La pesadilla
Parafraseando la c¨¦lebre frase de Marx sobre la religi¨®n, Niall Ferguson define el nacionalismo como la coca¨ªna de las clases medias. Es una definici¨®n ingeniosa, y quiz¨¢ certera, que el historiador brit¨¢nico se apresura a aliviar cuando asegura que en la Europa actual la coca¨ªna sigue en el mercado, pero s¨®lo est¨¢ disponible con receta. En el siglo XIX, dice, la gente iba a la guerra por ella; en la actualidad, los machos europeos la toman moderadamente para las grandes competiciones futbol¨ªsticas. ?Ser¨¢ por ella por lo que pitan con tanta energ¨ªa?, podr¨ªamos preguntarnos, inclinados a darle la raz¨®n tras lo vivido recientemente en un estadio madrile?o. Tengo la impresi¨®n, sin embargo, de que Ferguson banaliza la gravedad de una ideolog¨ªa que est¨¢ adquiriendo nuevos perfiles, distintos a los que pudo tener en los dos ¨²ltimos siglos y muy ligados a la idea de Europa y a la de su decadencia. Muy vinculados tambi¨¦n a la propia crisis actual de la clase media europea, amenazada de desintegraci¨®n al ver en peligro los mecanismos de seguridad que hac¨ªan posible su pervivencia y su expansi¨®n.
En un manifiesto reciente algunos intelectuales europeos muestran su estupefacci¨®n por los resultados en las ¨²ltimas elecciones griegas del partido nazi Alba Dorada, y hacen un llamamiento a oponerse a la extrema derecha enfrent¨¢ndole la revitalizaci¨®n de lo que denominan el ¡°sue?o europeo¡±. El problema estriba en que la enfermedad que tratan de curar quiz¨¢ nazca del mismo remedio que quieren imponerle. Ignoramos cu¨¢l pueda ser la configuraci¨®n de ese ¡°sue?o¡±, situado siempre en un horizonte indeterminado, sue?o que choca siempre con obst¨¢culos impuestos por pol¨ªticas guiadas por intereses nacionales. Muy alejados a¨²n de ¨¦l, vivimos entre dos realidades pol¨ªticas que se solapan ¡ªuna realidad europea que no es un sue?o y otra nacional¡ª y que est¨¢n resultando insatisfactorias. Lo m¨¢s grave de este insuficiente panorama dual es que est¨¢ minando el concepto mismo de ciudadan¨ªa democr¨¢tica y devaluando la percepci¨®n que el europeo tiene de s¨ª mismo. No es extra?o por ello que emerjan idearios regresivos, antieurope¨ªstas y enemigos de cualquier proceso de mundializaci¨®n, restauradores de una preterida geograf¨ªa pol¨ªtica que busca, parad¨®jicamente, en las viejas realidades nacionales una v¨ªa de salvaci¨®n para los valores de Occidente, que ven amenazados. No es improbable que la pesadilla europea se halle vinculada a ese ¡°sue?o europeo¡± que no deja de ser tal y que encuentra su principal obst¨¢culo precisamente en los nacionalismos. Tal vez el nuevo abuso de esa droga no nos lleve a guerrear entre nosotros, pero empezamos a percibir sus consecuencias: el regreso a la diferencia entre europeos de primera y de segunda, el retorno del racismo y la xenofobia disfrazados ahora de defensa de las diferencias culturales, el enclaustramiento en un pasado a salvaguardar y la tendencia a ignorar algo que hizo grande a Europa, su destino en el mundo.
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