A la antigua
"Ver y escuchar a un director de orquesta irradiando tanta autoridad con tan parcos movimientos, es todo un espect¨¢culo"
Ver y escuchar a un director de orquesta irradiando tanta autoridad con tan parcos movimientos, es todo un espect¨¢culo. Apenas unos gestos con los dedos, un leve movimiento de la cabeza, una espor¨¢dica inclinaci¨®n del torso, un comp¨¢s marcado al completo... de vez en cuando. Temirkanov ni siquiera utiliza la batuta. Los ojos, que el p¨²blico no ve, pero s¨ª los m¨²sicos, se convierten entonces en herramienta implacable para ajuste y expresi¨®n. La Filarm¨®nica de San Petersburgo no parec¨ªa necesitar m¨¢s para seguirle, d¨®cilmente, por los derroteros que se?alan Prok¨°fiev y Schumann. O, mejor: por alguno de los derroteros que, tanto Prok¨°fiev como Schumann, dejan abiertos en sus partituras. De casta le viene al galgo: ya vimos ¨Ccuando a¨²n no exist¨ªa en Valencia el Palau de la M¨²sica, y cuando la ciudad rusa a¨²n se llamaba Leningrado- al anterior titular de la misma orquesta, el m¨ªtico Mravinsky, dirigiendo sentado de tan viejo que era, quieto como una balsa pero mirando a los m¨²sicos con extra?a intensidad, algo que s¨®lo se ve¨ªa desde los palcos del proscenio y que resulta muy dif¨ªcil olvidar.
Con todo, esta vez cost¨® algo entrar en materia. La Primera Sinfon¨ªa de Prok¨°fiev se plasm¨® con una correlaci¨®n de fuerzas que perjudicaba claramente a los vientos, en especial a esas p¨ªcaras maderas que no deber¨ªan quedar tan sumergidas en la masa de la cuerda, puesto que su papel es decisivo en la provocadora demostraci¨®n de clasicismo que hizo el compositor. Poco a poco, sin embargo, parecieron equilibrarse las secciones hasta llegar al vertiginoso Finale, con el juego ajustad¨ªsimo de los instrumentistas contest¨¢ndose unos a otros, sin desfallecer un momento.
Orquesta Filarm¨®nica de San Petersburgo
Yuri Temirkanov, director. Javier Perianes, piano. Obras de Prok¨°fiev y Schumann. Palau de la M¨²sica. Valencia, 29 de enero de 2013.
Luego vino Schumann, y los rusos lo tocaron con ese fraseo el¨¢stico que casi hemos olvidado ya, porque ahora suele buscarse en mayor grado claridad y geometr¨ªa. El Concierto en La se ley¨® como en oleadas de sonido libre, como si no existiera el comp¨¢s, como un flujo marino de vibrante contenido mel¨®dico, tan consistente como d¨²ctil, sin barras fronterizas, con una flexibilidad casi de recitativo. Javier Perianes se subi¨® limpiamente a ese carro y frase¨® tambi¨¦n con todo el vuelo que puede tenerse cuando las teclas est¨¢n dominadas y se puede tocar el piano sin preocuparse de tropezar... porque ya no se tropieza. Y se puede responder a la orquesta y a su director, y hasta dejarse llevar por ese perfume antiguo, contribuyendo, a pesar de su limpidez, al efecto de una cuerda de sonoridad apretada, palpitante, grande, para bien y para mal. Perianes hizo Schumann con los de San Petersburgo, y toc¨®, como pide exactamente ese concierto, sin enfrentarse a la orquesta ni defender a su manera la parte del solista, sino participando con ella en el trenzado del conjunto. Puede preferirse, naturalmente, un Schumann m¨¢s di¨¢fano que el de Temirkanov, m¨¢s contenido, de mayor equilibrio pasional. Pero no cabe negar lo gratificante que resulta encontrar versiones con tanto vigor, con tanta emoci¨®n, con tanta solera. El pianista de Nerja regal¨® luego una delicad¨ªsima versi¨®n de la Serenata andaluza (Falla), donde mostr¨® la vertiente m¨¢s ¨ªntima de su concepci¨®n pian¨ªstica.
En la S¨¦ptima, esa sinfon¨ªa que Prok¨°fiev hizo como encargo para la Radio de las Ni?os de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, Temirkanov subi¨® todav¨ªa m¨¢s el term¨®metro y convirti¨® lo que generalmente se describe como una partitura tranquila, sin dramatismo ni choques violentos, en una m¨²sica inquietante, donde se resaltaban con fuerza las l¨ªneas graves (?vaya latidos los de los contrabajos!) y la densidad del sonido resultaba casi agobiante hasta para adultos. Comp¨¢rese lo escuchado el martes con, por ejemplo, la versi¨®n grabada por Ozawa con la Filarm¨®nica de Berl¨ªn. Ser¨¢ dif¨ªcil decidirse por ¨¦sta o por aquella. El milagro es que nos encontremos ante la misma partitura. Y que ambas nos gusten.
De regalo, Temirkanov escogi¨® algo muy ruso: la introducci¨®n al Kuda, kuda que canta en el bosque helado Lenski poco antes de caer, batido en duelo, en el II acto del Yevgeni Oneguin (Chaikovski). Y son¨® como cuando todos los m¨²sicos se saben de verdad la historia.
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