Lecturas confinadas
En lo peor del encierro y la sa?a pol¨ªtica, los ¡®Episodios¡¯ de Gald¨®s ayudaban a comprender la inercia de desastre que arrastramos
El azar es un bibliotecario infalible, un librero que sit¨²a en el centro del escaparate o en el lugar m¨¢s visible de la mesa de novedades el libro que mejor te conviene en cada momento, que casi nunca es el que t¨² ibas buscando. Durante las semanas del encierro riguroso, y luego en estos meses raros que no terminan, yo he tenido la suerte de encontrar las lecturas que mejor me conven¨ªan, porque cumpl¨ªan al m¨¢ximo las dos tareas simult¨¢neas pero contradictorias que les pedimos a los libros, y que les pedimos m¨¢s imperiosamente en tiempos de incertidumbre: la tarea de comprender el mundo tal como es y la de evadirnos de ¨¦l; la de anclarnos en el aqu¨ª y ahora y la de escapar al ayer o al ma?ana o al ¨¦rase una vez; la de contarnos qu¨¦ sucedi¨® y la de apasionarnos por lo nunca sucedido. Nada era m¨¢s urgente que comprender lo real, que poseer los datos exactos sin los cuales ni pod¨ªan tomar decisiones los encargados de hacerlo ni pod¨ªamos saber qu¨¦ pensar ni qu¨¦ opinar sin desvar¨ªo la inmensa mayor¨ªa de los ciudadanos cuyo deber prioritario fue primero quedarnos en casa, y luego actuar con cautela y responsabilidad y no hacer idioteces. Pon¨ªamos la radio cada ma?ana con angustia, antes siquiera de hacer el desayuno, con la impaciencia y el miedo de enterarnos de lo ¨²ltimo. Pero al mismo tiempo, en mayor o menor grado, seg¨²n el car¨¢cter de cada uno, sent¨ªamos la fatiga de una actualidad que en lugar de ilustrarnos nos confund¨ªa, una realidad tan confinada como el espacio mismo que habit¨¢bamos, tan repetida como los h¨¢bitos y los horarios que nada m¨¢s nacer ya se nos volv¨ªan invariables.
Necesit¨¢bamos huir de lo inmediato y cotidiano y al mismo tiempo comprenderlo, y darle a diario una forma respirable. El presente nos agobiaba tanto que agradec¨ªamos m¨¢s que nunca los viajes a los diversos pasados de los libros de historia, las memorias, los diarios. La realidad era tan acuciante que nos volv¨ªamos m¨¢s sensibles a los reinos de la ficci¨®n. Unas veces les pedimos a los libros que sean ventanas abiertas al exterior; y otras, que sean pantallas en las que proyectamos historias inventadas, en habitaciones tan cerradas y a oscuras como salas de cine. No es una huida irresponsable, porque no nos vamos a ninguna parte, pero s¨ª una evasi¨®n, en el sentido m¨¢s limpio de la palabra, un irse ¨¢gilmente, gatunamente, para volver luego con el mismo sigilo y sin que nuestra ausencia se haya notado.
Yo me he evadido a regiones muy distintas del mundo real y de los mundos ficticios leyendo, sobre todo, a Thomas Merton y a P¨¦rez Gald¨®s. Por pura casualidad, en el desorden de mis libros, fui a fijarme en un volumen del diario de Merton que compr¨¦ hace a?os, de segunda mano, en un puesto callejero de Nueva York, y que no hab¨ªa le¨ªdo, The Sign of Jonas, uno de esos libros que se compran y a continuaci¨®n se olvidan. Seguramente no lo hab¨ªa le¨ªdo porque me estaba siendo reservado para la mejor ocasi¨®n posible, que iba a ser la de la pandemia y el encierro: es el diario de un monje trapense que vive un encierro todav¨ªa m¨¢s severo que el m¨ªo. La autobiograf¨ªa de Merton, La monta?a de los siete c¨ªrculos, que trata de su conversi¨®n al catolicismo y de su ingreso en un monasterio regido por la exigencia del trabajo y el silencio, es uno de los grandes libros de memorias del siglo pasado. The Sign of Jonas cuenta d¨ªa por d¨ªa el ritmo mon¨®tono de la vida monacal, la sucesi¨®n de las tareas manuales y las rutinas lit¨²rgicas, de los espacios comunes y los retiros a la soledad contemplativa, muchas veces asociada a la celebraci¨®n de la naturaleza.
Con los a?os, Thomas Merton se abri¨® a otras perspectivas de experiencia de lo sagrado, como el budismo o el tao¨ªsmo, y se hizo militante activo del pacifismo y de la justicia social. En este diario, escrito en los primeros a?os cincuenta, el monje todav¨ªa joven acepta, no sin zozobra, los l¨ªmites del mundo en los que ¨¦l mismo ha elegido confinarse, y en el interior de los cuales ahora ha de encontrar de manera exclusiva toda la riqueza espiritual, emocional, intelectual, po¨¦tica, que necesita para vivir en plenitud. Yo lo le¨ªa y ese estilo suyo sobrio y pensativo me ayudaba a ver con m¨¢s claridad el car¨¢cter lit¨²rgico que adquieren los actos que uno repite cada d¨ªa, empezando por la ceremonia inaugural del desayuno, y tambi¨¦n el valor de una organizaci¨®n rigurosa de la jornada que ayude a evitar el peligro de la desgana y el desorden.
Thomas Merton me ayudaba a relacionarme mejor con la realidad y tambi¨¦n a evadirme de ella, porque leyendo su diario me encontraba habitando quim¨¦ricamente un convento trapense rodeado de bosques que en el oto?o se incendiaban de amarillos, ocres y rojos. La Cuarta y la Quinta serie de los Episodios de Gald¨®s me permit¨ªan otra evasi¨®n a mundos novelescos de una fertilidad que no se agota nunca, de una riqueza y una libertad de escritura que no tienen nada que envidiar a Valle-Incl¨¢n, y adem¨¢s contienen m¨¢s sustancia. Gald¨®s escribi¨® estas ¨²ltimas series ya empezado el siglo XX, cuando se ahondaba su radicalismo pol¨ªtico al mismo tiempo que su fuerza inventiva, contaminada sin complejo de peripecias de follet¨ªn y de novela de aventuras. En las dos ¨²ltimas series de los Episodios, la indagaci¨®n hist¨®rica de Gald¨®s confluye con su memoria personal, y eso da a cada uno de esos vol¨²menes una vitalidad y una fuerza pol¨ªtica arrebatadoras. En lo peor del confinamiento, cuando el espect¨¢culo de la discordia y la sa?a est¨¦ril de la pol¨ªtica espa?ola daban todav¨ªa m¨¢s miedo que la enfermedad, los Episodios le ayudaban a uno a comprender la inercia de desastre de la que a nuestro pa¨ªs le cuesta tanto desprenderse, el h¨¢bito al parecer incurable de la chapuza, la frivolidad, la corruptela. En los Episodios se cuentan una y otra vez las esperanzas malogradas, las ocasiones perdidas, el desperdicio de la inteligencia y el esfuerzo de las personas honestas, el parasitismo de los privilegiados que despilfarran lo que corresponde por justicia a la mayor¨ªa. Al viejo Gald¨®s no parece que le quedaran muchas esperanzas pol¨ªticas, pero aun as¨ª se comprometi¨® en el Parlamento, en el teatro, en la tribuna, en la calle. Habr¨¢ que aprender de su coraje, y no solo refugiarse en su literatura.
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