Pistolas, caballos y graneros. Pero versos de Yeats junto a reflexiones de Val¨¦ry. Destemplanza, sordidez y conflicto. Pero historias de redenci¨®n y de conocimiento. Tras los pasos de Melville en la lucha del hombre contra la naturaleza desolada y contra s¨ª mismo. Y tras los pasos de Faulkner a la hora de asumir que el mejor estilo posible es el que uno mismo perge?a para la ocasi¨®n, m¨¢s all¨¢ siempre de modelos y de consignas. ...

Pistolas, caballos y graneros. Pero versos de Yeats junto a reflexiones de Val¨¦ry. Destemplanza, sordidez y conflicto. Pero historias de redenci¨®n y de conocimiento. Tras los pasos de Melville en la lucha del hombre contra la naturaleza desolada y contra s¨ª mismo. Y tras los pasos de Faulkner a la hora de asumir que el mejor estilo posible es el que uno mismo perge?a para la ocasi¨®n, m¨¢s all¨¢ siempre de modelos y de consignas. Cormac McCarthy ha sido un narrador excepcional por su obra sobrecogedora, pero no lo ha sido menos por su feliz dominio del equilibrio entre ¨¦pica y ¨¦tica. Harold Bloom lo entroniz¨®, y en la n¨®mina de sus adoradores incondicionales figuran John Banville y Javier Mar¨ªas.

Soledad

En el volumen ¡°El mudo¡± y otros textos se incluye un ensayo de la gran sure?a Carson McCullers titulado ¡°Soledad¡­, una enfermedad americana¡±, un texto en el que se subraya que ¡°la madurez es la historia de las mutaciones que revelan al individuo su relaci¨®n con el mundo en el que se encuentra¡± y que ¡°la sensaci¨®n de aislamiento moral resulta insoportable¡±. Mucho sabe el lector de McCarthy acerca de las constataciones de McCullers. La soledad made in USA de los espacios metaf¨ªsicos de la pintura de Hopper, la del h¨¦roe y la del villano, la de Cornelius, el protagonista de Suttree (1979) que abandona todo v¨ªnculo con el mundo rutinario y se libra a un destino en solitario, sin ataduras.

Naturaleza

Con su querencia por el mundo rural y por el paisaje salvaje, McCarthy parece haber querido subrayar la ancestral vinculaci¨®n de la literatura norteamericana con la madre naturaleza, los espacios ilimitados y la tierra. Desde Fenimore Cooper a Zane Grey. Todos los hermosos caballos (1992) es una de las novelas que mejor reflejan la importancia seminal de la naturaleza en la obra del autor, y desde luego no ¨²nicamente desde una perspectiva tematol¨®gica sino asimismo gen¨¦rica en la medida en que el medio natural se da la mano con el western tanto como con el g¨®tico sure?o y con el relato dist¨®pico que tanta fama le dio a McCarthy por medio del cine.

Violencia

Merodea por toda su obra porque a McCarthy le obsesiona llegar a fotografiar la cara oculta de la condici¨®n humana, que es la que se esconde bajo las convenciones sociales y la que reflejan los facinerosos, soci¨®patas, forajidos y loosers que pueblan su universo literario. Su violencia no es artificial, solo es visceral, consustancial al mundo como la de Grupo salvaje de Sam Peckinpah o la que lleva consigo el nihilismo y la amoralidad de la narrativa de Jim Thomson. Meridiano de sangre (1985), la obra maestra del autor, constituye la mejor prueba de que al maestro McCarthy le fascin¨® siempre la pesadilla cotidiana, aquella con la que sus personajes tienen que convivir. Como Lester Ballard, el violento protagonista de Hijo de Dios, como el asesino Anton Chigurh de No es pa¨ªs para viejos (2005), como tantas otras criaturas del autor privadas del don de la benevolencia, el diab¨®lico albino Juez Holden de Meridiano de sangre encarna las virtudes del mal. Como el mapa que pint¨® Botticelli del infierno de Dante, Meridiano de sangre cartograf¨ªa el abismo.

Distop¨ªa

La carretera (2006) es la novela con la que el autor penetra en el terreno de la literatura postapocal¨ªptica de la que para siempre ser¨¢ un nombre indiscutible. Escrito con un estilo m¨¢s accesible que el de sus primeras obras, parece querer recrear un mundo desolado con una prosa simple, como si la devastaci¨®n de nuestro mundo no se permitiese ser descrita sino con la m¨¢xima aridez del lenguaje.

Estilo

M¨¢s que en ninguna otra obra suya, que McCarthy es un hijo de Faulkner se advierte en Hijo de Dios (1973), la tercera de sus novelas y en la que se adiestra en un singular estilo h¨ªbrido que juega con la poes¨ªa y sus ritmos y versificaciones a la vez que poda los di¨¢logos hasta convertirlos en ¨¢rboles desnudos como los que se recortan en el cielo en invierno. Frases como ramas afiladas, como movimientos de esgrima, escu¨¢lidas y trufadas de elipsis como las de ¡°Los asesinos¡± de Hemingway. La impronta de Faulkner en McCarthy es poderosa, y en la prosa del autor de la Trilog¨ªa de la frontera habitan los shiftings, la sintaxis sincopada, el fraseo sentencioso y la ret¨®rica b¨ªblica de El ruido y la furia o ?Absal¨®n, Absal¨®n!

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