Crimen en el castillo de casa
Ivo Fornesa, hijo del expresidente de La Caixa Ricard Fornesa, debuta en la novela negra con una obra que ambienta en su propiedad de Saint-Chartier
Carlos Shanon, irland¨¦s de cultura argentina, millonario de fortuna opaca y coleccionista de arte, es hallado muerto en un pasadizo secreto de su castillo franc¨¦s de Saint-Chartier el d¨ªa en que ¨¦l y su cohorte familiar, mayormente asi¨¢tica, daban una gran fiesta de inauguraci¨®n. Esa es la trama de la novela El castillo de Saint-Chartier (RBA), que gana inter¨¦s con la figura del nuevo vecino Laurent de Rodergues, ¡°vividor inofensivo¡± que investigar¨¢ ese accidente, seg¨²n la versi¨®n policial, con m¨¦todos muy cartesianos y mezclando una mundolog¨ªa desarmante a base de caballos, poemas medievales, Durero, mitolog¨ªa cl¨¢sica, gastronom¨ªa, bot¨¢nica, bibliof¨ªlia o m¨²sica barroca colonial, por poner unos ejemplos. La obra sube un nuevo escal¨®n cuando se va descubriendo que todo y todos son jirones y trasuntos de la vida real del autor, Ivo Fornesa (Barcelona, 1959), ex monje y ex paracaidista, cart¨®grafo de riesgo, empresario de ¨¦xito en el sudeste asi¨¢tico y Am¨¦rica Latina y, desde hace nueve meses, instalado como ch?telain de esa fortificaci¨®n en la regi¨®n de Berry, en medio de Francia.
La g¨¦nesis de la obra con la que Fornesa, hijo mayor del expresidente de La Caixa Ricard Fornesa, debuta en el g¨¦nero es ya de por s¨ª una historia, como su propia biograf¨ªa o la del castillo, con Juana de Arco, Napole¨®n, George Sand, los narcos mexicanos, el Partido Comunista Chino, Juan Carlos I e Ildefonso Falcones dando vueltas por ah¨ª. Por partes. Harto de ingerir t¨¦ y fideos, esperando en Pequ¨ªn a que, gracias a sus contactos, las detenidas en la prisi¨®n de funcionarios corruptos le acabaran de encuadernar a mano unos ejemplares de bibli¨®filo destinados, entre otros, al rey de Espa?a, Fornesa se dispuso a matar la larga noche del 31 de diciembre escribiendo una novela con un crimen que ocurriera en su castillo reci¨¦n adquirido.
Con regusto a t¨¦cnicas de dos de sus autores preferidos (la exposici¨®n de dramatis personae a lo Agatha Christie y el regusto introspectivo de Georges Simenon), ¡°uno suele poner en un libro lo que ha visto¡±, reconoce el autor mientras sube gr¨¢cil por una de las torres de su castillo, en realidad un sue?o de infancia, una querencia de esa mas¨ªa fortificada que sus abuelos ten¨ªan en Gallifa.
El autor salpica
Fornesa ha visto mucho. Licenciado en Derecho, quiz¨¢ por serlo tambi¨¦n en Geograf¨ªa e Historia y por una pulsi¨®n aventurera ha trabajado en cartograf¨ªa en zonas de riesgo, de ah¨ª sus conocimientos sobre el Himalaya o los Andes; es editor de libros, en particular de bibli¨®filo, y, hasta hace muy poco, se ganaba muy bien la vida con una empresa de construcci¨®n de pabellones para exposiciones internacionales, o sea viajes y contenedores arriba y abajo por nueve pa¨ªses, entre ellos Chile, Argentina, Per¨² y M¨¦xico. En ¨¦ste tuvo que abandonar su palacete colonial en el estado de Michoac¨¢n: ¡°Mi mujer tem¨ªa un secuestro y yo un d¨ªa frente a la casa vi unos cuerpos descabezados; lo vendimos por los narcos¡±, relata con alarmante normalidad.
Como en su personaje de Laurent, hay algo de ox¨ªmoron en Fornesa, capaz de llevar un chaleco de safari debajo de una americana de vestir y calzar botas de las que quita el barro con una chuchillo notable que maneja diestro y pliega veloz hacia el bolsillo. Igual que habla con gran conocimiento de su notable colecci¨®n de iconos rusos mientras relata con total desparpajo verbal sobre las obsesiones sexuales de los empresarios espa?oles en China o lamenta que los diplom¨¢ticos vayan ¡°de copa en copa, sin moverse de determinados ¨¢mbitos, por eso no ven que el mundo ser¨¢ de los chinos: Per¨² y Guatemala ya es suyo, como todo el sudeste asi¨¢tico; se sacrifican por el negocio como nadie¡±.
De cada lugar se ha llevado algo con que amueblar su vida. De China, donde las autoridades le han condecorado diversas veces y el Partido Comunista le tiene a sueldo como asesor especial para una zona de lagos de alta monta?a al norte del pa¨ªs, es originaria, por ejemplo, su mujer, una china manch¨² exvoleibolista ol¨ªmpica. De Birmania y Tailandia hay hasta el interior completo de iglesias, incluido un gigantesco crucifijo¡
Exlegionario y exmonje,
Cada sala es un abigarrado, vertiginoso y ecl¨¦ctico paseo por medio mundo: armaduras completas de samurai, libritos ilustrados que se daban a las j¨®venes chinas en el XIX para aleccionarlas sobre la noche de bodas, mu?ecos para vud¨² africanos, cuchillos kris serpenteantes ¡°como los que describe Salgari¡±, armas de los dayaks indonesios, tapices gigantes, una ballesta de 10 tiros china, armas de los monjes chaol¨ªn (¡°esta especie de cascanueces era para romper los dedos¡±, ilustra se?alando la pared de donde cuelga), un traje de torero de Mario Cabr¨¦, jarrones, figuras de marfil y ¨¦bano, lacas de caligraf¨ªa china¡ As¨ª, hasta ¡°unos 20.000 objetos, pero muchos est¨¢n en cajas por desembalar en las antiguas caballerizas¡±, calcula mientras desvela uno de los pasadizos secretos del castillo que s¨ª, los tiene, y que da a una habitaci¨®n roja, donde reproducir¨¢ ¡°un fumadero de opio¡±, con sus pipas originales, cazoletas, aparatos para limpiar y hasta una cama original, con su almohada cil¨ªndrica. ¡°Empiezas comprando unas pipas y te vas calentando y¡¡±, musita el anfitri¨®n.
Junta a media decena de bellas monturas mexicanas asoma un fusil de asalto espa?ol, un Cetme. Deber¨ªa desentonar, pero tiene explicaci¨®n: Fornesa se apunt¨® de joven a la Legi¨®n, donde acab¨® con los paracaidistas. Fueron 26 meses. Luego, las ant¨ªpodas: franciscano custodio en Tierra Santa, en Damasco, Egipto y Jordania, atento a la tumba de Mois¨¦s y el Santo Sepulcro. Seis a?os.
Reflexiona Fornesa sobre su biograf¨ªa ya en uno de los inmensos jardines, a la sombra de un castillo que la leyenda ha convertido en apeadero temporal de Juana de Arco y escondite de un fabuloso tesoro que Napole¨®n habr¨ªa enterrado a su regreso de Waterloo; en cualquier caso, seguro s¨ª que fue un lugar al que iba a desayunar una ni?a vecina, la futura George Sand, los domingos cuando sal¨ªa de misa, escenario que la marc¨® tanto que acab¨® por retratar en su Historia de mi vida y en la que ubic¨® su obra Los maestros campaneros (1853).
Compa?ero de pupitre
Con aquel influjo (la casa-museo de George Sand est¨¢ muy cerca), Fornesa parece no querer soltar ya la escritura. Entre la obras que coordina personalmente (¡°en tres a?os por aqu¨ª han pasado ya 12 empresas constructoras; ahora me hago fabricar baldosas en Vietnam y me traigo tova catalana¡±), no tiene claro si dar¨¢ continuidad a su aficionado investigador Laurent, a pesar de su prometedor t¨¢ndem con una atractiva vigilante jurado (¡°la novela s¨®lo pretende entretener¡±, zanja).
Por el momento, quien compartiera pupitre en el colegio con el hoy famoso escritor Ildefonso Falcones (¡°un chico muy serio, que trabajaba duro¡±), perdiera hace 30 a?os el original de unos cuentos cortos hilvanados que titul¨® Escudella (¡°lo envi¨¦ mientras estaba de monje a una agente literaria de Barcelona sin poder hacer copia y ya nadie sabe nada¡±) y perge?ara unos relatos mexicanos, ultima por las noches una novela muy distinta. ¡°Va sobre un inc¨®modo oficial catal¨¢n de la Legi¨®n que regresa herido de Afganist¨¢n y que acaba en el Centro Nacional de Inteligencia investigando sobre una red de trata de blancas entre Barcelona y Bangkok; ser¨¢ muy cr¨ªtica¡±, deja caer Fornesa, como siempre como si supiera m¨¢s.
Mientras, lejos de una Catalu?a que no a?ora (¡°como lugar de negocios est¨¢ lleno de merenderos asquerosos¡±, sentencia), convoca y edita un concurso de relatos sobre Saint-Chartier, sue?a con hacer queso y cerveza t¨ªpicos de la zona y, sobre todo, con terminar ya las obras y sus salones etnogr¨¢ficos, que s¨®lo podr¨¢n visitar ¡°grupos reducidos, porque esto no deja de ser mi casa¡±. Y a la vez, ya se ve creando el primer museo del mundo del textil religioso. ¡°Mis contactos ya me est¨¢n buscando piezas; en el Vaticano, tambi¨¦n: tengo hasta una silla papal de P¨ªo XII¡±, asegura. ?Y no se anima con sus prometedoras memorias? ¡°Espero que a¨²n me pasen m¨¢s cosas¡±.
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