La tercera Espa?a literaria
Un paseo por tres modelos sobre c¨®mo se ha tratado desde la literatura patria nuestra Guerra Civil
No falla. Cada vez que un partido de ultraderecha crece en un parlamento europeo nuestros intelectuales se preguntan primero, ?qu¨¦ est¨¢ pasando?, para se?alar de inmediato el blanqueo con el que medios de comunicaci¨®n, redes sociales y populistas varios benefician sus amenazantes propuestas contra las minor¨ªas, las pol¨ªticas sociales y el medio ambiente. A lo que pocas veces asistimos es a la evaluaci¨®n cr¨ªtica de c¨®mo se ha tratado desde la literatura patria el precedent...
No falla. Cada vez que un partido de ultraderecha crece en un parlamento europeo nuestros intelectuales se preguntan primero, ?qu¨¦ est¨¢ pasando?, para se?alar de inmediato el blanqueo con el que medios de comunicaci¨®n, redes sociales y populistas varios benefician sus amenazantes propuestas contra las minor¨ªas, las pol¨ªticas sociales y el medio ambiente. A lo que pocas veces asistimos es a la evaluaci¨®n cr¨ªtica de c¨®mo se ha tratado desde la literatura patria el precedente a la actual oleada de regresi¨®n y su relaci¨®n con sus oponentes: nuestra guerra civil, vamos. Les propongo un paseo por tres modelos de representaci¨®n tan trendy como prestigiosos para preguntarnos si juzgan con severidad o lavan bien blanco. Les advierto que no traigo buenas noticias.
1) El cainismo. Que la guerra sea un carnaval de desolaci¨®n que se desplaza de un lado a otro de la tierra y que lleva acompa?ando a la humanidad desde el principio de los tiempos facilita que se interprete la Guerra Civil como una suerte de cat¨¢strofe natural que regresa cada cierto tiempo, como las crecidas de los r¨ªos y las epidemias. Una trituradora de vidas sin culpable.
La imagen es literariamente poderosa: una tierra requemada por el sol, azotada por los vientos amargos de la envidia, la malicia, la rabia y el resentimiento, habitada por una poblaci¨®n tan empobrecida como ignorante, siempre predispuesta a resolver los conflictos a garrotazos.
?Qu¨¦ iba a ser la Guerra Civil sino otro episodio del baile macabro que se le impone como un destino a todas las generaciones de espa?oles: nacen, disputan y se matan? Una perspectiva digna de Faulkner y con la que Juan Benet lograr¨ªa maravillas tan perdurables como Saul ante Samuel. Pero construirse una atalaya desde la que lamentar la violencia at¨¢vica distorsiona, al borrar los motivos, la responsabilidad del conflicto: no es lo mismo una guerra din¨¢stica que una insurrecci¨®n para deponer un gobierno republicano leg¨ªtimo con el prop¨®sito de imponer los valores de la regresi¨®n. Si Jerem¨ªas llora por todos es porque ha renunciado a tomar partido.
2) Un abuelo facha, el otro republicano. Esta estrategia literaria consiste en enmarcar dentro de un costumbrismo simp¨¢tico a los agentes de la historia. Al estilo de antrop¨®logo campechano el narrador destaca los rasgos m¨¢s pintorescos, casi entra?ables, de los contendientes de ambos bandos, endulzados adem¨¢s por su avanza edad, la del respeto. El novelista se presenta as¨ª como una suerte de campe¨®n de la comprensi¨®n, capaz de exponer las razones de ambos bandos (como si no existieran miles de documentos lo bastante elocuentes), autor de una literatura moderada que formula preguntas sin imponerle ninguna respuesta al lector.
Claro que la manera c¨®mo est¨¢ construida la pregunta supone ya tomar partido. Al resolver la representaci¨®n en el teatrillo de la propia sentimentalidad el novelista renuncia a la comprensi¨®n pol¨ªtica (todo lo compleja que sea), algo que jam¨¢s se hubiesen permitido Tolstoi o Proust cuando abordaron las guerras napole¨®nicas o el caso Dreyfus.
?Qu¨¦ gana un escritor amputando el nervio pol¨ªtico sin el que ni Dickens ni Stendhal, ni Flaubert ni George Eliot hubiesen escrito ni media novela? A menudo le permite justificar a familiares que cayeron del bando nacional, reduciendo la militancia a una suerte de loter¨ªa geogr¨¢fica. Pero este ¡°salvar al abuelo soldado¡± conlleva renunciar al abordaje de asuntos literarios de m¨¢s calado, como el de los remordimientos por haber contribuido a instituir una dictadura cuya noche de las represalias se prolong¨® cuarenta a?os. Esta ladera literaria es desde luego m¨¢s complicada de escalar, pero no por eso deja de sorprender (o espantar) la escas¨ªsima ficci¨®n espa?ola en la que el nieto, al conocer la militancia o las complicidades del ¡°abuelo¡±, en lugar de untarlo de mermelada nost¨¢lgica se decide a discutir su herencia material y moral.
3) Los unos y los otros. Aunque esta estrategia suele desarrollarse en el ¨¢mbito del ensayo en ocasiones tambi¨¦n invade la ficci¨®n. Se trata de llevar un minucioso recuento de las atrocidades de un bando y de otro, a veces con el ¨¢nimo de re?ir, otras con el de ajustar cuentas, siempre para equipararlos: el escritor que opta por no ¡°dejar pasar ni una¡± nos conduce a la conclusi¨®n de que si nadie es inocente, nadie tiene autoridad moral para acusar los cr¨ªmenes ajenos.
Pero en este emocionante trayecto hacia la equidistancia olvida que las guerras nunca se libran bajo las leyes de la paz. Las fuerzas aliadas gasearon y bombardearon a sus enemigos, pero eso solo las equipara a las agresiones de los nazis si uno hace un esfuerzo por alelarse hasta el punto de omitir lo que defend¨ªa cada bando. Calcular el peso de los muertos desentendi¨¦ndose de que unos luchaban por la defensa de una rep¨²blica democr¨¢tica y otros por la instauraci¨®n de una dictadura oscurantista equivale a una falsificaci¨®n hist¨®rica y sit¨²a al escritor a medio camino entre la dejaci¨®n moral y la negligencia art¨ªstica: ?de qu¨¦ nos sirve un novelista que no se obliga a mirar?
Por ir concluyendo: la deformaci¨®n del conflicto, la renuncia a la comprensi¨®n moral y la falsificaci¨®n de lo que estaba en juego es el precio que paga el escritor por disfrutar de una apariencia de serenidad y consenso. Nos entrega as¨ª una ficci¨®n sin filo lista para integrarse al mercado del entretenimiento. Pero se trata de un consenso sin riesgo y una serenidad tendenciosa que contribuye a blanquear a los verdugos y a desmerecer a quienes se les opusieron.
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