Cuando Barcelona era francesa
El general napole¨®nico Giuseppe Lechi aterroriz¨® la ciudad desde la calle Ample
Hasta mediados del siglo XVIII, la calle Ample era la ¨²nica con ¨¢rboles en las aceras y la ¨²nica mayor de 4 metros de ancho (concretamente mide 7'48 metros), solo superada a finales de aquel siglo por la propia Rambla. Al ser la v¨ªa principal de Barcelona, acog¨ªa las residencias de las principales autoridades del pa¨ªs. Y por ese motivo experiment¨® un cambio traum¨¢tico con la entrada del ej¨¦rcito napole¨®nico, convirti¨¦ndose en un lugar t¨¦trico.
El mariscal Philippe Guillaume Duhesme lleg¨® en 1808 con el Cuerpo de Observaci¨®n de los Pirineos Orientales, compuesto por regimientos napolitanos. Pero ante el clima de insurrecci¨®n popular, se nombr¨® jefe de polic¨ªa al siniestro general Giuseppe Lechi, un italiano advenedizo que se instal¨® en el palacio Larrard ¡ªen el n¨²mero 28 de la calle Ample¡ª, pues ten¨ªa fama de ser el domicilio mejor amueblado de la ciudad. A partir de entonces, el lugar se convirti¨® en el centro de la represi¨®n napole¨®nica. Lechi y sus soldados se ganaron una triste fama de gente peligrosa, dedicada a saquear violentamente los alrededores ¡ªcaso extremo de la ciudad de Matar¨®¡ª, para vender el producto de su rapi?a en los mercados barceloneses. Se les lleg¨® a acusar de innumerables robos, profanaciones, violaciones y asesinatos; de secuestrar ni?os y de extorsionar a los comerciantes que a¨²n no hab¨ªan abandonado la ciudad. El propio general rapt¨® personalmente a un esclavo negro, pasajero de un barco que le llevaba a T¨²nez, y le oblig¨® a trabajar como su criado.
La voluptuosa amante de Lechi escandaliz¨® la sociedad de la ¨¦poca con sus escotes kilom¨¦tricos
Muy pronto se cre¨® un clima de miedo e inseguridad generalizada, con numerosas detenciones y encarcelamientos aleatorios a cargo de una activa red de delatores y esp¨ªas que estaba al mando del comisario Ram¨®n Casanovas. Las torturas fueron frecuentes y la Ciudadela conoci¨® uno de sus per¨ªodos m¨¢s tristes. Sin embargo, sus t¨¢cticas represivas no dieron el fruto deseado, uniendo a los barceloneses en un odio com¨²n hacia Napole¨®n ¡ªhasta entonces desconocido¡ª, en el que se encontraron tanto los liberales como los absolutistas. La voluptuosa amante de Lechi ¡ªconocida por el pueblo como Madama la Ruga¡ª, se hizo muy popular al escandalizar a la mojigata sociedad de la ¨¦poca pas¨¢ndose horas asomada al balc¨®n del palacio Larrard, con un kilom¨¦trico escote que dejaba al descubierto una parte muy considerable de sus voluminosos pectorales, a la moda de N¨¢poles. Frente a su portal se deten¨ªan los curiosos, fingiendo enderezar una arruga del pantal¨®n. Tan popular se hizo su nombre que muchas prostitutas barcelonesas comenzaron a ser conocidas como la madama, la gabacha, la gar?ona, la caporala o la marechala.
En 1809, los barceloneses ya se hab¨ªan alzado dos veces contra el invasor. En las iglesias se hab¨ªan quitado los badajos de las campanas, para impedir que tocaran a somat¨¦n. El 11 de mayo de ese a?o se produjo una tercera rebeli¨®n. Entre los puntos donde se hab¨ªan congregado patriotas armados destacaba el palacio Mornau de la calle Ample, cuyos combatientes ten¨ªan la misi¨®n de capturar a Lechi y a sus hombres. La cosa sali¨® mal y suerte tuvieron de escapar por un t¨²nel que pasaba bajo la casa. Abortada la insurrecci¨®n, en 1810 ¡ªy ante las grav¨ªsimas denuncias contra su administraci¨®n¡ª, Duhesme y Lechi fueron cesados (se cuenta que el palacio Larrard fue fumigado totalmente tras la salida del odiado italiano).
En las iglesias se hab¨ªan quitado los badajos de las campanas para que no se tocara a somat¨¦n
Tras el ef¨ªmero gobierno del mariscal Augereau y del general Souchet, el siguiente inquilino del palacio Larrard fue el general Maurice Mathieu, nombrado gobernador militar de la ciudad y responsable de la voladura con p¨®lvora del antiguo monasterio de Montserrat. Mathieu tuvo aqu¨ª su despacho, siempre visitado por mujeres que hac¨ªan cola a fin de solicitar clemencia para sus familiares encarcelados. Las malas lenguas contaban que este militar sent¨ªa una debilidad especial por los corpi?os abiertos de las esposas de sus enemigos, y que se dedicaba a encarcelar a los maridos de las m¨¢s hermosas para obtener as¨ª sus favores. Su gobierno, no tan cruel como el de Lechi, tambi¨¦n sembr¨® el miedo y la sospecha entre la poblaci¨®n. Cualquier denuncia pod¨ªa llevar a una persona hasta las oscuras mazmorras de la Ciudadela.
A pesar de lo que hab¨ªan so?ado los ilustrados afrancesados, el gobierno napole¨®nico actu¨® con pu?o de hierro en Barcelona, favoreciendo la corrupci¨®n y el crimen. S¨®lo cuando las tropas inglesas del general Sarsfield desfilaron por la calle Ample, liberando la ciudad, los barceloneses pudieron respirar tranquilos. Ignoraban que qui¨¦n ven¨ªa detr¨¢s era un d¨¦spota del calibre de Fernando VII¡
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