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Son las nueve de la noche de un s¨¢bado y llueve en S?o Paulo. Las decenas de miles de personas que viven y duermen en la calle aprovechan los puentes y t¨²neles para resguardarse. Aunque se acerca el verano austral, este noviembre es especialmente fr¨ªo. Bajo la lluvia, el Minhoc?o serpentea por el centro como una gran lombriz: es el Elevado Presidente Jo?o Goulart, una v¨ªa r¨¢pida sobre pilares de hormig¨®n construida a toda prisa para conectar puntos sin mirar lo que pasa debajo. Hoy, a la altura de la calle Helvetia, su suelo es el techo de unas trescientas personas que comparten el espacio codo con codo, entre mantas grises y casi sin dejar huecos. La mayor¨ªa, despiertas y sentadas. Algunas tumbadas, de pie o bailando. Varias hablan entre ellas. Otras, solas. Pocas mujeres y ning¨²n ni?o.

Quienes sostienen un tubito largo y fino en una mano se lo acercan a la boca y aspiran, entre los chasquidos del mechero en la otra. La ¡°coca¨ªna de los pobres¡± hace crack al calentarse. Piedras blanquecinas que resultan de disolver coca¨ªna en polvo y bicarbonato de sodio en agua, hervir y dejar secar. El crack es coca¨ªna fumada; al llevarla directamente a los pulmones el efecto es inmediato e intenso. ¡°Llamamos ¡®brisa¡¯ a ese momento en el que la sustancia te sube y sientes que eres una superhero¨ªna capaz de conquistar cualquier cosa. No te das cuenta de que est¨¢s en un lugar inmundo¡±, explica una antigua usuaria. La sensaci¨®n es corta, dura diez minutos y cada dosis cuesta cinco reales (un euro). Pero no todos los que est¨¢n en la aglomeraci¨®n consumen crack o no siempre: algunos solo est¨¢n all¨ª y muchos recurren a la cacha?a barata ¡ªel cl¨¢sico destilado de ca?a de az¨²car brasile?o¡ª en botellas de pl¨¢stico para afrontar el fr¨ªo de la noche.

Dos patrullas con agentes de la Guardia Civil Metropolitana (GCM), apoyados eventualmente por la Polic¨ªa Militar (PM), vigilan las veinticuatro horas a este grupo. Es uno de los pedazos de la desmembrada Cracol?ndia, la tierra del crack, el mayor mercadillo callejero de droga en S?o Paulo que se instal¨® definitivamente en el centro hace casi 25 a?os.

De meca del cine a tierra del crack

Antes de Cracol?ndia, las manzanas alrededor de la estaci¨®n de tren de Luz se conoc¨ªan como Boca do Lixo (boca de basura). Un nombre despectivo que se populariz¨® en las secciones policiales de la prensa de los cincuenta por la presencia de prostituci¨®n barata y delincuencia. Pero la zona de paso de tantos viajeros no solo era conocida por eso: desde los a?os veinte, la buena localizaci¨®n del primer barrio planificado de S?o Paulo atrajo a empresas cinematogr¨¢ficas como Paramount, Fox o Columbia, que se establecieron all¨ª. En 1961, con la inauguraci¨®n de la terminal de autobuses de Luz que conectaba la gran ciudad con el resto del pa¨ªs, la Boca do Lixo se hab¨ªa convertido ya en el mayor polo de cine de Brasil y acab¨® dando nombre a un movimiento cinematogr¨¢fico.

Polic¨ªas t¨¢cticos militares avanzan sobre usuarios de drogas en la zona de Cracol?ndia.

Parte del trabajo de grupos de voluntarios es poder brindarles un plato de comida a los usuarios.

Residentes de Cracol?ndia bailan y cantan, durante una visita del grupo de voluntarios llamado "Teto, Trampo e Tratamento", que realiza actividades sociales con usuarios de drogas.

Los habitantes de Cracol?ndia bloquean las calles y se enfrentan a la polic¨ªa que ingres¨® a las instalaciones despu¨¦s de una denuncia de robo.

Una escena cotidiana de la calle principal en Cracol?ndia en mayo de 2019, meses antes del desalojo.

Tal esplendor de pel¨ªcula dur¨® poco. En los setenta las empresas y la clase media se mudaron a flamantes zonas nuevas como la Avenida Paulista o el barrio Higien¨®polis. Pero el embate decisivo lleg¨® en los ochenta, cuando se desmantel¨® la terminal de autobuses de Luz y los hoteles, pensiones y restaurantes que hab¨ªan brotado a su calor fueron perdiendo clientela y bajando los precios. La zona no se vaci¨® pero dej¨® de ser cuidada. En calles con nombres tan pomposos como Triunfo se quedaron quienes no triunfaron para la sociedad, en una situaci¨®n cada vez m¨¢s precaria.

En 1989 una nueva droga circulaba por S?o Paulo. En diciembre de 1990 la polic¨ªa incaut¨® crack por primera vez en la zona este de la ciudad. Su uso era disperso y hasta finales de los noventa no se form¨® el llamado fluxo, la aglomeraci¨®n en la calle para consumir. ¡°Hicimos el seguimiento psiqui¨¢trico del primer grupo de usuarios de crack, 138 personas. M¨¢s de la mitad murieron, pero la mayor¨ªa por violencia¡±. A pesar del ambiente insalubre y t¨®xico, el psiquiatra Ronaldo Laranjeira se?ala que el mayor riesgo para quienes consumen en el espacio p¨²blico son las varias formas de violencia a las que est¨¢n expuestos. Laranjeira es especialista en adicci¨®n qu¨ªmica desde hace 40 a?os y coordina el informe que analiza escenarios de uso de droga en Brasil, LECUCA, de la Universidad Federal de S?o Paulo (UNIFESP). Seg¨²n los datos del ¨²ltimo levantamiento, en junio de 2021, antes de la gran operaci¨®n policial de dispersi¨®n de mayo de 2022, cada d¨ªa 1.343 personas frecuentaban Cracol?ndia. Un n¨²mero relativamente peque?o comparado con los 22 millones que habitan la ciudad m¨¢s poblada de Am¨¦rica.

Cracol?ndia se instal¨® en la zona degradada junto a la estaci¨®n de Luz cuando el cine Boca do Lixo era ya un recuerdo. ¡°El crack era barato y adictivo, y lleg¨® a un barrio en el que muchas personas hab¨ªan perdido sus casas y consum¨ªan drogas. Se disemin¨® r¨¢pidamente en ese caldero, sazonado con el plan urban¨ªstico de abandono del centro¡±. As¨ª lo cuenta Roberto Monteiro, el delegado de Polic¨ªa Civil responsable de la regi¨®n central de S?o Paulo desde 2019 y al frente de las operaciones policiales de Cracol?ndia. Un hombre de 60 a?os, polic¨ªa ¡ªcomo su padre¡ª desde los veinte. Su amplio despacho en la comisar¨ªa a pocas manzanas del fluxo est¨¢ decorado con fotos en blanco y negro de otro centro, el de los grandes edificios representativos de arquitecturas imponentes.

Habla en pasado cuando se refiere a uno de los mayores desaf¨ªos que enfrenta al mando de la seguridad p¨²blica en la gran zona central, en la que viven m¨¢s de 400.000 personas y por la que pasan dos millones a diario: acabar con Cracol?ndia. ¡°Nos basamos en tres pilares: represi¨®n al tr¨¢fico de drogas, asistencia social y de salud p¨²blica, y reurbanizaci¨®n¡±. La operaci¨®n policial que dirige se llama Caronte, como el barquero de la mitolog¨ªa griega que lleva las almas de los reci¨¦n muertos a ser juzgadas para decidir su lugar de descanso.

La Operaci¨®n Caronte comenz¨® en junio de 2021. ¡°Empezamos con un trabajo de inteligencia e investigaci¨®n. Infiltramos polic¨ªas entre los narcotraficantes, dependientes y traves¨ªas, que son los que transportan carros con hierro viejo, pero tambi¨¦n con droga y personas troceadas asesinadas en el ¡®tribunal del crimen¡¯, aqu¨ª¡±, dice y se?ala en una foto el edificio m¨¢s emblem¨¢tico de una encrucijada de calles de Cracol?ndia.

Al finalizar las investigaciones de las primeras etapas, la madrugada del 11 de mayo, la polic¨ªa puso manos a la obra y comenz¨® la gran operaci¨®n para dispersar al fluxo, que llevaba un mes en la plaza Princesa Isabel, a 500 metros de su localizaci¨®n tradicional. ¡°Detuvimos a varios l¨ªderes del PCC¡±. Son las siglas del Primer Comando de la Capital, la principal organizaci¨®n criminal de Brasil, que domina el tr¨¢fico de drogas en Cracol?ndia y, hasta hace poco, su territorio. Cuatro manzanas en las que se vend¨ªa crack en puestos, a plena luz del d¨ªa, como se vende fruta en cualquier mercadillo de barrio.

Desde la megaoperaci¨®n, la polic¨ªa ha encarcelado a 166 personas y los usuarios que siguen en la calle no han vuelto a concentrarse en un solo lugar. La dispersi¨®n es la estrategia. ¡°Los peque?os grupos son m¨¢s permeables a la represi¨®n al narcotr¨¢fico y a las acciones de salud p¨²blica¡±. Seg¨²n la polic¨ªa, tras sus intervenciones, la cantidad de usuarios en la calle ha disminuido dr¨¢sticamente.

No opinan lo mismo algunos investigadores de labcidade, el laboratorio de espacio p¨²blico y derecho a la ciudad de la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de S?o Paulo (USP), que cuestionan los datos policiales. ¡°No tienen metodolog¨ªa de investigaci¨®n y ahora es imposible cuantificar los usuarios porque est¨¢n circulando constantemente¡±, afirma Alu¨ªzio Marino, responsable de un mapa denuncia para ilustrar ad¨®nde han ido a parar las personas que la polic¨ªa dispers¨®. ¡°Solo cuentan el fluxo de la calle Helvetia a la altura del Minhoc?o, no los otros lugares donde se ha instalado. Nosotros contamos 16 mini Cracol?ndias¡±.

Ahora la polic¨ªa se enfoca en responsabilizar criminalmente el uso de drogas. Esto es precisamente lo m¨¢s pol¨¦mico, como explica la abogada Cecilia Galicio. ¡°El principal problema es tratar una situaci¨®n de salud p¨²blica con fuerzas de seguridad. La polic¨ªa debe dedicarse a la inteligencia y combate al narcotr¨¢fico, no a intervenir con los usuarios¡±. Cecilia es vicepresidenta del Consejo Municipal de Pol¨ªticas P¨²blicas de Drogas y Alcohol del Municipio de S?o Paulo (COMUDA). ¡°En el fluxo hay un porcentaje muy bajo de narcotraficantes, pero la represi¨®n es para todos¡±, explica, y recuerda que la Organizaci¨®n de Naciones Unidas (ONU) tiene directrices espec¨ªficas de derechos humanos para la pol¨ªtica de drogas. Y, aunque las convenciones internacionales que establecieron su prohibici¨®n sean implacables, la guerra a las drogas no funciona. ¡°La sociedad internacional ha percibido que debemos actuar con salud p¨²blica y no con violencia y represi¨®n policial¡±.

Adem¨¢s de sus funciones oficiales, Cecilia trabaja como abogada voluntaria para fiscalizar las actuaciones en Cracol?ndia. ¡°La semana pasada la polic¨ªa detuvo a 19 personas y solo incaut¨® tres piedras de crack y cinco dosis de marihuana. Como mucho ser¨ªan siete casos de uso de droga. Las pusieron en libertad con el compromiso de ir al centro de salud. Una furgoneta las esperaba en la puerta de la comisar¨ªa¡±. Algunos grupos de activistas denuncian que en la pr¨¢ctica la polic¨ªa est¨¢ reteniendo a usuarios por llevar un cachimbo ¡ªpipa para fumar crack¡ª, y haci¨¦ndoles elegir entre tratamiento o c¨¢rcel. Una medida as¨ª, se?ala Cecilia, es abuso de autoridad. ¡°La ley de drogas de Brasil no prev¨¦ pena privativa de libertad por consumo¡±. Desde su silla en la c¨¢mara municipal reclama un conjunto de pol¨ªticas p¨²blicas que atiendan las peculiaridades de los usuarios, tambi¨¦n de los que siguen en la calle. ¡°Vamos a proponer un espacio de consumo seguro de sustancias¡±. El conflicto legal lo podr¨ªan sortear si centran la atenci¨®n en la salud p¨²blica e implementan una pol¨ªtica de excepci¨®n, dice Cecilia. Aunque es consciente de que no es f¨¢cil que la conservadora c¨¢mara de S?o Paulo apruebe el proyecto, conf¨ªa en las declaraciones del responsable municipal de las acciones en Cracol?ndia, que se ha propuesto acabar con el uso de droga en espacio p¨²blico.

Salir de la calle

El edificio Matarazzo es la sede principal del ayuntamiento de S?o Paulo. Desde las amplias avenidas que lo rodean llama la atenci¨®n el espectacular jard¨ªn que asoma en su azotea. Un poco m¨¢s abajo, en la planta 11, est¨¢ el despacho de Alexis Vargas (PSDB), secretario ejecutivo de Proyectos Estrat¨¦gicos de la ciudad de S?o Paulo y responsable del programa Reden??o para acabar con Cracol?ndia. Sobre la ciudad y frente a un mapa que va de suelo a techo, el abogado de 45 a?os explica por qu¨¦, despu¨¦s de tantos intentos, cree que este es el definitivo. ¡°Por primera vez tenemos una estrategia integrada entre Estado y municipio, y est¨¢n coordinados salud, asistencia social, seguridad y limpieza¡±. Dice que dise?aron el programa estudiando otros casos del mundo, ninguno tan desafiante como S?o Paulo. ¡°Un centro abandonado en una ciudad enorme y muy desigual, el crack no puede tratarse con metadona, como la hero¨ªna; y tenemos a PCC, una multinacional fort¨ªsima de crimen organizado¡±. Seg¨²n datos oficiales, a finales de 2016 hab¨ªa 4.000 personas en la gran tienda de drogas a cielo abierto que facturaba 200 millones de reales por a?o (37 millones de euros).

Reden??o comenz¨® de manera explosiva en mayo de 2017 con una megaoperaci¨®n policial muy violenta y criticada. D¨ªas despu¨¦s de que 900 agentes desmantelaran Cracol?ndia a la fuerza y el alcalde Jo?o Doria (PSDB) asegurara que hab¨ªa acabado con ella, el fluxo volvi¨® a su lugar. Cuando Vargas asumi¨® el cargo en 2019 dio un giro a las estrategias del programa para acabar con la gran concentraci¨®n de consumidores de drogas cerca de la estaci¨®n de Luz. ¡°Esta vez est¨¢ funcionando. Que el poder p¨²blico haya retomado el control del territorio es un cambio radical¡±. El funcionario defiende la dispersi¨®n. ¡°Es m¨¢s f¨¢cil abordar a los usuarios y ofrecerles tratamiento¡± y presume de los buenos resultados del Servicio Integrado de Acogida Terap¨¦utica (SIAT). Como en los programas de reducci¨®n de da?os, el objetivo no es que los usuarios dejen totalmente de consumir, sino que recuperen el control de su vida. Lejos del centro de la ciudad, cuatro unidades acogen a los dependientes por un m¨¢ximo de dos a?os. Acaban de inaugurar el de Penha, con 50 plazas disponibles. Entre los otros tres acogieron a 119 personas el pasado octubre.

A 15 kil¨®metros de Cracol?ndia se encuentra el SIAT Hermelino Matarazzo. ¡°El 90% no ha vuelto a vivir en la calle despu¨¦s de salir de aqu¨ª¡±, dice Maria Margarete Alves dos Santos, junto a Raquel de Nascimento Machado. Las dos mujeres rebosan energ¨ªa y optimismo. Son asistentes sociales y gerentes del centro de acogida temporal con 60 plazas. ¡°Es un trabajo muy desafiante, pero extremadamente gratificante¡±. Raquel se emociona al recordar lo que le dijo hace poco un se?or al acabar el tratamiento: ¡°Gracias por no abandonarme, porque yo s¨ª me hab¨ªa abandonado¡±. Las asistentes coinciden en que el trabajo m¨¢s importante es el primer contacto, cuando abordan a los usuarios en la calle. ¡°Ya no creen en valores, sociedad, familia ni tratamientos, recuperar eso es un proceso largo y lo ¨²nico que funciona es el v¨ªnculo, a partir de ah¨ª se puede empezar a trabajar¡±, dice Margaret. Aseguran que a los moradores de calle hay que ofrecerles la mejor calidad posible, para demostrarles que tienen derechos.

32 personas viven hoy en las habitaciones con ba?o privado del centro de acogida que antes fue un hotel. Tres hombres ven la tele en la sala con sillones, Sergio habla con su familia a trav¨¦s de Facebook. ¡°Llevo aqu¨ª un mes, he dejado el alcohol y la coca¨ªna, ahora s¨®lo fumo marihuana¡±, dice. Edvan llega de la calle radiante porque se acaba de comprar una casa. ¡°Peque?a, pero es m¨ªa¡±, cuenta. Y sonr¨ªe orgulloso. Ha cumplido 37 a?os, dos aqu¨ª, y no quiere volver a dormir a la intemperie ni a consumir en Cracol?ndia, donde vivi¨® durante cinco.

¡°La calle es cruel, sobre todo para las mujeres¡±. Priscila ha recibido hoy su primer sueldo. Trabaja como auxiliar de limpieza, pero con 31 a?os tiene mucha vida por delante, le gusta leer y planea estudiar psicolog¨ªa. ¡°Quiero formarme para ayudar a quienes pasan por lo que yo he pasado¡±. Est¨¢ recuperando el contacto con sus tres hijos, ahora tutelados por familiares, algo que le ayuda a luchar contra la tentaci¨®n de volver a consumir crack, aunque sabe que eso solo depende de ella. ¡°Mi hermana gemela a¨²n vive y se droga debajo del puente, pero nadie la puede ayudar, si ella no quiere. Ni en las mejores cl¨ªnicas. No funciona¡±. Salir de la adicci¨®n al crack fue una lucha monumental y tuvo varias reca¨ªdas, cuenta, pero hace dos a?os que Priscila no lo prueba. ¡°Decid¨ª parar estando embarazada de mi tercera hija, Jasmin, ahora con a?o y medio¡±.

Hasta 2020 viv¨ªa como su hermana, en una ¡°mini Cracol?ndia¡± bajo un puente cerca de la favela Jardim Guaran¨ª, en la periferia de S?o Paulo. Pero la mejor droga se consegu¨ªa en el centro. ¡°En Cracol?ndia hab¨ªa m¨¢s variedad y pureza y era muy f¨¢cil hacer dinero¡±. Reconoce que le daba miedo andar por all¨ª porque era un lugar muy violento en el que ¡°entras, pero no sales¡±. Le cambian la cara y la voz al ver las fotos de los peque?os edificios coloridos en los que a veces entraba. ¡°Sexo por crack era el intercambio¡±. Se sorprende de las cosas que lleg¨® a hacer por conseguir un poco de crack. Uno de los principales negocios dentro de las depauperadas pensiones era la prostituci¨®n. ¡°Sobre todo de menores¡±, dice. A pesar de la crudeza del lugar cuenta que no todo era horrible. ¡°Hab¨ªa personas, con sus historias, y que no solo roban, muchos pagan sus dosis haciendo trabajos en la calle, como reciclar basura¡±.

Esas pensiones cerraron. Sus puertas y ventanas est¨¢n ahora tapiadas con bloques de hormig¨®n y las hist¨®ricas fachadas, llenas de pintadas con s¨ªmbolos del PCC como yin yangs, payasos o carpas. Los n¨²meros 1533 escritos por todas partes: es la posici¨®n en el alfabeto de las letras de sus siglas. Sobre los edificios de dos plantas que a¨²n quedan en pie asoma una implacable gr¨²a. Levanta un bloque enorme de viviendas de protecci¨®n oficial a trav¨¦s de una alianza p¨²blico-privada. En la calle, los operarios de la obra vienen y van mientras el personal de limpieza recoge la basura de las bolsas desgarradas por quienes buscaron algo. Una mujer joven descalza y con ropa pegada a su cuerpo inspecciona el suelo. Coge un pedazo de escombro y lo arroja con fuerza contra una ventana tapiada. Una y otra vez. A pocos metros, una manta desaparece por el agujero ya abierto en otra ventana cegada.

Quedarse en la calle

Lo primero que se nota al traspasar la fachada de una de las antiguas pensiones de Cracol?ndia es el sonido del correr del agua. En el suelo, una tuber¨ªa rota moja la basura y la ropa aplastadas que conducen al laberinto de habitaciones. Escaleras con pasamanos de madera, un retrato de la virgen y muchas moscas. Paredes con roturas siguiendo las tuber¨ªas que ya no est¨¢n. Puertas con dibujos a l¨¢piz de payasos y carpas. Besos de pintalabios. Tejados por los que se cuela el cielo. Faltan vigas que sostienen paredes y parece que se van a desmoronar en cualquier momento. ¡°Hasta la estructura arrancan para vender metal¡±, dice uno de los agentes de la Guardia Civil que alumbra los sombr¨ªos cuartos con una linterna. Al fondo, tras varios tramos de escaleras y una sucesi¨®n de espacios sucios y quemados, hay un hombre de barba blanca y 57 a?os. En una mano la manta; en la otra, un pedazo de pan.

C¨ªcero habla educadamente. Cuenta que lleg¨® a S?o Paulo desde el lejano estado de Alagoas antes de leer sobre la muerte de Elvis. Estaba casado con una mujer a la que lleg¨® a amar m¨¢s que a su madre. Cuando hace diez a?os se enter¨® de que lo hab¨ªa traicionado, no lo soport¨®. ¡°Dejaron de interesarme la vida, trabajar y tener responsabilidades¡±. No conoc¨ªa el crack, hasta que prob¨® la escapatoria. ¡°Si paro, recuerdo la vida de antes y no aguanto¡±. Es lo ¨²nico que usa para olvidar y cuando lo consigue, camina y duerme donde le pille. ¡°?Sabes cu¨¢l es el secreto para vivir en la calle? Nunca mezclarse con otras personas¡±. Vive solo y no quiere a nadie. ¡°Ni para acompa?arme a comprar pan¡±. Abandona el edificio con los ojos llorosos y el mendrugo entre los dedos, siguiendo las indicaciones de los guardias. Se hab¨ªa colado por uno de los peque?os huecos abiertos para olvidar en un lugar tranquilo y seguro. C¨ªcero es una de las cientos de personas que de momento no encuentran su lugar en los programas oficiales.

¡°S¨®lo sirven para un 20% y eso no puede ser una pol¨ªtica p¨²blica¡±. Flavio Falcone es psiquiatra y payaso. Trabaja hace diez a?os en Cracol?ndia con la nariz roja puesta. ¡°No he encontrado nada que establezca un v¨ªnculo tan potente con esas personas¡±. Ha sacado a 40 de la calle en dos a?os con su proyecto Teto, Trampo e Tratamento (Techo, curro y tratamiento). Sigue la conocida estrategia housing first (vivienda primero), como el extinto programa De Bra?os Abertos del gobierno progresista de Haddad (PT), en el que trabaj¨®. ¡°Lo que ofrece ahora el Estado condiciona la casa al tratamiento. El acceso a la vivienda es incluso una acci¨®n de salud porque se duchan todos los d¨ªas y duermen bien, algo importante para su bienestar f¨ªsico y mental¡±. Vestido con una camiseta en la que pone ¡°derecho a la locura¡±, el m¨¦dico payaso de 42 a?os, vecino de la calle Helvetia, se queja de que en el modelo actual de S?o Paulo lo primero sea la seguridad p¨²blica. ¡°Quieren expulsar a estas personas de aqu¨ª y que se vayan a la periferia. Ese es el objetivo detr¨¢s del discurso de combate a las drogas¡±. El plan urbano para ¡°revitalizar¡± la zona existe desde los comienzos de Cracol?ndia. ¡°El fluxo sirve para devaluar las manzanas a las que les han echado el ojo¡±, piensa Falcone. Revitalizar le parece una expresi¨®n p¨¦sima. ¡°Significa colocar vida, como si las personas negras pobres que viv¨ªan aqu¨ª no estuvieran vivas. Es un proyecto urbano higienista y racista¡±. La mayor¨ªa de sus vecinos no piensa lo mismo y quiere que los usuarios desaparezcan como sea de las puertas de sus casas.

Los muros invisibles

¡°Las vidas en Cracol?ndia importan¡±, gritan de fondo. Es domingo por la tarde y hoy se puede caminar sobre el Minhoc?o, cerrado al tr¨¢fico. Falcone participa de la manifestaci¨®n contra abusos policiales en Cracol?ndia que va camino a la comisar¨ªa detr¨¢s de la calle Helvetia. Al atravesar el fluxo, algunos se suman a la marcha. ¡°Comisario, torturador, la soluci¨®n es el cuidado y no el dolor¡±, corean frente a la comisar¨ªa 77 de la Polic¨ªa Civil. Entre los manifestantes hay una cara conocida: Eduardo Suplicy, concejal por el Partido de los Trabajadores (PT) y elegido diputado estatal en las elecciones del pasado 30 de octubre con el mayor n¨²mero de votos de S?o Paulo. Economista y pol¨ªtico desde hace m¨¢s de 50 a?os, a sus 81 no ha perdido las ganas de luchar por los m¨¢s necesitados. ¡°Hemos formado un grupo de trabajo a trav¨¦s de las comisiones de derechos humanos para estudiar lo que est¨¢ pasando exactamente con los usuarios de drogas y evitar que se ejerza tama?a violencia contra ellos como en los ¨²ltimos a?os¡±. La dispersi¨®n actual no le parece una buena estrategia. ¡°Deber¨ªa tener m¨¢s profundidad. S¨¦ que no es un asunto f¨¢cil porque son muchas las razones que llevan a alguien a consumir crack y otras sustancias¡±. Es autor, como senador, de la ley que instituye la renta b¨¢sica de ciudadan¨ªa y eso le parece una de las v¨ªas m¨¢s eficaces para evitar que tantas personas acaben en la calle. ¡°Un d¨ªa ser¨¢ universal e incondicional y espero verlo¡±. Sostiene que la violencia contra los consumidores no va a resolver el problema y s¨ª el di¨¢logo con ellos, vecinos y comerciantes de la zona. ¡°En vez de incitaci¨®n al odio, queremos m¨¢s pr¨¢cticas de amor¡±.

Pero las opiniones est¨¢n tan divididas como Brasil. ¡°Habr¨ªa que coger a todos, meterlos en un autob¨²s y encerrarlos por la fuerza¡±. Para Ricardo est¨¢ claro. Es taxista y recorre a diario el centro. Los vecinos tampoco aguantan m¨¢s. Algunos elogian el trabajo policial en las redes sociales, repitiendo ¡°Caronte para ellos¡± y haciendo peticiones directas al jefe de polic¨ªa Roberto Monteiro. ¡°Por favor, comisario, echen a los usuarios de mi calle¡±. Otros han decidido colgar carteles de ¡°se vende¡±. Los edificios de la regi¨®n se deval¨²an entre las altas torres de apartamentos de lujo que crecen entre ellos. Abajo, en las calles, quienes consumen droga se mueven en grupo siguiendo las indicaciones policiales o vagan solos por el centro de S?o Paulo. All¨ª sue?an y lloran, porque, aunque algunos los llamen zombis, siguen vivos.