Rajoy y Fabra en el div¨¢n: silencio y sumisi¨®n
Uno es acusado de ser un segund¨®n; el otro, como sin pluma, pero con muy poca miga
El silencio de los poderosos no es siempre garant¨ªa de sabidur¨ªa, a veces es una m¨¢scara del vac¨ªo, de la violencia o del mero miedo. Desde que Sigmund Freud publicara El malestar en la cultura(1929), los acad¨¦micos saben perfectamente que, para conocer el declive de la sociedad occidental (o de la humanidad), no basta con el an¨¢lisis de historiadores, soci¨®logos y economistas, literatos, fil¨®sofos y moralistas, sacerdotes y visionarios. Existen fen¨®menos ps¨ªquicos, por decirlo as¨ª, en la sombra de nuestro ser y de nuestro pensamiento con los que deber¨ªamos contar porque afloran en nuestra vida pr¨¢ctica; ?c¨®mo podemos entender la realidad mental, el caudal an¨ªmico consciente e inconsciente que apuntala nuestras acciones, especialmente si se trata de la conducta de los poderosos? Es probable que su examen, no s¨®lo en la superficie, sino tambi¨¦n en su fondo m¨¢s rec¨®ndito, nos sea provechoso.
Como las c¨¦lulas del cuerpo humano, los poderosos tienen muchas formas y funciones: los hay ricos, guerreros, arist¨®cratas, propagandistas, bur¨®cratas y los hay, tambi¨¦n, pol¨ªticos. No es aventurado sugerir que todo hecho pol¨ªtico tiene un sentido psicol¨®gico determinado, lo cual se manifiesta en las palabras, los silencios, los escritos, los gestos, las acciones u omisiones, la disposici¨®n de sus actores. Por ejemplo, los analistas explican la generalizaci¨®n de las ruedas de prensa sin preguntas como un ejercicio actualizado y teatralizado de los partes que se le¨ªan en el franquismo, de los sermones desde el p¨²lpito o los dogmas lanzados desde la c¨¢tedra acad¨¦mica. Sin embargo, una interpretaci¨®n m¨¢s profunda nos descubre la necesidad psicol¨®gica (emocional, ll¨¢menlo como quieran) de los poderosos para ponerse a resguardo de los comentarios que hacen visible una realidad siempre m¨¢s incomoda que la que viven en los palacios. Tambi¨¦n hay una voluntad consciente de enmudecer lo que no se quiere dejar salir, pero en realidad se piensa, conscientemente o no. Desde mi punto de vista, estas son algunas de las razones por las que los poderosos leen sus discursos y sus intervenciones son actuaciones ensayadas, retransmitidas: tienen miedo a que veamos con claridad su superficialidad-profundidad y, adem¨¢s, resuelven alejarse de las tragedias con rostro y alma. Es, por tanto, recomendable interpretar desde un punto de vista psicol¨®gico las actuaciones de los poderosos para saber por qu¨¦ nos atraen o desconciertan sobremanera.
Empecemos con el presidente Rajoy y el president Fabra. Rajoy ha sido acusado hasta el insulto por alguno de sus ¡°amigos¡± de ser un segund¨®n, de falta de virilidad y de hombr¨ªa. Mientras que Fabra es presentado como alguien ¡°sin pluma pero con muy poca miga¡±, sin apenas sustancia y con un curr¨ªculum muy insignificante. Cr¨ªticas que se agrandan por su ¡°pecado original¡±: ser un president designado por Rajoy y no elegido por los ciudadanos en una convocatoria electoral. Seguramente estos y otros comentarios han acrecentado la necesidad de satisfacer su deseo disimulado de pasar a la Historia por encima de otros presidentes previos o venideros. Si bien resulta f¨¢cil superar la figura aburrida del presidente Calvo-Sotelo o la del col¨¦rico y despreciativo presidente Aznar, m¨¢s complicado es estar a la altura de la grandeza hist¨®rica del presidente Su¨¢rez o del liderazgo y belleza-atractivo-carisma del presidente Gonz¨¢lez. En cuanto a Fabra lo tiene, si cabe, m¨¢s complicado para volar m¨¢s alto que la esfinge de piedra del president Lerma quien nunca quiso salir de los libros de Historia o que el president Zaplana, reencarnaci¨®n del p¨ªcaro Lazarillo tan arraigado en el instinto colectivo valenciano y espa?ol.
En cualquier caso, alcanzar la gloria fuera de esta vida nos acerca a esa empresa aut¨¦nticamente humana de querer ser Dios, de considerarse semejante a Dios. Pero sin ir tan lejos el Yo Rajoy tiene que hacer posible este anhelo con la suma de vida vivida y temporal: ?c¨®mo ser el m¨¢s grande de los presidentes habiendo hecho acciones pol¨ªticas tan alejadas de la conciencia ¨¦tica y social, indecorosas o bajo la sombra de lo ilegal como su papel en los sobresueldos, la financiaci¨®n del PP y el v¨ªnculo con B¨¢rcenas? ?C¨®mo resolver psicol¨®gicamente lo que parece un laberinto inextricable para alguien que presume de tener un censor interior superlativo? Si partimos de lo m¨¢s simple, como dec¨ªamos anteriormente, la soluci¨®n es enmudecer (o no hablar claro, o alejarse de la verdad). No ver, no saber, no pensar se convierte en una necesidad ps¨ªquica (Stefan Zweig dixit). Sin embargo, para mantener el efecto descompresor y liberador del silencio en la vida ps¨ªquica de Rajoy, se ha levantado un corta-fuegos preventivo desde el poder (y no s¨®lo desde el poder pol¨ªtico y econ¨®mico, sino tambi¨¦n desde el propagand¨ªstico) que est¨¢ produciendo un emponzo?amiento, m¨¢s all¨¢ de lo conveniente, de la pol¨ªtica y las instituciones.
El silencio tambi¨¦n tiene otras consecuencias conflictivas como la desafecci¨®n de los ciudadanos a una manera de hacer pol¨ªtica malhumorada y antisocial o la de dejar que el tiempo corra sin dialogar para conseguir acuerdos, compromisos o consensos. Por ejemplo, sobre la independencia de Catalu?a, en lo que el exministro Josep Piqu¨¦ describe con elegancia como ¡°inacci¨®n arriesgada del Presidente Rajoy¡±. Al paso que vamos, apuesto a que el Yo Rajoy adoptar¨¢ la voz del Yo Bartleby el escribiente, a qui¨¦n se le borr¨® la memoria y s¨®lo era capaz de decir una extra?a, conmovedora y nihilista frase de tres palabras: ¡°Preferir¨ªa no hacerlo¡±. Por su pecado original y por sus propias caracter¨ªsticas intr¨ªnsecas, el President Fabra, es un ejemplo de sumisi¨®n al poder de Rajoy por la necesidad, de modo que, ha dejado de exigir, reclamar o, incluso, preguntar para hacer lo que toca en asuntos econ¨®micos, lo conveniente en temas pol¨ªticos y lo necesario a nivel territorial. El president Fabra es un servidor del Presidente Rajoy. Una consecuencia de esta subordinaci¨®n es el proceso de degeneraci¨®n y fin de la RTVV. Pero tambi¨¦n es una demostraci¨®n de la complicidad de muchos. Poco a poco, la mezcla venenosa de silencio y sometimiento de los poderosos y colaboracionismo de las masas puede llegar a convertirnos en una sociedad triste y cr¨®nicamente enferma que acabe por morir.
Quiz¨¢ estas consideraciones no signifiquen nada, aunque llegado este punto, a¨²n cabe formular una pregunta: ?c¨®mo liberar a Rajoy y a Fabra de sus pasiones y penas? Hacer olvidar lo malo que todos saben de ti puede resultar un empe?o excitante e incluso curativo. Siempre requiere un esfuerzo especial querer olvidar lo que nos provoca verg¨¹enza, miedo, sufrimiento. Cuanto m¨¢s miedo, m¨¢s resistencia a ser uno mismo, m¨¢s necesidad de control. Rajoy silencia porque quiere hacernos olvidar lo que en su interior verdaderamente quiere olvidar: lo oscuro que sabe de s¨ª mismo. En cualquier caso, usted y nosotros tenemos la palabra porque lo que se sabe no se puede ignorar, a pesar de todo. No se trata de decir lo primero que se nos ocurra, la reflexi¨®n es una herramienta fundamental en la vida y, por tanto, en la pol¨ªtica. De lo que estoy hablando es de recuperar la valent¨ªa, que no la provocaci¨®n, la arrogancia o el desprecio con explicaciones inveros¨ªmiles. De expresar lo que verdaderamente hemos sido y somos, lo que queremos ser y hacer. De contar nuestros anhelos y miedos.
Si nos fiamos de lo que nos cuenta Borges, un irland¨¦s escribi¨® una sentencia en una c¨¢rcel que nos puede ayudar: ¡°... s¨®lo el perd¨®n puede anular el pasado¡± y siguiendo al autor de Historia universal de la infamia: ¡°Acaso lo que digo no es verdadero; ojal¨¢ sea prof¨¦tico¡± el Rey Juan Carlos apacigu¨® a las masas indignadas y decepcionadas por su cacer¨ªa de elefantes en ?frica con una breve declaraci¨®n: ¡°Lo siento mucho, me he equivocado. No volver¨¢ a ocurrir¡±. Creo, no obstante, que sus palabras no sirvieron para que, a nuestros ojos, ¨¦l recupere su grandeza y nosotros la dignidad ciudadana. Esto es imprescindible a nivel curativo para una sociedad enferma porque ellos son una representaci¨®n nuestra y representan tambi¨¦n nuestras emociones, nuestro Yo ciudadano. Merecer el t¨ªtulo honor¨ªfico de ¡°gran presidente¡±, ¡°gran president¡± o ¡°gran rey¡± es algo m¨¢s que la consecuci¨®n de grandes haza?as como la de alejar la deuda espa?ola del bono basura, la de evitar que nuestra Comunitat sea intervenida por el Ministerio de Hacienda o la de hacer frente a los golpistas del 23-F. No puedo eludir que ese "algo m¨¢s" deber¨ªa ser la dimisi¨®n, la renuncia a ser candidato o la abdicaci¨®n.
Rafael Tabar¨¦s-Seisdedos, Catedr¨¢tico de Psiquiatr¨ªa de la Universitat de Val¨¨ncia.
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