¡°Me imagin¨¦ una vejez diferente¡±
Encarna Conde acoge en su casa a una de sus hijas, en paro y con una ni?a de 11 a?os ¡°Si me jubilo no llego a fin de mes¡±, explica la mujer que tiene 65 a?os
Para llegar al piso de Encarna Conde y de su marido hay que subir uno de los tramos de escaleras que tiene el empinado barrio barcelon¨¦s de El Carmel. El hogar, que vio crecer a tres hijos, fue el premio de una vida de esfuerzos, de a?os como asistenta, de trabajos fabriles, de alguna chapuza como alba?il. Todo para que los polluelos tuvieran con qu¨¦ salir del nido y la pareja pudiera pasar una vejez sin dificultades. Por culpa de la crisis, sin embargo, los ni?os, ya bien crecidos, han tenido que regresar. Y una parte de la factura, literalmente, la tienen que pagar los abuelos. ¡°Si me jubilara no podr¨ªamos llegar a fin de mes. Yo por mis hijos y mis nietos me quito el pan de la boca, si toca¡±, explica Encarna, de 65 a?os.
Y le toca. Una de sus hijas, Eva, perdi¨® su trabajo hace tres a?os. Ahora se encuentra recibiendo la ayuda de 400 euros para los parados que agotaron la prestaci¨®n. Todo esto con una hipoteca y una separaci¨®n de por medio. La primera soluci¨®n fue volver con su hija Andrea, que ten¨ªa ocho a?os, a la casa paterna.
El refr¨¢n que reza que donde comen dos comen tres no es tan cierto. ¡°Ayudamos a mi hija con su deuda, pagamos la del otro piso que tenemos en Segur de Calafell (Baix Pened¨¨s), llegan los recibos, vestimos y alimentamos a la ni?a y ah¨ª vamos tirando¡±, dice Encarna. ¡°Tenemos dos libretas. Una es la de la pensi¨®n de 700 euros por la enfermedad de mi marido, la otra son los 1.300 euros que ganamos trabajando en una finca de la calle de Frederic Rahola. Las cuentas no salen¡±, explica. El caso de la abuela no es la excepci¨®n. El informe de la Creu Roja confirma la tendencia que otros estudios, como el de la Federaci¨®n de Entidades de Atenci¨®n y Educaci¨®n a la Infancia y Adolescencia (Fedaia) han venido denunciando. Los canales de solidaridad intergeneracional se invierten.
El sal¨®n de su casa lo decoran fotos de los hijos, los nietos, de su natal Cazalla de la Sierra (Sevilla). ¡°Antes pod¨ªamos viajar con los amigos de un grupo llamado Sierra Norte, sal¨ªamos a comer, me compraba alg¨²n vestido. Gracias a Dios que ya le he puesto la boca a mi marido, si no, ya no podr¨ªamos pagar un dentista¡±, cuenta con amargura.
Ahorros tampoco hay. Su inversi¨®n fue el piso para veranear. La tijera pasa sutilmente por otras cosas, pero no deja de hacer da?o. ¡°Toca hacer m¨¢s lentejas que pollo, tomar agua en vez de refrescos¡±, explica. En la comuni¨®n de Andrea no hubo restaurante y los recordatorios se llenaron a mano. Otro de sus hijos tambi¨¦n est¨¢ en paro. ¡°Ya no sabes qu¨¦ pasar¨¢. Me imagin¨¦ una vejez diferente¡±, agrega Encarna, y cuenta historias similares de sus vecinas. ¡°F¨ªjate lo que nos espera a las abuelas¡±, remacha.
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