No nos podemos quejar
El miedo insuperable a caer m¨¢s bajo en la escala social nos paraliza
Se ha convertido en el principio y final de muchas conversaciones. Es el resumen perfecto, el punto y aparte de la comunicaci¨®n de nuestras desdichas. La pronunciamos encogiendo los hombros, entornando los ojos y con una mueca de impotencia en los labios.
Con esta expresi¨®n socializamos nuestras desgracias, sentimos formar parte de un colectivo al que todav¨ªa le han ido las cosas peor que a nosotros mismos. No importa cuantas injusticias nos asolen porque siempre habr¨¢ alguien m¨¢s desprotegido, m¨¢s pobre o m¨¢s solo.
Lo malo es que una frase de uso privado que pretend¨ªa animarnos, formar parte de una cadena humana y socializar nuestras desgracias, se ha convertido en un discurso oficial impuesto que pone fin a cualquier reclamaci¨®n y a cualquier asomo de sublevaci¨®n social. No es que no nos podamos quejar por solidaridad con los que m¨¢s sufren, es que no nos podemos quejar porque pueden arrojarnos al escal¨®n inmediatamente inferior y eso nos causa pavor.
El funcionario al que le esquilman por en¨¦sima vez sus haberes no se puede quejar porque es fijo. Al que han reducido su sueldo de forma brutal, no puede protestar porque al menos no ha sido despedido. El joven contratado por un raqu¨ªtico pu?ado de euros, al menos no ha tenido que salir de nuestro pa¨ªs. Incluso el que est¨¢ en la cola del paro puede considerarse afortunado porque todav¨ªa no recoge a la puerta del supermercado los productos caducados. La cadena de no queja, no reclamaci¨®n, no protesta, se extiende al infinito. A fin de cuentas, todos tenemos algo propio, que no nos pueden arrebatar, una mano amiga o un hueco por el que escapar de las desdichas.
Nuestra cotizaci¨®n ha ca¨ªdo porque nos consolamos con las desgracias ajenas
La ofrenda de agradecimiento por ¡°nuestros privilegios¡± se deposita a los pies de los poderosos. Con cada ¡°no me puedo quejar¡± cedemos territorios que pertenec¨ªan a nuestros derechos, a nuestro trabajo e incluso a nuestra dignidad. Trabajamos m¨¢s horas por menos salario; consideramos potestativa una paga extraordinaria que forma parte de nuestros derechos; nos aprestamos a trabajar fuera de convenio o a hacer horas fuera de contrato; a regalar nuestro trabajo y nuestro esfuerzo sin conflicto social alguno.
El hecho de que haya otras personas en peores situaciones que nosotros se ha convertido en la coartada perfecta para reformular el marco laboral. Y no me refiero a las injustas leyes promulgadas sino al derecho que se escribe en la calle, en las empresas, con pr¨¢cticas crueles que las estad¨ªsticas apenas detectan, con salarios de miseria y condiciones leoninas nunca antes descritas. Algunas mujeres adelantan su incorporaci¨®n laboral tras el parto por miedo a ser despedidas; muchas personas acuden enfermas al trabajo por miedo al despido. Por supuesto, tambi¨¦n sin quejarse.
El valor del trabajo ha ca¨ªdo dr¨¢sticamente en el mercado. Nuestro esfuerzo, nuestro saber, nuestra inteligencia apenas valen nada. No importa que el sector para el que trabajemos sufra la crisis o apenas la haya sentido. Nuestra cotizaci¨®n ha ca¨ªdo vertiginosamente porque tenemos miedo, porque nos consolamos con las desgracias ajenas, porque asumimos acr¨ªticamente todos los discursos manipuladores y enga?osos que nos lanzan a diario, porque nos hemos resignado a ser hojas al viento.
El miedo insuperable a caer m¨¢s bajo en la escala social nos paraliza. Y de todas las estrategias defensivas in¨²tiles esta es la m¨¢s contraproducente. Si en vez de no quejarnos pas¨¢ramos a hacerlo; si en vez de callar, alz¨¢semos la voz; si en vez de estar aterrorizados, actu¨¢semos; si en vez de resignarnos a todas las injusticias grandes y peque?as, pronunci¨¢semos un rotundo y terco no, entonces esta crisis se escribir¨ªa con otro final.
Trabajar no es un privilegio, sino un derecho. L¨¦anse la Constituci¨®n. No hay privilegio alguno en cobrar lo justo, en trabajar lo estipulado, en no ser explotado, en tener vacaciones o baja laboral cuando estamos enfermos. No llamemos paciencia al miedo, ni esp¨ªritu positivo a lo que es simplemente una rendici¨®n.
@conchacaballer
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.