Vidas ocultas
¡®Vidas provisionales¡¯, de la escritora rumana Gabriela Adamesteanu, es una novela de ambici¨®n abarcadora a la antigua y de escritura y composici¨®n entrecortadas
Dos amantes se encuentran cada cierto tiempo en una habitaci¨®n prestada, en un barrio apartado y an¨®nimo, a media ma?ana o a media tarde, en los horarios forzosos de sus vidas clandestinas, m¨¢s secretas todav¨ªa porque han de esconderse del espionaje chismoso de los otros y adem¨¢s de la omnisciencia de un estado policial. La habitaci¨®n es s¨®rdida, las s¨¢banas ajenas est¨¢n sucias, las colillas desbordan el cenicero, a veces el agua est¨¢ cortada en el cuarto de ba?o, la ventana da a una especie de descampado en el que hay zanjas de obras y una laguna de color sospechoso: pero durante unas horas l...
Dos amantes se encuentran cada cierto tiempo en una habitaci¨®n prestada, en un barrio apartado y an¨®nimo, a media ma?ana o a media tarde, en los horarios forzosos de sus vidas clandestinas, m¨¢s secretas todav¨ªa porque han de esconderse del espionaje chismoso de los otros y adem¨¢s de la omnisciencia de un estado policial. La habitaci¨®n es s¨®rdida, las s¨¢banas ajenas est¨¢n sucias, las colillas desbordan el cenicero, a veces el agua est¨¢ cortada en el cuarto de ba?o, la ventana da a una especie de descampado en el que hay zanjas de obras y una laguna de color sospechoso: pero durante unas horas la pasi¨®n amorosa cancela hasta cierto punto el mundo exterior, su intemperie, su amenaza. El lugar y el tiempo en que sucede la historia son al principio tan borrosos como el paisaje de extrarradio que se ve por los cristales sucios de la ventana, con sus cierres mal ajustados por los que se cuela el fr¨ªo. La ciudad es Bucarest, el tiempo m¨¢s o menos los a?os setenta, en esa fase de estancamiento pol¨ªtico y vital de una dictadura que lleva existiendo muchos a?os y a la que nadie le vislumbra un final. El tiempo salta a veces hacia el porvenir de los a?os noventa, y entonces ese presente de los dos amantes se ha convertido en recuerdo lejano, te?ido de una mezcla desigual de a?oranza y amargura. Y otras veces el tiempo retrocede, m¨¢s all¨¢ del nacimiento de los amantes que ahora rondan los treinta a?os, para mostrarnos el origen del que vienen y que los dos ignoran en gran medida, los a?os de tiran¨ªa y crueldad padecidos por un pobre pa¨ªs que tiene la mala fortuna de encontrarse situado, como en una falla geol¨®gica, entre la brutalidad nazi y la brutalidad sovi¨¦tica, y que adem¨¢s ya pose¨ªa dentro de s¨ª sus propias simientes de fanatismo ideol¨®gico y barbarie pol¨ªtica.
A veces la biograf¨ªa de las personas tiene una correspondencia decisiva con las circunstancias hist¨®ricas: eso les permite experimentar en primera persona las grandes mutaciones de un devenir colectivo. Como Letitia y Sorin, los dos amantes que protagonizan Vidas provisionales, la autora de la novela, Gabriela Adamesteanu, naci¨® muy tarde para tener recuerdos de los a?os de crudo salvajismo de la II Guerra Mundial en Ruman¨ªa, pero fue ni?a en los ¨²ltimos a?os de la era de Stalin, y se hizo adulta y encontr¨® su vocaci¨®n y tuvo que abrirse paso en la vida durante la dictadura de Nicolae Ceaucescu. Una buena atalaya generacional puede ser un privilegio para un novelista, porque le permite alimentar su imaginaci¨®n con el espect¨¢culo impagable de los cambios de ¨¦poca: ha vivido el aburrimiento abrumador de un tiempo que parece inm¨®vil; de pronto lo inesperado irrumpe y las cosas cambian vertiginosamente de la noche a la ma?ana, y el pasado inmediato se queda muy lejos y cae en el olvido, por la impaciencia de los cambios, por la mutaci¨®n aprovechada de muchos de los antiguos bur¨®cratas y verdugos en protagonistas de la nueva era.
A veces la biograf¨ªa de las personas tiene una correspondencia decisiva con las mutaciones del devenir colectivo
La corriente mutua del deseo que los ha tra¨ªdo a esa habitaci¨®n no borra las diferencias hondas entre los dos amantes, los indicios de discordia futura que el fervor no permite ver, o prefiere eludir. El mundo exterior no puede ser cancelado como ellos quisieran. Entran y salen por separado, para evitar esp¨ªas y murmuraciones. En el organismo administrativo en el que los dos trabajan como funcionarios de baja categor¨ªa procuran mantenerse alejados el uno del otro. Delante de ese edificio de arquitectura totalitaria hay una estatua gigante de Lenin. El miedo constante, la vigilancia, la sospecha, la mentira, la delaci¨®n, suceden bajo la inmensidad entontecedora del tedio. La pasi¨®n sexual es un respiro vivificador pero insuficiente, y va siendo gastada, como la vida entera, por la doble maquinaria tosca e incesante de la opresi¨®n y del sometimiento. Los amantes se esconden en la habitaci¨®n precaria, se entregan , respiran el aire espeso de tabaco, de sexo y de falta de higiene; a veces hasta bailan siguiendo las canciones americanas o francesas que suenan detr¨¢s de la pared; se cuentan cosas al o¨ªdo. Pero lo que se cuentan es mucho menos de lo que no llegan a decirse, porque la sospecha infecta hasta lo m¨¢s ¨ªntimo de la vida, y lo que saben de s¨ª mismos, o cada uno del otro, es muy poco por comparaci¨®n con todo lo que no saben, el pasado que pesa sobre ellos aunque lo desconozcan, toda la informaci¨®n contenida en expedientes policiales que en cualquier momento puede empujarlos a la ignominia o a la c¨¢rcel.
Vidas provisionales es una novela de ambici¨®n abarcadora a la antigua y de escritura y composici¨®n entrecortadas, de saltos en el tiempo, de puntos de vista cambiantes, de voces y presencias que se enredan a lo largo de las generaciones, entre el final de los a?os treinta y los primeros noventa. La traducci¨®n de Mar¨ªa Ochoa de Eride suena expresiva y fluida, deslenguada en los momentos de franqueza sexual femenina. El narrador omnisciente, tan denostado entre nosotros, se muestra en la novela en toda su gloriosa capacidad de contarlo todo, saltando tiempos, lugares, conciencias, descubriendo lo m¨¢s escondido, desplegando panoramas de gran amplitud y concentr¨¢ndose en esos detalles m¨ªnimos y reveladores de lo cotidiano que son la especialidad del arte de la novela. Pero entre todas las voces, las miradas, muchas de ellas memorables, las que prevalecen son las de Letitia Branea, esa mujer al mismo tiempo desvergonzada y t¨ªmida que durante a?os sigue acudiendo a las citas clandestinas con un impulso de vivir no amortiguado por el desenga?o, y que al volver cada noche al ingrato domicilio conyugal escribe en un cuaderno para no olvidarse de lo que ha vivido en esas horas candentes, para cumplir su vocaci¨®n de dar una forma narrativa a lo confuso y lo incierto de la experiencia. Nada m¨¢s escribir esconde de nuevo el cuaderno debajo del colch¨®n, con el mismo impulso de supervivencia a trav¨¦s del secreto que rige su vida entera, y que le ayuda a salvar su propia integridad en medio de la corrupci¨®n universal de un sistema pol¨ªtico sostenido sobre el envilecimiento de cada uno de sus mandatarios y cada uno de sus s¨²bditos. En Vidas provisionales hay visiones r¨¢pidas, flashes terribles de interrogatorios y torturas: pero su intuici¨®n fundamental es la del deterioro espiritual irreparable no de las v¨ªctimas se?aladas sino del com¨²n de las personas, los acomodados, los sometidos sin queja, la carcoma incesante de la conciencia bajo la tiran¨ªa.
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