De Eusebio Leal, Jes¨²s de Polanco y el recado que le envi¨® Fidel Castro a Felipe Gonz¨¢lez con Gabo
Un d¨ªa Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez estaba en el aeropuerto de La Habana esperando volar a Madrid cuando se abrieron las puertas y entr¨® Fidel en tromba con un mensaje para el entonces presidente de Espa?a
Es Navidad en Espa?a, y L¨¢zaro llama desde La Habana para desearme feliz a?o y pedirme unos medicamentos que ¡°est¨¢n perdidos¡± desde hace meses de las farmacias cubanas.
¡ª Esto est¨¢ en llamas, Tigre. No hay de nada en las tiendas, as¨ª que est¨ªrate y llena las maletas¡
Cuenta que hoy se fue a dar una vuelta por la plaza de armas. Y se top¨® con una estatua de tama?o natural de Eusebio Leal plantada a las puertas del Palacio de los Capitanes Generales en hom...
Es Navidad en Espa?a, y L¨¢zaro llama desde La Habana para desearme feliz a?o y pedirme unos medicamentos que ¡°est¨¢n perdidos¡± desde hace meses de las farmacias cubanas.
¡ª Esto est¨¢ en llamas, Tigre. No hay de nada en las tiendas, as¨ª que est¨ªrate y llena las maletas¡
Cuenta que hoy se fue a dar una vuelta por la plaza de armas. Y se top¨® con una estatua de tama?o natural de Eusebio Leal plantada a las puertas del Palacio de los Capitanes Generales en homenaje al carism¨¢tico historiador de la ciudad, fallecido en julio del a?o pasado. Me dice que la estatua es de Jos¨¦ Villa Sober¨®n, el mismo escultor que hizo la que se exhibe en la barra del bar-restaurante Floridita del escritor Ernest Hemingway, y tambi¨¦n de la que representa al bailar¨ªn espa?ol Antonio Gades, esta ¨²ltima ubicada en la plaza de la Catedral, ¡°conocida primero como la plaza de la Ci¨¦naga porque se inundaba con las aguas que corr¨ªan a lo largo de la villa para desembocar en el mar, y que tambi¨¦n se anegaba con las mareas¡±. L¨¢zaro es una enciclopedia viva de La Habana, conoce cada rinc¨®n y cada leyenda de sus calles y plazas, y ni porque nos separan 7.500 kil¨®metros de mar se frena en su af¨¢n de descubrirme la belleza y singularidades de la capital cubana.
¡°A diferencia de la mayor¨ªa de las ciudades coloniales, en las que una plaza principal concentraba las funciones p¨²blicas [iglesia, cabildo, mercado], La Habana fue una villa polic¨¦ntrica desde muy temprano: al ser ocupada su plaza primitiva por el castillo de la Real Fuerza y adquirir un car¨¢cter militar luego de un ataque pirata, las funciones p¨²blicas se desplazaron hacia cuatro espacios menores, la plaza de San Francisco, la del Cristo, la plaza Vieja y la de la Catedral¡±, explica, e indica que ¨¦l acostumbra a recorrerlas desde el mar hacia la antigua muralla aunque a veces hace el trayecto inverso, bajando por la sombreada calle de Teniente Rey desde el Capitolio hacia el convento de San Francisco de As¨ªs, dos de las grandes obras rehabilitadoras acometidas por la Oficina del Historiador que hasta su muerte dirigi¨® Leal.
Eusebio era una persona muy querida por los habaneros, y en las casi cuatro d¨¦cadas que estuvo al frente de la restauraci¨®n del Centro Hist¨®rico rescat¨® cientos de edificios y espacios p¨²blicos que estaban heridos de muerte debido a la falta de recursos y a la dejadez del Estado, creando en La Habana Vieja una especie de reino taifa que logr¨® sacudirse el polvo de la ideolog¨ªa y la burocracia para implicar en la labor rehabilitadora al incipiente sector privado. ¡°Preservar el patrimonio material e inmaterial de la ciudad es importante, pero no como una tarea de momificar el pasado. El proyecto de La Habana y la misi¨®n que tenemos es precisamente darle vida, que la ciudad sea para los que la viven, por eso hemos creado escuelas, centros de salud y viviendas en el Centro Hist¨®rico, es la ¨²nica manera de que no se convierta en un pueblo viejo o en un centro tur¨ªstico¡±, sol¨ªa decir Eusebio Leal.
Leal hablaba con tal pasi¨®n de La Habana que contagiaba a sus interlocutores y los ¡°envolv¨ªa¡± de inmediato, se?ala L¨¢zaro: ¡°Quien le escuchara, fuesen reyes, presidentes, embajadores, artistas, potentados o las gentes m¨¢s sencillas de La Habana Vieja, quedaba comprometido con la causa del rescate de La Habana, y fueron muchos los que le apoyaron de diversos modos¡±. Dice mi amigo que ante la ingente y descomunal tarea de conseguir fondos para salvar una de las ciudades coloniales m¨¢s hermosas de Am¨¦rica, Eusebio hab¨ªa desarrollado ¡°vista larga de cazador¡± y sab¨ªa muy bien qu¨¦ pedir y a qui¨¦n para contribuir de mejor modo a su obra. Pone como ejemplo el viaje que realizaron en 2001 un grupo de amigos y empresarios espa?oles, entre los que estaban la escritora Carmen Posada, Alicia Koplowitz y Jes¨²s de Polanco, presidente de PRISA y due?o de EL PA?S. El historiador los acompa?¨® toda una ma?ana por el Centro Hist¨®rico, patrimonio de la humanidad desde 1982 junto al sistema de fortificaciones de La Habana. Cuando termin¨® el recorrido, fascinado todo el mundo despu¨¦s de haberle escuchado y de haber comprobado lo mucho que hab¨ªa logrado rehabilitar, Polanco pregunt¨® qu¨¦ pod¨ªan hacer ellos para ayudarle. ¡°Eusebio no lo dud¨® un segundo: lo mir¨® y le dijo que, m¨¢s que cualquier apoyo financiero, ser¨ªa de gran utilidad que EL PA?S publicara un reportaje sobre los trabajos de restauraci¨®n de La Habana¡±.
Me lo cuenta L¨¢zaro por tel¨¦fono y me quedo pasmado. Sab¨ªa que manten¨ªa una buena amistad con Eusebio, pero dudo del detalle, e indago. Y resulta que s¨ª. Un veterano del peri¨®dico recuerda que cuando Polanco regres¨® de aquel viaje pidi¨® al director que enviaran a La Habana a quien mejor pod¨ªa hacer el trabajo, ¡°y ese no era otro que Manuel Vicent, tu padre¡±. Con la copa de champ¨¢n en la mano, pregunto a mi progenitor y me confirma la propuesta: ¡°Dije que no, que yo no quer¨ªa meterme en el territorio de mi hijo¡±. Y cuenta cu¨¢l fue el final de la historia. ¡°Tiempo despu¨¦s me encontr¨¦ a Polanco y me dijo bromeando que era el ¨²nico periodista de EL PA?S que hab¨ªa dicho que no a un encargo directo suyo. ¡®Hombre, si me hubieran explicado que eras t¨² qui¨¦n lo ped¨ªa, lo hubiese hecho¡¯, le respond¨ª¡±.
?Joder, L¨¢zaro! ?Menudo regalazo de Reyes! Ahora soy yo el que le llamo de vuelta y le doy las gracias pues no sab¨ªa nada. Me pone a Eusebio por las nubes y habla de su gran sentido del humor, asegurando que las an¨¦cdotas del historiador eran infinitas y muy divertidas, ¡°impublicables muchas, sabrosas todas¡±, acota.
Adelante, le pido, vayamos a las segundas. Y suelta una genial de la ¨¦poca aciaga del Periodo Especial. El campo socialista y la Uni¨®n Sovi¨¦tica se hab¨ªan deshecho ya en menudos pedazos, y Fidel Castro y Felipe Gonz¨¢lez estaban cada vez m¨¢s cabreados. Despu¨¦s de a?os de amistad, ambos mandatarios se hab¨ªan distanciado por la reticencia de Castro a introducir la m¨¢s m¨ªnima reforma en Cuba que oliera a capitalismo o a vuelta al pasado. Era la ¨¦poca del ¡°socialismo o muerte¡±, y casi a diario en la prensa uno y otro se lanzaban p¨²blicamente cargas de profundidad. Felipe demandaba a Castro seguir el camino de Gorbachov, y Fidel le respond¨ªa que el ejemplo de Espa?a que m¨¢s le interesaba era el de la resistencia de Numancia; no le llamaba traidor de milagro. En boca de Felipe, las palabras m¨¢gicas al referirse a Cuba eran apertura econ¨®mica, elecciones libres y democracia. Castro aguantaba a veces, y a veces no, hasta que un d¨ªa solt¨® aquello de que ¡°en Espa?a al Rey no lo ha elegido nadie, sino que lo puso Franco¡±. As¨ª las cosas, en el verano de 1993 hubo una peque?a tregua despu¨¦s de la cumbre iberoamericana de Salvador de Bah¨ªa, cuando Felipe logr¨® que Castro aceptara que visitara La Habana una delegaci¨®n de alto nivel presidida por Carlos Solchaga, su exministro de Econom¨ªa, con el objetivo de que le hiciera sugerencias para evitar la debacle econ¨®mica. Solchaga viaj¨® en compa?¨ªa de Jos¨¦ Juan Ru¨ªz, entonces secretario general de econom¨ªa internacional en el Ministerio de Econom¨ªa y Hacienda, adem¨¢s de un alto cargo del Banco de Espa?a y un experto fiscal. Pasaron varios d¨ªas en la isla, y el 31 de julio cenaron con Fidel Castro y le presentaron su plan de liberalizaci¨®n econ¨®mica, que inclu¨ªa privatizaciones. El l¨ªder comunista escuch¨® sin chistar, y tiempo despu¨¦s confesar¨ªa que por aquel tiempo muchas delegaciones visitaban La Habana con el mismo prop¨®sito y que ¨¦l siempre les atend¨ªa ¡°con la paciencia de Job y la sonrisa de la Mona Lisa¡±.
Poco dur¨® la paz. Un d¨ªa el escritor colombiano Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, amigo de los dos, estaba en el aeropuerto de La Habana esperando tomar un vuelo a Madrid. Leal estaba en la sala de protocolo despidi¨¦ndolo cuando de pronto se abrieron las puertas y entr¨® Fidel en tromba. ¡°Le pregunt¨® a Gabo que si durante su estancia en Espa?a iba a ver a Felipe. ?l asinti¨®, y entonces Fidel le pidi¨® que le trasmitiera un recado: ¡®Dile de mi parte que es un remaric¨®n¡¯, y con la misma sali¨® del sal¨®n. A los tres minutos se repiti¨® la escena: volvieron a abrirse las puertas y entr¨® Fidel del mismo modo que hab¨ªa hecho antes: ¡®Oye, Gabo, por favor, no le des ese mensaje. Dale este otro: ¡®Dile de mi parte que es un recontramaric¨®n¡±.
Pasado unos meses, estando de viaje en M¨¦xico, Eusebio fue a visitar a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez y a su esposa Mercedes a su casa en la exclusiva colonia Jardines del Pedregal, en el entonces llamado Distrito Federal. ¡°Cuando llev¨¢bamos un rato hablando le pregunt¨¦ qu¨¦ hab¨ªa pasado con Felipe. Me cont¨® que el d¨ªa que se vieron en Madrid le dijo que ten¨ªa un mensaje de Fidel para ¨¦l. ¡®S¨ª, ya s¨¦ que me va a decir: que soy un maric¨®n¡¯, le respondi¨® Felipe¡±.
Me dice L¨¢zaro que si no le creo, como sucedi¨® antes con lo de Polanco y mi padre, que busque en internet. ¡°Antes de morir Eusebio cont¨® la an¨¦cdota en p¨²blico y est¨¢ grabada [la busco y la encuentro, y la versi¨®n es casi id¨¦ntica]. Y me recuerda antes de colgar el tel¨¦fono: ¡°Oye Tigre, no te olvides de las medicinas para el asma¡ Y del jam¨®n¡±.
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