Desamparados
Los sentimientos m¨¢s extendidos parecen ser, a d¨ªa de hoy, el miedo y la rabia
El deprimente clima pol¨ªtico, social y econ¨®mico en que vivimos instalados va a peor. Los sentimientos m¨¢s extendidos parecen ser, a d¨ªa de hoy, el miedo y la rabia. No es un buen estado de ¨¢nimo. Paraliza m¨¢s que otra cosa y explica que, lamentablemente, m¨¢s all¨¢ de las l¨®gicas protestas, sigamos sin encontrar amparo en un modelo alternativo al fallido consenso oficial que ha conducido a la situaci¨®n actual.
Como nacido en la d¨¦cada de los 70 del siglo pasado que pas¨® su infancia en Alicante all¨¢ por los a?os 80, recuerdo que entonces s¨ª bull¨ªan ideas y esfuerzos de transformaci¨®n progresista de la sociedad que, m¨¢s o menos, se intentaban poner en marcha. El pa¨ªs era m¨¢s pobre de lo que lo es hoy, pero no importaba. Dur¨® poco. Lentamente y por capas, asistimos a la quiebra de esas ambiciones, que vino precedida de su descalificaci¨®n por ingenuas y poco realistas. ?Ese realismo ha obligado a ir renunciando, poco a poco, a tantas cosas! Aunque a la vista de d¨®nde nos han llevado esa sucesi¨®n de retiradas t¨¢cticas, cuesta creer que la alternativa na¨ªf hubiera hecho que las cosas fueran mucho peor.
En ese Alicante de los 80 estudi¨¦ en un colegio p¨²blico (que no hace mucho cumpli¨® 150 a?os) donde ya hab¨ªa barracones (prefabricadas, los llam¨¢bamos). Pero nunca nadie lo consider¨® tan importante como el disponer de un cuerpo de docentes entusiastas y entregados que se dejaban la piel trabajando en lo que m¨¢s les gustaba, con alumnos de todo tipo y condici¨®n mezclados sin que nadie pensara que eso era un problema. Al contrario. Que posteriormente las renuncias se hayan sucedido y el modelo de educaci¨®n p¨²blica integrada propio de cualquier pa¨ªs civilizado se haya abandonado para dar paso a la generalizaci¨®n del concierto y a la segregaci¨®n social y econ¨®mica es, sencillamente, desgarrador.
Cuando paso frente al instituto p¨²blico en el que estudi¨¦ en Valencia a?os despu¨¦s (ya hab¨ªa dejado de ser el instituto ¡°de chicas¡± de la ciudad) y lo veo empapelado con pancartas que denuncian diversos impagos no puedo evitar recordar la eterna cutrez de sus instalaciones y su m¨ªnimo patio, pero tambi¨¦n la grand¨ªsima labor de sus profesores, que trabajaban con alumnos muy variados con unos resultados que no ten¨ªan nada que envidiar nada a los supuestamente mejores centros privados (ahora casi todos concertados) que ya entonces invad¨ªan la ciudad. ?Qu¨¦ ganas tenemos muchos de poder sentirnos cobijados en un proyecto global de transformaci¨®n social que apueste por un modelo p¨²blico de este estilo! Ser¨¢, como dec¨ªa, que nos puede la ingenuidad.
No necesitamos, como
No necesitamos, como sociedad, grandes proyectos ni palacios de la ¨®pera de lujo. Tampoco el derecho individual a tener un cochazo. Se puede vivir muy bien sin todo eso, como casi todos comprobamos a diario. Pero como no se puede vivir es sin un tejido social que conf¨ªe en que el esfuerzo y el trabajo permitan prosperar en igualdad de oportunidades. Para lo que es b¨¢sico que ese ingenuo programa de preocupaci¨®n por los m¨¢s d¨¦biles (empezando por los inmigrantes, a los que hay que integrar en el cuerpo pol¨ªtico), que asegure una educaci¨®n y sanidad para todos y de cerrada defensa de las garant¨ªas y de los derechos de las personas (se trate de quien se trate) comience a vertebrar en serio alg¨²n discurso alternativo al dominante. A diferencia de lo que viene ocurriendo en estos a?os de renuncias y desamparos.
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