Encadenados
Con la crisis aparece un federalismo de necesidad,amargado y reluctante, que ata sin amor a Catalu?a y Espa?a
Espa?a necesita a Catalu?a. Lo ha dicho solemnemente el presidente catal¨¢n, Artur Mas. Para salir de la crisis, hay que contar con la locomotora catalana, viejo argumento forjado en la historia econ¨®mica de este pa¨ªs que algunos hab¨ªan dado por obsoleto. Y no solo contar con ella, sino que hay que cuidarla. Buena parte de las reivindicaciones catalanas, como el pacto fiscal, el eje mediterr¨¢neo o la gesti¨®n de las grandes infraestructuras portuarias y aeroportuarias, no se justifican ¨²nicamente por los intereses de los catalanes, sino tambi¨¦n por los intereses generales espa?oles. El ejemplo m¨¢s pl¨¢stico que se esgrime desde Catalu?a es el del puerto de Barcelona: su conexi¨®n ferroviaria con un eje mediterr¨¢neo que enlace con la red europea desde Algeciras tendr¨ªa un enorme impacto sobre la competitividad del conjunto de la econom¨ªa peninsular.
Las nuevas teor¨ªas en boga, plenamente aceptadas por el nacionalismo catal¨¢n, nos aseguraban lo contrario, que la Espa?a de la globalizaci¨®n ya no necesitaba a Catalu?a y que por eso se permit¨ªa desentenderse de las dificultades de los catalanes con la identidad, el encaje e incluso con los dineros. La accidentada peripecia del nuevo Estatuto de Catalu?a ser¨ªa, seg¨²n este cuadro, la engorrosa exhibici¨®n de un esfuerzo in¨²til, un ¨²ltimo espasmo de una vieja ambici¨®n periclitada. A la tradicional preocupaci¨®n espa?ola le habr¨ªan sucedido el desprecio y la indiferencia hacia los catalanes. La cuarta potencia econ¨®mica del euro, quinta de la UE y novena o d¨¦cima del mundo empezaba, seg¨²n este relato euf¨®rico, una nueva etapa desacomplejada y tranquila en la que los catalanes se ver¨ªan obligados a adaptarse, a costa incluso de su desaparici¨®n como naci¨®n diferenciada. O a irse, a?ad¨ªa airada la voz independentista, nada menos que la del propio Jordi Pujol.
Madrid ocupaba un lugar central en esta nueva teor¨ªa de Espa?a. Una gran metr¨®poli europea bien comunicada, sede de multinacionales, tur¨ªsticamente atractiva, con los mejores museos del mundo, incipiente polo de innovaci¨®n empresarial y tecnol¨®gica incluso, dejaba atr¨¢s la vieja idea de la capital tibetana de un imperio desaparecido, aislada en la meseta y desacoplada de la econom¨ªa real. Madrid se va, escribi¨® Pasqual Maragall. El segundo protagonista urbano de este cambio radical era Valencia, moderna ciudad portuaria, comunicada y coordinada directamente con Madrid en competencia con Barcelona. La Espa?a as¨ª vertebrada dejaba en el rinc¨®n a los catalanes, que hab¨ªan pugnado secularmente por el liderazgo de Espa?a y se ve¨ªan obligados ahora a competir con los valencianos y con todas y cada una de las autonom¨ªas por su raci¨®n de rancho igualitario en el reparto peninsular.
Esto era antes de la crisis. Antes del desastre de Bankia y de que Rajoy y el PP iniciaran el descenso a los infiernos de la impopularidad con su mayor¨ªa absoluta. En mitad del vendaval, cuando vuela por los aires el sistema financiero sobre el que se hab¨ªa asentado el proyecto popular madrile?o y valenciano, cuando el prestigio de la nueva Espa?a, ahora rescatada e intervenida, est¨¢ por los suelos y las instituciones han sido corro¨ªdas hasta sus ra¨ªces por la polarizaci¨®n partidista, parece tan dif¨ªcil para Espa?a prescindir de Catalu?a al menos como para Catalu?a prescindir de Espa?a. No en el coraz¨®n, que quede claro. El federalismo de las v¨ªsceras, el que se siente y se vive, nunca ha tenido raigambre alguna en el centro peninsular. Pudo tenerla el federalismo de la raz¨®n, de los argumentos; aunque los ¨²ltimos embates estatutarios han dejado exhaustas las neuronas y no quedan voces que lo defiendan, ni en la Espa?a central ni en la perif¨¦rica.
Queda el federalismo de necesidad, reluctante y amargado, que funciona porque tiene las arcas auton¨®micas bajo la directa perfusi¨®n de las arcas del Estado, allana diferencias a las ¨®rdenes de Francfort, Bruselas y Berl¨ªn, y crea solidaridades obligatorias entre todas las Administraciones intervenidas, desde el municipio hasta el Estado central, pasando por las autonom¨ªas. Sin amor, pero encadenados
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