James Lee Byars, el arte en la salida de emergencia
Entre el minimalismo y lo conceptual, el artista estadounidense firm¨® obras que hablan de lo ef¨ªmero y aspiran a lo eterno. Una muestra en el Palacio de Vel¨¢zquez de Madrid recuerda su trabajo
James Lee Byars ten¨ªa 23 a?os cuando present¨® su proyecto de fin de carrera en la Facultad de Artes de Detroit: desmont¨® las puertas y ventanas la casa familiar, la vaci¨® de muebles y la llen¨® de grandes esferas de piedra pulida. La exposici¨®n (?y la casa!) se abr¨ªa a cualquiera y dur¨® solo un d¨ªa. M¨¢s tarde, para su primera individual en un museo, viaj¨® hasta Nueva York y se plant¨® en el mostrador de recepci¨®n del MoMA. Acab¨® convenciendo a una de sus conservadoras para que le dejase colgar sus obras en el ¨²nico hueco ...
James Lee Byars ten¨ªa 23 a?os cuando present¨® su proyecto de fin de carrera en la Facultad de Artes de Detroit: desmont¨® las puertas y ventanas la casa familiar, la vaci¨® de muebles y la llen¨® de grandes esferas de piedra pulida. La exposici¨®n (?y la casa!) se abr¨ªa a cualquiera y dur¨® solo un d¨ªa. M¨¢s tarde, para su primera individual en un museo, viaj¨® hasta Nueva York y se plant¨® en el mostrador de recepci¨®n del MoMA. Acab¨® convenciendo a una de sus conservadoras para que le dejase colgar sus obras en el ¨²nico hueco disponible: la escalera de emergencia. Aquello dur¨® menos a¨²n, solo una tarde, pero le bast¨® para apalabrar compradores para todas las piezas y se pas¨® la noche recorriendo Manhattan para entregarlas a domicilio.
El resto nos lo sabemos: su carrera fue internacional y brillante hasta su muerte en 1997. Pero llama la atenci¨®n ver c¨®mo ya desde el principio supo condensar sus leitmotivs y sus procedimientos: las esferas y formas tendentes al absoluto, el carisma seductor, el amor por lo ef¨ªmero y la aspiraci¨®n a lo eterno, el vaiv¨¦n entre lo ¨ªntimo y lo inmenso, la capacidad de transfigurar espacios. Y sobre todo el tono tan personal: el don de hablar directamente a cada uno de sus espectadores con solemnidad y simpat¨ªa a la vez, la franqueza del Midwest desactivando cualquier asomo de ampulosidad o grandilocuencia.
Byars es un artista muy dif¨ªcil de etiquetar, y se code¨® con el minimalismo, el conceptual y Fluxus sin casarse con ninguno. Se defin¨ªa como ¡°minimalista barroco¡±, y por ah¨ª van los tiros del juego formal y conceptual de contrapesos que le permite evocar belleza y serenidad mediante formas sencillas y actitud juguetona, rozar en sus mejores trabajos lo sublime sin caer nunca en su primo hermano, lo rid¨ªculo.
Vicente Todol¨ª, que conoce bien su trabajo y lo expuso ya en el IVAM y en la Fundaci¨®n Serralves (Oporto), propone ahora un recorrido que no pierde de vista ese equilibrio doble. Por un lado, las instalaciones intensas y espectaculares, a base de formas depuradas, rotundas y simb¨®licas (torres, esferas, pilares o cilindros) y materiales suntuosos y sensuales: m¨¢rmol, oro, rosas rojas frescas, raso carmes¨ª o incluso el fabuloso marfil de un gigantesco colmillo de narval. Sabe sacar partido de sus cualidades escenogr¨¢ficas: en el Hangar Biccoca de Mil¨¢n, primera parada de la exposici¨®n, se mostraban en el vasto espacio di¨¢fano y pintado de negro, todas abarcables de un golpe de vista y creando sin embargo cada una su propia esfera ¨ªntima: aparec¨ªan dram¨¢ticas, imponentes, llenas de terribilit¨¤ barroca. En el Palacio de Vel¨¢zquez, con sus vol¨²menes alt¨ªsimos, su luz natural lechosa y et¨¦rea y sus paredes blancas, ocupan estancias separadas, juegan con las perspectivas y ecos en enfilada, animan al descubrimiento gradual a medida que pasamos de una a otra, y evocan una serenidad m¨¢s introspectiva, m¨¢s cerca del minimalismo y su teatralidad silenciosa, meditativa y casi pudorosa.
Son dos formas muy diferentes de presentarlas, y resulta muy revelador c¨®mo continentes y contenidos se retroalimentan y cambian la experiencia del espectador. Porque Todol¨ª da en el clavo en la introducci¨®n al cat¨¢logo al describir la po¨¦tica unificadora del trabajo de Byars, la forma en que ¡°la experiencia est¨¦tica no se concibe tanto como el encuentro directo con un objeto que debe ser apreciado o comprendido, sino como la experiencia de habitar un mundo propio. Eso hac¨ªa su arte: habitar un espacio y transformarlo mediante una sacudida¡±.
El otro acierto es dedicar una gran sala a contextualizar y documentar las otras mil caras de Byars: sus performances y acciones colectivas, a medio camino entre lo l¨²dico (y casi gamberro) y lo prof¨¦tico, como la grabaci¨®n de su Calling German Names, que realiz¨® en 1972 para la Documenta 5 con brillante puesta en escena, encaram¨¢ndose a la fachada del Fredericianum de Kassel, vestido de escarlata, envuelto en una nube de gasa roja y arengando a los curiosos con un meg¨¢fono. Su transformaci¨®n en personaje y obra de arte andante, con su ic¨®nico traje de lam¨¦ dorado y sombrero de hechicero antiguo. Su correspondencia incesante, concebida como arte, con amigos, colegas y esp¨ªritus afines, mediante cartas, postales y resmas de papel de caligraf¨ªa hermosamente alien¨ªgena y a menudo indescifrable.
Byars prefer¨ªa la pregunta sencilla y casi ingenua frente a la afirmaci¨®n altanera como herramienta art¨ªstica. Lo dej¨® claro en su divertida (?a prop¨®sito o a su pesar o un poco de ambas?) World Question Center de 1969: imitaba los concursos de la tele y telefoneaba en directo a Carl Sagan y muchos otros sabios y cient¨ªficos de todo el mundo para preguntarles, mirando a c¨¢mara con sonrisa angelical, por la cuesti¨®n fundamental de sus vidas, la que deseaban compartir con toda la humanidad. Merece la pena ver el v¨ªdeo un rato: las respuestas de los pr¨®ceres desconcertados, desde la cautela flem¨¢tica a la arrebatada arenga, no tienen desperdicio.
Byars prefer¨ªa la pregunta sencilla y casi ingenua frente a la afirmaci¨®n altanera como herramienta art¨ªstica
Byars no imit¨® a nadie, aunque Byars y Beuys suenan parecido, y por algo el alem¨¢n siempre apoy¨® su trabajo. Y s¨ª que se dan un aire, s¨ª, pero solo si cambiamos la horma de los sombreros, el lam¨¦ por la gabardina, el oro y el marfil por el fieltro o la grasa, y los aspavientos exaltados y wagnerianos del gur¨² Beuys por la amable sonrisa de esfinge y los modales de monje zen de Byars. Y eso es mucho cambiar.
Quiz¨¢ habr¨ªa que a?adirles, para completar las tres grandes bes del arte de posguerra, a Broodthaers (que odiaba a Beuys, pero fue amigo de Byars), con su inescrutable socarroner¨ªa, su inter¨¦s por las definiciones y el lenguaje, su gusto por la escenograf¨ªa y lo teatral de sus d¨¦cors y mises en sc¨¨ne, sus arquitecturas y museos medio invisibles y medio imaginarios.
¡°Las instalaciones de James Lee Byars son paisajes del alma¡±. Lo dec¨ªa el a?orado ?ngel Gonz¨¢lez en uno de los dos maravillosos textos que le dedic¨® y se incluyen en su colecci¨®n de ensayos El resto: una frase rotunda, solemne, inesperada en alguien que aquilataba tanto su iron¨ªa. Como sorprendido ¨¦l mismo por esa solemnidad, la rebaja acto seguido: ¡°la barraca de feria es el lugar que m¨¢s le conviene. Su g¨¦nero es la parade: una cortina ondulante¡¡±. Ten¨ªa mucha raz¨®n: entre Beuys y Broodthaers, entre el incendio sublime y la salida de emergencia, ah¨ª siguen los m¨¢s hermosos paisajes de Byars.
¡®James Lee Byars. Perfecta es la pregunta¡¯. Palacio de Vel¨¢zquez. Madrid. Hasta el 1 de septiembre.
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