Madrid zombi
Cines y teatros languidecen. Lo ¨²nico que resplandece son esas meninas que multiplican su espanto por aceras y plazas
No todos los acontecimientos culturales han sufrido los efectos destructivos de la pandemia. Acabo de enterarme de que se est¨¢ levantando en la ya atroz plaza de Col¨®n una menina gigante que medir¨¢ 10 metros de altura y pesar¨¢ 1.300 kilos, una estructura de aluminio ¡°decorada con lentejuelas y bolas de plata acompa?adas de diamantes de pl¨¢stico transl¨²cido, creaci¨®n del reconocido dise?ador de moda Andr¨¦s Sard¨¢¡±, seg¨²n asegura no sin entusiasmo un comunicado del Ayuntamiento. Madrid es una ciudad en la que abundan los museos excepcionales y en la que viven y trabajan artistas de mucho talento, pero sus instituciones municipales y regionales llevan muchos a?os concentr¨¢ndose en la propagaci¨®n del horror. A¨²n me acuerdo de la chispeante estatua de La Violetera que estuvo plantada en la esquina de Alcal¨¢ con la Gran V¨ªa, infamando con su vacua cursiler¨ªa la memoria de una bella canci¨®n, y a diario tengo la desdicha de cruzar la duradera pesadilla de la plaza de Felipe II, en la que se logr¨® la haza?a de cubrir un aparcamiento subterr¨¢neo con un espacio tan bald¨ªo como otro aparcamiento. La plaza de Felipe II hay que atravesarla sin levantar la vista del suelo, a fin de no encontrarse con esa especie de dolmen inexplicable y esa escultura que demuestran que las parodias y las falsificaciones m¨¢s baratas de Dal¨ª las perpetr¨® el propio Dal¨ª. Aunque quiz¨¢s el dolmen daliniano tenga la ventaja de distraer los ojos de la fachada del antes llamado Palacio de los Deportes, ahora bautizado en un idioma extra?o como WiZink Center.
Pero aqu¨ª no acaban los peligros visuales, porque si uno huye de Felipe II puede encontrarse, en la esquina de Goya y Alcal¨¢, un pavoroso cabez¨®n de don Francisco de Goya, que, a diferencia de Dal¨ª, no tuvo culpa de nada. Es un cabez¨®n que conjuga la est¨¦tica de la rotonda de tr¨¢fico y una propensi¨®n escult¨®rica a lo mostrenco que al menos desde el Valle de los Ca¨ªdos ha sido muy cultivada por esa derecha mesetaria que gobierna Madrid. Los teatros y los cines languidecen en este desastre sanitario que no acaba, y que las autoridades regionales hacen todo lo posible por agravar con su mezcla t¨®xica de chuler¨ªa y de incompetencia, las salas de m¨²sica no levantan cabeza, las librer¨ªas resisten como pueden, las pocas galer¨ªas de arte que a¨²n quedan sobreviven de milagro: en medio de esta desolaci¨®n, lo ¨²nico que resplandece y prolifera, invulnerable a la crisis, son esas meninas que multiplican su espanto por las aceras y las plazas como zombis o replicantes, como clones degenerados de un modelo que invent¨® hace ya muchos a?os Manolo Vald¨¦s. Es como en esas pel¨ªculas en que una sustancia o una criatura h¨ªbrida creada en un laboratorio escapa de ¨¦l y se multiplica sin control, y amenaza con invadir una ciudad entera, un planeta. Las meninas como hongos enormes de alegres colores nos acechan en cualquier esquina de Madrid, y un p¨²blico antes sobre todo tur¨ªstico y ahora local se abraza a ellas o las elige como fondo para sus selfis, a?adiendo as¨ª su propia creatividad a la de los diversos artistas y celebridades que han contribuido a personalizarlas, como es apropiado decir ahora. Las autoridades municipales participaron con entusiasmo visible en la presentaci¨®n de la campa?a, y, no contentas con repetir y ampliar el despliegue de los ¨²ltimos a?os, han completado lo que ellos llamar¨¢n sin duda su ¡°apuesta cultural¡± con esa nueva menina gigantesca, la de los 10 metros, las 37.000 bombillas, las lentejuelas y bolas de plata acompa?adas de diamantes de pl¨¢stico transl¨²cido.
Belicismo ideol¨®gico
La plaza de Col¨®n es sin duda el sitio adecuado, y no solo por la inmensa bandera que ya ondea all¨ª desde los tiempos patri¨®ticos de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, ni por la querencia que la derecha y la extrema derecha llevan mostrando hacia ella como escenario de su belicismo ideol¨®gico. La plaza de Castilla logra un grado semejante de espanto urbano, con su boca de t¨²nel, su monumento franquista a Calvo Sotelo, la aguja monumental del arquitecto Calatrava, las dos torres inclinadas que despiertan tantos recuerdos entra?ables de la econom¨ªa del pelotazo financiero. La plaza de Castilla es un espacio urbano tan depravado como la de Col¨®n, igual de hostil a la escala y a la presencia humana. Pero esta ¨²ltima est¨¢ en el coraz¨®n mismo de la ciudad, y en su gran vac¨ªo tiranizado por el tr¨¢fico se levantaron hasta finales de los sesenta hermosos edificios condenados a la piqueta por la codicia y la ignorancia, por una barbarie municipal que desdichadamente no termin¨® con la dictadura: en esa plaza, a un lado de la calle de G¨¦nova, estuvo el palacio de Medinaceli; al otro, la casa donde vivi¨® muchos a?os P¨¦rez Gald¨®s, justo donde est¨¢n ahora esas torres coronadas por una especie de montera como de Miami Beach.
Madrid est¨¢ llena de gente disconforme, inventiva, moderna, cultivada, activista: pero su destino c¨ªvico es el de un derechismo rancio volcado en la promoci¨®n del ladrillo y del coche privado, en un oscurantismo que tiene su traducci¨®n est¨¦tica en la vulgaridad, y su consigna pol¨ªtica, en la beligerancia contra las nuevas expectativas de vitalidad urbana y empe?o ambiental que est¨¢n cobrando forma en otras capitales de Europa y de Am¨¦rica, y en la misma Espa?a. En todas ellas la pandemia ha acelerado la adopci¨®n de formas de movilidad saludables y sostenibles, de espacios propicios para los caminantes, de carriles bien conectados y seguros para los ciclistas. En Londres, en Par¨ªs, en Bogot¨¢, los gobiernos municipales son n¨²cleos activos de debate y puesta en pr¨¢ctica de ideas sobre un modelo de ciudad habitable, gestionada con la participaci¨®n vecinal, rescatada del sometimiento a los intereses de los especuladores y de los fabricantes de coches privados, empe?ada en pol¨ªticas ambientales que mitiguen en lo posible el cambio clim¨¢tico o, al menos, a estas alturas, ayuden a sobreponerse a sus peores efectos. Me he movido en bicicleta por unas cuantas ciudades, incluida Nueva York, y ninguna es tan peligrosa y tan hostil para los ciclistas como Madrid. Circular en bicicleta, como ir a pie, es cada vez m¨¢s una afirmaci¨®n pol¨ªtica: un activismo concreto en la humanizaci¨®n de la ciudad. Quiz¨¢s por eso el Ayuntamiento hace lo posible por sabotearlo. No hac¨ªa ninguna falta el suplicio a?adido de las meninas como zombis, de la menina gigante y luminosa alz¨¢ndose en la noche como en una de esas pesadillas que se han vuelto tan frecuentes con la pandemia.
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