Melancol¨ªa
La Barcelona de los siglos XVII y XVIII no es tan melanc¨®lica como cre¨ªamos
No fui a la Gran Manifestaci¨®n.
Como Duran Lleida, yo tampoco me encontraba muy bien, aunque lo m¨ªo no era una lesi¨®n deportiva, sino an¨ªmica. Duran vacilaba entre ir y no ir, imagino que por lo de su menisco fracturado, que le inclinaba a no alejarse demasiado del sof¨¢ de casa, y por otras razones de c¨¢lculo pol¨ªtico, que en cambio le empujaban a dejarse ver entre la multitud. Acabaron por ganar estas ¨²ltimas razones, as¨ª que acudi¨® finalmente a la cita, pero all¨ª se gan¨® serios reproches por botifler, pues sus dudas hamletianas hab¨ªan generado en los d¨ªas anteriores unos cuantos titulares de peri¨®dicos que algunos confundieron con tibieza nacionalista. As¨ª le pagaban al buen l¨ªder democristiano las incomodidades que hab¨ªa decidido valientemente afrontar.
Yo lo tuve bastante m¨¢s f¨¢cil que Duran. Ning¨²n titular iba a ocuparse de m¨ª, de manera que pod¨ªa hacer lo que me viniera en gana con mi malestar. Los divorcios, y m¨¢s los que suceden a largos periodos de convivencia (siglos, en este caso), siempre me han producido una tristeza infinita, de modo que no lo dud¨¦ ni un momento, simplemente me qued¨¦ en casa a cuidar de mis heridas, eso s¨ª, escuchando la radio, que retransmit¨ªa el evento en directo, como la escucha Sof¨ªa Loren en Una giornata particolare, y tambi¨¦n con la televisi¨®n encendida, a diferencia de Sof¨ªa Loren, que no ten¨ªa televisi¨®n, pues en 1938, cuando Hitler visit¨® Roma y Mussolini le mont¨® la gran parada fascista, todav¨ªa no hab¨ªa sido inventada. Mir¨¦ una y otra vez por la ventana para ver si daba con alg¨²n vecino que se pareciera a Marcello Mastroianni con el cual compartir la melancol¨ªa de haber quedado al margen del pulso de la historia, pero comoquiera que no encontr¨¦ a nadie ¡ªeso solo ocurre en las pel¨ªculas, me dije¡ª, hacia ¨²ltima hora de la tarde, cuando ya estaba claro que la Gran Manifestaci¨®n hab¨ªa sido la mayor de todos los tiempos y de todos los lugares (en realidad lo estaba desde el momento mismo de su inicio y si me apuran desde varias semanas antes), me fui al cine con la idea de ver una pel¨ªcula que aliviara mi depresi¨®n.
Escog¨ª mal. Fui a los Verdi a ver The deep blue sea, de Terence Davies, cuyo reparto encabeza una inconmensurable Rachel Weisz que tanto me record¨® a Jacqueline Bisset en sus a?os de esplendor, lo cual excuso decirles que a?adi¨® nuevas dosis de melancol¨ªa a mi maltrecho estado de ¨¢nimo. Pero lo que definitivamente me hundi¨® en las sombras fue el argumento, que trata de un trist¨ªsimo divorcio, el de la protagonista y un magistrado del tribunal supremo (Simon Russell Beale) con quien lleva a?os aburridamente casada. En realidad las separaciones son dos, pues la pareja que Hester Collyer forma con un joven piloto de la RAF (Tom Hiddleston), del que se ha enamorado perdidamente echando por la borda su confortable vida anterior, est¨¢ abocada al fracaso desde el primer minuto. No hubiera podido, pues, optar por pel¨ªcula menos recomendable en mis circunstancias emocionales, y mira que la cartelera viene variada. Tal vez, como Duran, hubiera tenido que ir a la Gran Manifestaci¨®n para levantar esos ¨¢nimos. Demasiado tarde.
La Barcelona de los siglos XVII y XVIII no es tan melanc¨®lica como cre¨ªamos
Pero no crean, no todo lo que ha rodeado mi 11 de septiembre ha sido melancol¨ªa. Un par de d¨ªas antes me fui de visita al Born, que se inaugurar¨¢ dentro de un a?o, coincidiendo con el 300? aniversario de la derrota catalana de 1714. All¨ª me atendi¨® Quim Torra, flamante director del centro cultural cuya infraestructura est¨¢ practicamente acabada. Ahora solo falta organizar los contenidos, pero a Torra se le ve confiado. El enorme trabajo historiogr¨¢fico realizado por Albert Garc¨ªa Espuche es una garant¨ªa al respecto, am¨¦n de conferir a este espacio una extra?a singularidad. Por una vez, y sin que sirva de precedente en el panorama muse¨ªstico de la ciudad, est¨¢ muy claro qu¨¦ es lo que hay que mostrar ah¨ª: la historia de la Barcelona de los siglos XVII y XVIII, que no es ni mucho menos tan melanc¨®lica como hasta ahora se nos hab¨ªa hecho creer. ¡°A m¨ª me parece que el Born Centre Cultural va a ser imbatible¡±, comentaba Torra, y yo me alegraba mucho de su optimismo, pues el debate ciudadano que se produjo hace m¨¢s de una d¨¦cada a prop¨®sito de este espacio merece sin duda que tenga al frente a alguien que se crea de verdad el proyecto y lo lleve a buen puerto.
Sal¨ª del Born aliviado por este motivo, silbando una melod¨ªa de la Moixiganga d¡¯Algemes¨ª. Pero como mi lado oscuro me ataca donde y cuando menos le espero, no pude por menos que acercarme a la estaci¨®n de Francia y desde all¨ª llegarme hasta los terrenos junto a los andenes donde supuestamente el Ministerio de Fomento debe construir la biblioteca provincial que en su d¨ªa se hab¨ªa proyectado que ocupara el Born. Un ¨²nico cartel informa en ese p¨¢ramo: ¡°Foment de Ciutat Vella. Intervenci¨® arqueol¨°gica cota -3,50 metres¡±. Ninguna alusi¨®n a la biblioteca. Nadie trabajando en el solar, donde entre restos de antiguos muros ha crecido un bosque de matojos. Hay paisajes que ilustran de manera precisa la desidia y la desafecci¨®n, por usar un t¨¦rmino caro al presidente Montilla, terrenos abonados para que en ellos germinen toda clase de divorcios. La melancol¨ªa, como la de Sof¨ªa Loren cuando ve desde su ventana marchar preso a Mastroianni, es as¨ª inevitable.
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