El sentimiento ag¨®nico catal¨¢n
Tras la sentencia del Estatuto, las ambiciones del catalanismo no caben en esta Constituci¨®n
En contra de lo que a primera vista pudiera parecer, el bloque social que est¨¢ cuajando pol¨ªticamente en torno al independentismo no se expande impulsado por la conciencia de la fuerza de Catalu?a, sino por todo lo contrario: la certeza de una debilidad que amenaza su supervivencia como naci¨®n. Hace ya bastantes a?os que el catalanismo es vivido y se expresa como un sentimiento ag¨®nico. Lo que lo alimenta son las inacabables dificultades surgidas en la recuperaci¨®n del autogobierno despu¨¦s de la dictadura franquista, de las que se percibe con claridad que, en el fondo, son una continuaci¨®n de la hegemon¨ªa del nacionalismo espa?olista en la direcci¨®n del Estado.
Al cabo de 35 a?os de extenuante y desigual lucha contra quienes han ejercido el poder estatal, se ha extendido en Catalu?a, de manera difusa pero clara, la convicci¨®n de que el Estado, entendido como conjunto de instituciones administrativas, judiciales y representativas, no solo es ajeno a sus intereses, sino que trabaja contra el autogobierno. Y en particular, contra la recuperaci¨®n de Catalu?a como entidad nacional emprendida con tanta ilusi¨®n con la Segunda Rep¨²blica y retomada en 1977 tras el largo par¨¦ntesis de la dictadura. El Estado espa?ol es visto como un aparato institucional dominado por unas ¨¦lites de altos funcionarios y pol¨ªticos de mentalidad e intereses centralistas surgidas de las clases medias b¨¢sicamente castellanas, que se lo tienen tomado como propiedad y en las que las relativamente escasas incrustaciones de catalanes son poco m¨¢s que adornos.
La sentencia fue dictada por un tribunal cuya composici¨®n hab¨ªa sido manipulada a su favor por el partido de la derecha espa?olista que se opon¨ªa al Estatuto
El desguace en 2010 de la reforma del Estatuto de Autonom¨ªa por el Tribunal Constitucional cristaliz¨® este proceso. El resultado de aquel lance pol¨ªtico fue la desvalorizaci¨®n de la Constituci¨®n para los catalanistas. Pero, adem¨¢s, fue para ellos una demostraci¨®n de que no se pod¨ªa confiar en el Estado, porque quienes controlaban sus instituciones centrales eran capaces de hacer trampas si lo que estaba en juego era un reparto del poder.
Lo ilustrativo del caso no fue solo que se echara abajo un pacto trabajosamente negociado por dos Parlamentos y refrendado por el electorado, sino que la sentencia fuera dictada por un tribunal cuya composici¨®n hab¨ªa sido manipulada a su favor por el partido de la derecha espa?olista que se opon¨ªa al Estatuto. Lo que el PP llev¨® a cabo tras perder todas las votaciones del proyecto fue una exhibici¨®n de fuerza cuyo mensaje fue perfectamente captado en Catalu?a, aunque por lo visto fue considerado normal y l¨®gico en el resto de Espa?a: el Estado es nuestro, y si hace falta forzar las instituciones para frenar el autogobierno catal¨¢n, se hace.
Esto iba a tener consecuencias. Fue un socialista, Ferran Mascarell, ahora consejero de Cultura en el Gobierno de CiU, quien acu?¨® la f¨®rmula de la que ech¨® mano la derecha nacionalista catalana, bajo la direcci¨®n de Artur Mas, para explicar su giro hacia el independentismo: Catalu?a necesita un Estado propio porque el que la incluye no le sirve. Al rev¨¦s, es un lastre para su existencia como naci¨®n, cuando no incluso para su desarrollo como mera regi¨®n econ¨®mica. Y los esfuerzos para adaptar el Estado espa?ol a las necesidades de Catalu?a como naci¨®n se estrellan siempre contra la potencia del nacionalismo espa?olista que lo domina.
El catalanismo federalista y progresista que con Pasqual Maragall dirigi¨® desde 2003 la batalla por la reforma del Estatuto se siente ahora d¨¦bil y casi sin aliados en el resto de Espa?a: se sabe derrotado. El nacionalismo de centroderecha heredero del pujolismo tambi¨¦n se sabe d¨¦bil, pues es la parte de Catalu?a que m¨¢s acusa el s¨ªndrome de agon¨ªa nacional. En cambio, el independentismo, que siempre ha sido muy minoritario, est¨¢ euf¨®rico, se ve m¨¢s fuerte que nunca. Acaba de sumar a sus filas a Converg¨¨ncia y a su entorno social y medi¨¢tico, y de forma inesperada, le ha arrebatado la iniciativa pol¨ªtica, ha ridiculizado la grandilocuencia con que Artur Mas hablaba de pacto fiscal y ahora aspira a fijar su agenda electoral.
Todo esto dibuja, claro est¨¢, una situaci¨®n muy compleja y delicada. Los historiadores explican que durante el siglo XX el catalanismo ha tenido un elevado potencial como agente promotor de cambios fuertes en Espa?a. La ecuaci¨®n, ahora, es la siguiente: las actuales ambiciones del catalanismo no caben en esta Constituci¨®n. Para hacerlas viables, habr¨ªa que cambiarla, como ha explicado con su habitual claridad el profesor P¨¦rez Royo. Pero todo el mundo puede comprender que si se emprende un cambio de esta enjundia, en el mel¨®n que se abre est¨¢ todo, incluida la forma de Estado.
Cuando el presidente Rajoy responde al grito catal¨¢n parapet¨¢ndose en la Constituci¨®n, como hizo ayer en la entrevista con Mas, llega tarde porque ya ha perdido virtualidad a los ojos del catalanismo. ?l debe saberlo, pues fue el PP el que logr¨® que se vaciara de contenido la calificaci¨®n constitucional de Catalu?a como nacionalidad. Esa calificaci¨®n se puso en la Constituci¨®n de 1978, la de las libertades, para incluir en ella al grueso del catalanismo, pero 35 a?os despu¨¦s ha sido convertida en una inanidad. Este ha sido el problema que ha impedido que se consolidara para los catalanistas tambi¨¦n como Carta Magna de un Estado plurinacional. Ahora son cada vez m¨¢s los que en Catalu?a la ven como un muro que hay que saltar.
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