El ritual del estruendo
La ¡®masclet¨¤¡¯ no es solo el ¡®terremoto¡¯ final, es sobre todo una cita social
La plaza se llena todos los d¨ªas. Es la hora de la masclet¨¤. Probablemente la cita fallera m¨¢s abierta y participativa. Siempre acuden miles de falleros y de no falleros. Es una tradici¨®n consolidada entre la ciudadan¨ªa. Hasta el punto de que los recortes de la crisis que a todos amargan no han reducido las 19 mascletadas que se disparan en la plaza del Ayuntamiento de Valencia desde el 1 de marzo hasta el d¨ªa de San Jos¨¦. La masclet¨¤ es sagrada. Su estruendoso atractivo en blanco y negro, sin embargo, no es tan f¨¢cil de captar por el visitante como, por ejemplo, el colorido de los castillos de fuegos artificiales de la noche. La masclet¨¤ es m¨¢s que disparar potentes petardos a la luz del d¨ªa en apenas cinco minutos y siguiendo un ritmo creciente que culmina en un terremoto.
¡°Hay que ser valenciano, conocer la cultura y la tradici¨®n valencianas para entenderlas y disfrutarlas bien¡±, dice uno de los pirot¨¦cnicos m¨¢s versados y de mayor raigambre familiar, Vicent Caballer. ¡°La masclet¨¤ es como una orquesta sinf¨®nica de ruido que va de menor a mayor, que va emocionando a la gente hasta alcanzar el apoteosis final, que es el terremoto, con carcasas por arriba y petardos por abajo¡±, explica el tambi¨¦n presidente de la asociaci¨®n Piroval, que aglutina a los profesionales del sector.
¡°Al pueblo le gusta m¨¢s la masclet¨¤ que el castillo, en el que, por otro lado, nosotros los pirot¨¦cnicos podemos demostrar nuestro I+D, c¨®mo experimentamos con los colores en el aire y c¨®mo innovamos¡±, agrega este veterano pirot¨¦cnico de 69 a?os que recuerda c¨®mo su padre dispar¨® la primera masclet¨¤ mecanizada en Godella en 1950.
¡°Hay que conocer la cultura
Tambi¨¦n hay razones econ¨®micas que explican la proliferaci¨®n de las mascletades. Cada una cuesta entre 3.000 y 4.000 euros de media, mientras que el coste de un castillo se eleva a 12.000 o 13.000 euros, se?ala el pirot¨¦cnico. China, Marco Polo, los ¨¢rabes, los artificieros que se instalaron en tierras valencianas (¡°cuando perdimos la batalla¡±, apostilla Caballer, en referencia a la batalla de Almansa) explican el origen y la tradici¨®n por la p¨®lvora que se comparte con otros pueblos del Mediterr¨¢neo, aunque en diferente grado. Tambi¨¦n sostiene que el gusto por la masclet¨¤ est¨¢ relacionado con la afici¨®n por las bandas de m¨²sica falleras, compuestas principalmente por instrumentos de percusi¨®n. ¡°En las fallas no pueden faltar ni m¨²sica de masclets¡±, afirma.
"A m¨ª lo que me gusta es que el terremoto final sea muy potente. Me emocionan mucho las mascletades y sobre todo el final", dice Jos¨¦ Bosch, que acaba de llegar de su pueblo, Alginet, para disfrutar del disparo en la plaza del Ayuntamiento. A su lado, su hijo, Walter, asiente, aunque quiere a?adir algo m¨¢s: ¡°La masclet¨¤ ha de tener, adem¨¢s, ritmo¡±. ¡°A m¨ª me gusta sobre todo que tenga continuidad y el hecho de que siempre vaya de abajo hacia arriba¡±, interviene Toni Pay¨¢, un amigo de Alzira.
¡°A m¨ª me va la ca?a,
Bajo el sol, rostros con gafas oscuras esperan escuchar la popular frase: ¡°Senyor pirot¨¨nic, pot comen?ar la masclet¨¤¡¡±. ¡°A m¨ª me va la ca?a, el miedo que provoca¡±, dice la valenciana Mercedes Arena. A su lado, un grupo conversa mientras apura la cerveza servida en vasos de pl¨¢stico. Quedar con los amigos, tomar un aperitivo, disfrutar de los rayos de sol que anticipan la primavera conforma un ritual muy interiorizado en buena parte de la ciudadan¨ªa valenciana. Muchos contin¨²an practic¨¢ndolo, otros lo recuerdan con cierta nostalgia.
¡°No lo puedo remediar: Las Fallas me evocan la infancia, mejor dicho, la adolescencia. El olor a p¨®lvora me lleva de inmediato a otra ¨¦poca de mi vida. Recuerdo la ansiedad al salir del instituto para ir a la masclet¨¤, para encontrarte con los amigos, para buscar la complicidad de las chicas. Era y es todo un ritual¡±, se?ala Manuel Mayer, que frisa los 40 a?os y da cuenta de su ca?a. ¡°Es verdad, es todo un ritual. Hay gente que solo viene a las mascletades por la cervecita, los amiguetes. A m¨ª me encanta, pero tambi¨¦n me gusta la escalera de sonido ascendente y la traca final¡±, indica Alejandro Palop. ¡°No todo tiene que ser ca?a. Tiene que haber un ritmo sostenido e incluso alguna pausa, pero que no te deje a dos velas¡¡±, concluye sonriendo Josefa.
A pie de calle, en el principio de la calle de Barcas, no se vislumbra el sarao del balc¨®n del Ayuntamiento con pol¨ªticos y famosos metiendo codos para mostrar su palmito entre falleras y falleros. Tampoco se escuchan las protestas de ciudadanos contra la corrupci¨®n y los recortes ni los colectivos antiprotesta que han pasado a formar parte tambi¨¦n de ese ritual en torno a la masclet¨¤.
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