La pesadilla
El otro d¨ªa me levant¨¦, compr¨¦ la prensa y me fui al bar de costumbre para despertar la neurona con el primer caf¨¦, al mismo tiempo que me informaba de los desastres cotidianos. La mala suerte hizo que me sentara junto a una columna que medio tapaba una mesa con dos hombres que charlaban suavemente, uno de pelo blanco de edad indefinida y el otro con aspecto de funcionario de Madrid con una voz bien modulada, algo engolada y que solo aparece despu¨¦s de muchos a?os de castidad voluntaria. El eco de la columna o el azar, no lo s¨¦, me hac¨ªa llegar su conversaci¨®n con cierta claridad.
El peliblanco le dec¨ªa que se hab¨ªan pasado un poco, que sab¨ªan perfectamente que ellos nunca hubieran lanzado a la polic¨ªa contra unos chiquillos, que no era su estilo. El otro solt¨® una breve risita y dijo que ya lo sab¨ªan, pero que hab¨ªa sido muy f¨¢cil enga?arlos para que cometieran esa torpeza. Hubo un silencio algo tenso, pero que sirvi¨® de transici¨®n.
Mira Pablo, arranc¨® de nuevo el peliblanco, ya s¨¦ que fuimos muy duros hace unos a?os, pero no pretend¨ªamos eliminaros, simplemente quer¨ªamos mantener nuestra propia parcela de futuro, equilibrar un poco la balanza con vosotros. Quiz¨¢ nos pasamos, es posible, pero nos lo hicisteis pagar bien caro. Nos ha costado un presidente, buena parte del grupo de apoyo que le construimos, y todav¨ªa continu¨¢is sacando trapos sucios para no dejar rastro de los nuestros. Me parece excesivo, al fin y al cabo pretendemos lo mismo, mantenemos los mismos valores y defendemos la misma visi¨®n de la sociedad. Deber¨ªamos llegar a un acuerdo en donde todos tengamos cabida.
Por favor, Pedro, dijo el funcionario, no seas c¨ªnico y no me vengas ahora con argumentos ecum¨¦nicos, eso es un desprecio a la inmensa labor que venimos desarrollando desde hace tiempo. Os estamos ganando en la administraci¨®n, la educaci¨®n media y profesional ser¨¢ nuestra, la universidad habr¨¢ que repartirla, la sanidad est¨¢ cayendo poco a poco en nuestras manos y tenemos mejor econom¨ªa que vosotros. Ten¨¦is que aceptar los nuevos tiempos o vais a pasarlo muy mal. Eso es lo que hay.
A estas alturas, el p¨¢nico me hab¨ªa aflojado las piernas y a duras penas consegu¨ª levantarme y salir por pies. Ni siquiera recuerdo haber pagado el caf¨¦, que ya no estaba en mi est¨®mago sino que se paseaba como un pose¨ªdo por todo mi cuerpo. Sub¨ª a casa, me acurruqu¨¦ en la cama y qued¨¦ dormido o en trance, no sabr¨ªa decirlo. Pero cuando despert¨¦ dudaba seriamente si hab¨ªa ocurrido algo de todo eso o, simplemente, era una pesadilla. Ahora estoy seguro de que fue un mal sue?o, porque de lo contrario si Pedro y Pablo me reconocen voy a tener muchos problemas o, por lo menos, un futuro muy incierto. Es igual, al fin y al cabo el mismo futuro incierto que tienen todos esos muchachos que aprenden a palos el rito de iniciaci¨®n en la nueva sociedad. Va por ellos.
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