en los rasgos pl¨¢sticos de la industria y quiso romper las costuras del formalismo acad¨¦mico.
Hoy no quedan m¨¢s que siete casas de esta ¨¦poca, que abarc¨® los a?os 1946 a 1965, desperdigadas bajo la sombra de viejos ¨¢rboles de caucho que amortiguan el calor en calles onduladas. Una de ellas perteneci¨® a los suegros de Marulanda, de 72 a?os, quien conserva los recuerdos frescos de su familia pol¨ªtica: ¡°Los Jaar llegaron en barco desde Francia. Eran industriales de ascendencia palestina que fundaron hace m¨¢s de 70 a?os una f¨¢brica textil muy importante que lleg¨® a tener 1.200 empleados¡±. Su descripci¨®n sirve para formarse una idea de los cimientos de la ciudad portuaria, puerta de entrada a las innovaciones art¨ªsticas, y at¨ªpica en Colombia por su diversidad de inmigrantes jud¨ªos, chinos, franceses o ¨¢rabes.
Con la demolici¨®n de las casas en el Alto Prado se ha pasado la aplanadora sobre el trabajo de un colectivo de arquitectos barranquilleros como Roberto Acosta (95 a?os), Ricardo Gonz¨¢lez Ripoll (1925-1981) o Jos¨¦ Alejandro Garc¨ªa (1922-2011). Por fortuna, todos ellos han sido objeto de una reivindicaci¨®n acad¨¦mica por parte del arquitecto Diego Agamez, quien en una tesis de maestr¨ªa, laureada por la Universidad Nacional de Medell¨ªn, desanda sus pasos y su trabajo silencioso en la configuraci¨®n urbana de la capital del Atl¨¢ntico y la cuarta ciudad del pa¨ªs por n¨²mero de habitantes.
Agamez cuenta que el ninguneo con estos arquitectos coste?os lleg¨® al punto de que sus proyectos de vivienda nunca fueron rese?ados por la desaparecida revista bogotana Proa, una plataforma de referencia para cualquier interesado en la vanguardia arquitect¨®nica del siglo pasado: ¡°Lo ¨²nico que se puede encontrar, de forma espor¨¢dica, son comentarios sobre algunos edificios institucionales, alguna obra de Leopoldo Rother. Pero el ¨²nico medio de difusi¨®n para ellos en realidad fue la revista La Prensa de Barranquilla, m¨¢s local y si se quiere provinciana¡±.
La agon¨ªa de este pedazo de la historia cultural barranquillera es calificada por el experto en patrimonio Alberto Escovar de dram¨¢tica. A su juicio, el trabajo de Agamez sirve como alerta para salvaguardar otros ejemplos de buena arquitectura que datan de un per¨ªodo que en Estados Unidos se conoce como mid-century y que a¨²n es bastante incomprendido en el pa¨ªs: ¡°Cien obras tumbadas es una cifra devastadora. La arquitectura moderna, por su proximidad temporal, ha tenido muchos inconvenientes para que sea valorada en sus verdaderas dimensiones¡±.
No ha sido el caso con Rogelio Salmona, acaso el proyectista m¨¢s reconocido del pa¨ªs, y cuyos trabajos, como el Archivo General de la Naci¨®n o las Torres del Parque en Bogot¨¢, est¨¢n protegidos. Los pilares de su obra se encuadran, de hecho, dentro de la misma etapa moderna cuyas referencias m¨¢s medi¨¢ticas a nivel internacional son, quiz¨¢s, Le Corbusier y Mies van der Rohe. Escovar advierte que de la totalidad de los inmuebles derribados en Barranquilla, pocos habr¨ªan sido objeto de una declaratoria de patrimonio en s¨ª mismos: ¡°Pero en este caso lo interesante habr¨ªa sido conservar el conjunto para entender qu¨¦ hab¨ªa detr¨¢s del ejercicio de dise?o, qu¨¦ era lo que la sociedad de entonces quiso representar con ese estilo que coincidi¨® en el tiempo con otros movimientos culturales como La Cueva¡±.
Se refiere a un grupo de amigos entre los que se contaban Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Alejandro Obreg¨®n, ?lvaro Cepeda Samudio o el arquitecto Ricardo Gonz¨¢lez Ripoll. En el bar La Cueva, que a¨²n sobrevive en el barrio Boston, se reunieron a mediados del siglo pasado en unas tertulias que, como la arquitectura moderna, ten¨ªan como objetivo derribar las convenciones sociales y explorar las se?as de identidad de la cultura contempor¨¢nea. Pero con la llegada del narcotr¨¢fico, la llamada bonanza marimbera de finales de los 70, ese esp¨ªritu intelectual se empez¨® a desvanecer.
El Prado, que hoy como entonces sigue siendo un entorno privilegiado, sufri¨® una mutaci¨®n urbana al ver la desaparici¨®n gradual de sus casas bajas por edificios con remedos de columnas d¨®ricas o corintias. El modelo urbano y de vida, la est¨¦tica y la visi¨®n del mundo, hab¨ªan cambiado para siempre. ¡°Al principio las modificaron, las llenaron de m¨¢rmol y otros materiales ostentosos¡±, se lamenta Diego Agamez, y se?ala que ¡°la especulaci¨®n inmobiliaria, el af¨¢n por maximizar el uso de cada metro cuadrado, y el cerramiento de los nuevos edificios de vivienda colectiva¡± rompen de manera violenta con la vida cotidiana y el paisaje urbano del viejo suburbio.
Parad¨®jicamente, las ¨²nicas casas que se han conservado de otras ¨¦pocas son en estilo republicano, anterior al del ¡°medio siglo¡±. El m¨ªtico Hotel El Prado es, quiz¨¢s, el ejemplo m¨¢s conocido, pero hay otros casos con la misma influencia que evocan, en mayor o menor medida, el estilo de la Casa Blanca estadounidense. Se trata de ejemplos de los a?os veinte y treinta que en el imaginario colectivo de los barranquilleros ha merecido mayor atenci¨®n. Katya Gonz¨¢lez es hija del arquitecto y dos veces alcalde de la ciudad Ricardo Gonz¨¢lez Ripoll: ¡°De mi pap¨¢ ya no queda apenas nada. Todo lo derrumbaron¡±. En su opini¨®n, el mayor problema urbano es que la ciudad, desde los barrios m¨¢s exclusivos hasta los m¨¢s pobres, se asemeja a una ¡°c¨¢rcel enrejada. Incluso las casas lindas que quedan en pie est¨¢n encerradas entre muros y casetas de seguridad privada¡±.
Lo cierto es que la historiograf¨ªa de la arquitectura en Colombia es un ejercicio relativamente reciente, apostilla Alberto Escovar, ¡°pero la historia se ha contado siempre desde Bogot¨¢. Lo dem¨¢s han sido episodios perif¨¦ricos. Yo mismo debo reconocer mi ignorancia porque nunca hab¨ªa escuchado los nombres de la mayor¨ªa de estos arquitectos barranquilleros¡±. Concluye que este es tambi¨¦n un llamado de atenci¨®n para otras ciudades como Cali o Medell¨ªn. Un incentivo para escribir su propia biograf¨ªa e impedir que m¨¢s obras de la arquitectura moderna capaces de generar placer al ojo humano sigan desapareciendo.
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