Diminuta enormidad
Ruper Ordorika acuna con una voz corp¨®rea y varonil a la vez que c¨¢lida y antigua
Tiene algo muy misterioso Ruper Ordorika en concierto, un artista que parece hablar desde muy lejos cuando explica sus cosas entre canci¨®n y canci¨®n, instalado al parecer en las tierras de la timidez o, mejor a¨²n, en ese lugar donde moran aquellos que no se sienten importantes como para contar cosas a los dem¨¢s, convencidos de su peque?ez, seguros de ser demasiado diminutos como para alzar la voz. Sin embargo, cuando canta, Ruper lo hace desde muy cerca, acunando con una voz corp¨®rea y varonil a la vez que c¨¢lida y antigua, de bardo, que recuerda las voces de ayer, esas voces que para cada espectador pueden ser la del abuelo, la del padre, la de la amatxoo la de la t¨ªa que acompa?aba en las noches de pesadilla infantil. Ese es Ruper, artista situado en ese punto que media entre lo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ y lo que est¨¢ dentro de cada uno.
Ruper Ordorika
Centre Artes¨¤ Tradicionarius
Barcelona, 16 de noviembre
Hay m¨¢s, pues Ruper parece, est¨¢tico ante el micro, hu¨¦rfano de gestos, un cantante que no canta para quienes tiene delante sino para s¨ª mismo, destinatario de unas palabras y sentimientos que ha de hacer suyos antes de compartirlos. Otra vez ese Ruper aparentemente contradictorio. Si primero era una cercan¨ªa que aparenta lejan¨ªa, luego es una voz que sale de muy dentro para llegar lo m¨¢s lejos posible. Probablemente nada nuevo en el campo de los contadores de historias.
Compareci¨® en Barcelona tra¨ªdo por Euskal Etxea, esa Casa de los vascos que viven lejos de sus nubes, a las que quieren evocar con la m¨²sica de los que vienen de estar bajo ellas. Como las mismas brujas que evoca Ruper en su ¨²ltimo disco, Hodeien azpian, esas brujas que viven, como nosotros mismos, bajo las nubes y sobre los pastos. Fiel a la tradici¨®n, Ruper fundament¨® su repertorio en las canciones del nuevo disco, a las que acompa?¨® con las habituales hermosuras ¡ªll¨¢meselas Mart¨ªn Larralde, una canci¨®n insuperable en el hermanamiento entre su sonido y su sentido, Nor da o la preciosa versi¨®n de Gure bazterrak de Mikel Laboa¡ª. Todo ello sin el aspaviento del artista, con un tr¨ªo de apoyo en el que Arkaitz Miner tom¨® eventualmente viol¨ªn en lugar de su habitual guitarra y donde la bater¨ªa us¨® m¨¢s escobillas que baquetas. Todo como para no hacer ruido, con el bajo sonando por detr¨¢s. Porque al final, las cosas quedas quedan, las historias susurradas acaban siendo como el sirimiri, que moja m¨¢s por no notarse. El estruendo del silencio. Como el mismo Ruper.
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