La plaza renacida
Gabriel Mir¨®, tanto tiempo denostada por su propia ciudad, aparece como un delicioso rinc¨®n de tranquilidad de aires melanc¨®licos y mar¨ªtimos ajena a los circuitos habituales de tapeo
La muchacha escancia agua sobre un s¨¢tiro mientras este se protege del chorro. El fauno, que es m¨¢s de vino que de agua, r¨ªe. Y r¨ªe quiz¨¢s para celebrar que aqu¨ª man¨® por primera vez el agua potable de la ciudad de Alicante y se acab¨® con la sed, endemia de esta tierra. Una y otro juegan ajenos al ritmo de la ciudad pero en el centro de ella, escuchando el ruido de la fuente sobre la que tontean. La brisa llega desde el mar para bambolear las buganvillas. Los p¨¢jaros saltan ruidosamente de ¨¢rbol a ¨¢rbol perdi¨¦ndose entre el follaje de los ficus centenarios. Una cocinera mira la pizarra de su restaurante gaudiano viendo qu¨¦ le falta al men¨² y contesta a los vecinos que la saludan con humor. Y es aqu¨ª donde la vida adquiere el color del Mediterr¨¢neo en una ciudad que se olvid¨® del mar. Y tambi¨¦n de esta plaza, la mejor de Alicante, la de Gabriel Mir¨®, hoy renacida.
Pistas
Para comer. Son varias las ofertas de la plaza. Para almuerzos y desayunos, en el Caf¨¦ de Correos, Lola hace los mejores bocadillos de Alicante. En Los Mejillones el viajero puede tapear moluscos. En la Sastrer¨ªa, un restaurante que conserva el gusto por Gaud¨ª del antiguo sastre del barrio, se puede buscar un delicioso tapeo nocturno a la luz de las velas. Entre varias opciones, tambi¨¦n destaca La barra de C¨¦sar Anka.
Para amantes de la cer¨¢mica y los sellos. El conocido escultor alicantino Mor¨¢n Berruti trabaja la cer¨¢mica con aires picassianos en su tienda taller. Junto a ¨¦l encontramos una tienda de filatelia y numism¨¢tica de las de toda la vida.
Para bucear. Para los que vayan a coger el barco a la isla de Tabarca (a un paseo de la plaza), en Gabriel Mir¨® podr¨¢n aprovisionarse de todo lo necesario para poder disfrutar en el paisaje marino de la isla.
Para escuchar una buena historia. Marcel Cerd¨¢n no es solo el nombre de un restaurante donde encontrar fresca cerveza holandesa y buena comida. Es el del Bombardero Marroqu¨ª, campe¨®n del mundo de peso medio con or¨ªgenes familiares en Aspe. Pregunte a su hijo Ren¨¦ c¨®mo la Mafia ayud¨® a que perdiera el t¨ªtulo ante Jake LaMotta. Una magn¨ªfica oportunidad para rescatar esa maravilla del cine de boxeo que film¨® Scorsese con Robert De Niro.
Para los ruidosos. En las calles de San Francisco y de Casta?os aqu¨¦llos que busquen ambientes m¨¢s bulliciosos encontrar¨¢n buenas opciones de tapeo y cerveceo.
Sus paredes son pura historia arquitect¨®nica alicantina. Algunas fachadas est¨¢n desconchadas, otras mezclan los n¨²meros de los portales y la luz blanca que se filtra entre su vegetaci¨®n resulta sedadora. La Aguadora, as¨ª se llama la escultura de Vicente Ba?uls, y su s¨¢tiro no siempre fueron los reyes de la plaza. Antes lo fue el dios Neptuno, cuando a este sector del antiguo arrabal de San Francisco se le llamaba el barrio de Buda. Nada que ver con ning¨²n tibetano; aqu¨ª se hac¨ªa la buda, se calafateaba: se rellenaban las junturas de los cascos de las barcas con estopa y brea contra la entrada de agua. Eran tiempos de marinos, arrieros y paleros, de f¨¢bricas de aguardiente y almacenes, un lugar de gente pendenciera de la que no pod¨ªa librarse la ciudad por mucho que lo planearan sus autoridades. Aqu¨ª llegaban las barcas directamente y as¨ª se llam¨® al principio: plaza de las Barcas. Luego la de la Reina Isabel II, aunque ni Austrias ni Borbones visitaron nunca La Casa del Rey, un almac¨¦n de sal que acab¨® llen¨¢ndose de presos, un ¡°oprobio de la civilizaci¨®n, verdadera Bastilla alicantina, impropio de una capital culta y humanitaria¡±, como dicta el escritor Jos¨¦ Pastor de la Rocavoces desde el siglo XIX.
El penal de la Casa del Rey acab¨® convirti¨¦ndose en oficina de Correos. Y los alicantinos, pragm¨¢ticos, ignoraron el nombre del insigne escritor alicantino Mir¨® y la llamaron popularmente plaza de Correos. Incluso durante el tiempo en que desapareci¨® la oficina, despu¨¦s de que la enorme riada de finales de los ochenta sumiera la plaza en un estado ruinoso. La pol¨ªtica la denost¨® durante los noventa y solo los j¨®venes pateaban sus calles haciendo honor al car¨¢cter marino del barrio, en juergas nocturnas aprovision¨¢ndose en la vieja mejillonera del barrio antes de buscar alcohol barato entre la prostituci¨®n m¨¢s decr¨¦pita que ocupaba la plaza.
El siglo XXI ha bendecido este espacio. El Colegio de Arquitectos abri¨® la veda estableci¨¦ndose aqu¨ª: todo un mensaje en una ciudad urban¨ªsticamente masacrada. Gente valiente que nunca renunci¨® a su belleza y se las vio con gente de todo pelaje, desterrando los focos de mala vida. La plaza vuelve a ser una joya. Los chorros de la fuente ponen banda sonora a una atm¨®sfera dormidera. Unos guiris despistados que regresan de la playa siguen con la mirada una bandeja con un vaso helado de cerveza en compa?¨ªa de mejillones y acaban sent¨¢ndose en una terraza hipnotizados, como si hubieran encontrado un tesoro que emana un aroma de decadencia.
El s¨¢tiro sigue sonriendo a lomos de un pez monstruoso, quiz¨¢s porque tiene a la doncella donde quer¨ªa: esperando a que caiga la noche y alguna pareja de enamorados les libere de su petrificado flirteo descolg¨¢ndose de las bulliciosas calles que la rodean para buscar una mesita con velas y conversaciones susurradas en la plaza m¨¢s tranquila y refrescante de Alicante. ?Qu¨¦ mejor sitio para un levantino melanc¨®lico como Gabriel Mir¨® que esta plaza?
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