La Valencia cautiva
Decididamente somos un caso aparte, patol¨®gico
?Qu¨¦ es lo que ha pasado en esta Comunidad? La suma de acontecimientos te deja perplejo. Decididamente somos un caso aparte, patol¨®gico.
Te encuentras con un forastero ¡ªun colega de Salamanca¡ª, te hace preguntas y te abochornas. Antes, este compa?ero celebraba lo bonita que estaba Valencia. Ahora, por el contrario, en su voz hay un tono de reproche. ¡°Pero, hombre, no te acobardes. Si t¨² has escrito un libro sobre la corrupci¨®n en Valencia¡ ?No se titulaba La carcasa valenciana?¡±, me recuerda. ¡°?O era La traca valenciana? Chico, no me acuerdo ahora, pero s¨¦ que era muy fallero. Como de estallidos, detonaciones o cosas as¨ª. Era un libro sobre la estampida de la cosa, ?no? ?Ahora qu¨¦ pasa, que ya no reg¨¢is las plantas?¡±.
Yo le desmiento: que no se titula as¨ª el libro, que lo ¨²nico fallero que tiene es la cubierta con la ilustraci¨®n de dos ninots. ¡°Bueno, pues como sea: El sainete valenciano o La farsa valenciana. Como quieras, pero algo tendr¨¢s que decirme¡±, a?ade. ¡°Yo que s¨¦: una reflexi¨®n de conjunto. Venga: hazme un resumen¡±, concluye.
Yo le respondo casi balbuceando, como si uno mismo fuera corresponsable de todo lo que nos sucede, como si los votos mayoritarios al Partido Popular de tantos y tantos conciudadanos fueran la culpa colectiva que facilit¨® o exculp¨® los latrocinios.
¡°Pues s¨ª, pues todo lo que t¨² quieras. Muchos habr¨¦is escrito contra los desmanes, pero ellos siguen ah¨ª. Menudo fracaso¡±, me insiste con sarcasmo. ¡°Venga, dame una visi¨®n de conjunto. Yo que s¨¦: un retrato general, de grupo. ?Qu¨¦ pu?etas ha pasado aqu¨ª?¡±
Para explicarme le largo un discurso acad¨¦mico. ?Podemos hacer una antropolog¨ªa de la sociedad valenciana, de sus partidos, de sus instituciones? S¨ª. En principio, esta ciencia social estudia la rareza, lo diferente, lo distante: todo eso, claro, desde el punto de vista del observador que mira el comportamiento de salvajes, de primitivos¡ ?Por qu¨¦ obran como obran estos nativos? Para los antrop¨®logos brit¨¢nicos, por ejemplo, los mediterr¨¢neos siempre hemos sido algo pintorescos, con tipismos. ?Ejemplos?
El favor o el regalo pol¨ªticos y la cooptaci¨®n, que son materia de antropolog¨ªa propiamente salvaje. Nos gusta el clientelismo. ?Y qu¨¦ es? Pese a lo que pueda parecer no es una relaci¨®n de interdependencia econ¨®mica. Yo soy cliente cuando abono una cantidad por un bien. Pero el clientelismo es otra cosa.
Es pago pol¨ªtico y es servicio personal; es patrimonializaci¨®n de las instituciones: lo que tienes me lo debes, por tanto lo que yo te doy ¡ªun favor que te hago, vaya¡ª t¨² me lo devuelves en especie o en esp¨ªritu. Es decir, me entregas tu sufragio o tu alma, porque el clientelismo es eso: el sufragio de las almas cautivas. Yo te protejo o te beneficio como patrono que cubre tus espaldas, pues respondo personalmente de aquello a lo que tienes derecho institucionalmente. Pero eso a lo que tienes derecho ha sido secuestrado. Por ello, yo soy tu guardi¨¢n y tu garant¨ªa.
¡°?Me entiendes, eh, me entiendes?¡±, le pregunto irritado al colega salmantino. ¡°Bueno, bueno, tampoco es para ponerse as¨ª. Mira que sois falleros. Siempre est¨¢is a punto de explotar¡±. Lo miro y bostezo. ?l asiente.
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