Castellet como mandar¨ªn cultural
Tuvo el valor de poner a Pla en el lugar que merec¨ªa cuando una larga tradici¨®n nacionalista lo denostaba
Antoni Puigverd escrib¨ªa el lunes en La Vanguardia que Josep Maria Castellet, fallecido la semana pasada, "hu¨ªa por naturaleza del papel de mandar¨ªn que algunos le atribu¨ªan". Es posible que fuera as¨ª. Pero me parece indudable que entre finales de los a?os cincuenta, cuando publica La hora del lector (1957), hasta su renuncia a finales de los ochenta, Castellet fue el m¨¢s reconocido mandar¨ªn de la cultura escrita en Catalu?a.
La personalidad de Castellet ha sido estos d¨ªas ampliamente glosada: su elegante figura, su exquisita educaci¨®n y natural simpat¨ªa, su desbordante curiosidad por todo, su cosmopolitismo cultural. Tambi¨¦n se ha recordado su obra como editor, cr¨ªtico y escritor. Incluso se han hecho numerosas referencias a su compromiso con la resistencia pol¨ªtica. Pero quiz¨¢s nadie ha hecho suficiente hincapi¨¦ en su influencia global, en su ascendiente sobre todos nosotros, en definitiva, en su papel de mandar¨ªn.
En esta funci¨®n empez¨® primero como cr¨ªtico, ya en los a?os cincuenta, rodeado por la m¨ªtica aureola que envolv¨ªa a su grupo de amigos: Barral, Gil de Biedma, los Goytisolo y los Ferrater, entre otros, adem¨¢s de Sacrist¨¢n, un caso aparte. Con apenas treinta a?os de edad, esta gente adquiri¨® un misterioso prestigio entre quienes apenas empez¨¢bamos a leer literatura y ensayo, y busc¨¢bamos referentes m¨¢s cercanos que Camus, Sartre y Beauvoir, los airados young men brit¨¢nicos o Kerouac y Ginsberg deambulando por la carretera y profiriendo extra?os aullidos. En fin, busc¨¢bamos gente que nos revolviera las tripas para ver si encontr¨¢bamos nuestra propia personalidad dentro de una existencia que se nos aparec¨ªa absurda.
Tuvo el valor de poner a Pla en el lugar que merec¨ªa cuando una larga tradici¨®n nacionalista lo denostaba
Seguramente, a excepci¨®n del famoso tr¨ªo franc¨¦s, el grupo de Barcelona ten¨ªa poco o nada que ver con algunos de estos gur¨²s extranjeros. Pero en nuestra natural ignorancia juvenil, pens¨¢bamos que eran sus equivalentes locales. Y, en cierta manera lo eran, junto a sus compa?eros de generaci¨®n en Madrid: Ferlosio, Valente, Caballero Bonald o ?ngel Gonz¨¢lez. Los tomamos como ejemplo, en literatura, en pensamiento y en pol¨ªtica. Y en actitud ante la vida: libres, desacomplejados, hedonistas, cosmopolitas, alegres y descarados.
De todos ellos, tanto barceloneses como madrile?os, Castellet era, probablemente, el m¨¢s respetado por su seriedad, por su capacidad de estudio sistem¨¢tico, por su ordenada vida personal. La hora del lector, publicada en 1957 por Seix Barral (edici¨®n definitiva en 2001, Pen¨ªnsula, al cuidado del profesor Laureano Bonet, que le a?ade un muy valioso estudio), caus¨® inmediatamente un gran impacto y consagr¨® a Castellet como un joven, jovenc¨ªsimo, maestro. All¨ª empez¨® su etapa de mandar¨ªn intelectual.
Ciertamente fue un itinerario cambiante. Una primera etapa en la que predominaba la influencia de Sartre, de Lukacs y de Goldmann, con un acento algo dogm¨¢tico, especialmente en la selecci¨®n de sus discutidas antolog¨ªas po¨¦ticas castellana y catalana. Pero despu¨¦s, en una segunda etapa, un Castellet menos dogm¨¢tico se abre a otras corrientes: pasa de la ¨¦tica del compromiso a la ¨¦tica de la infidelidad. Probablemente entonces escribe sus mejores obras. En todo caso el libro sobre Josep Pla supone una visi¨®n nueva del escritor ampurdan¨¦s y est¨¢ elaborado desde la admiraci¨®n pero con la objetividad que reclamaba en La hora del lector. Castellet tuvo el valor de poner en el lugar que merec¨ªa al mejor escritor en catal¨¢n cuando una larga tradici¨®n nacionalista lo denostaba. Solo un mandar¨ªn seguro de s¨ª mismo puede permitirse estos lujos.
Era el m¨¢s respetado por su seriedad, por su capacidad de estudio, por su ordenada vida personal
En esos a?os, la direcci¨®n intelectual de Catalu?a la ejerce Castellet desde Edicions 62 (y desde Pen¨ªnsula, su gemela en castellano). La editorial es su puesto de mando, el centro de la vida cultural barcelonesa al que todos acuden a pedir consejo y hasta permiso. Cuando en Barcelona se hablaba de El Mestre todos sab¨ªan que se alud¨ªa a Castellet, un Castellet con poco m¨¢s de cuarenta a?os. Y razones hab¨ªa para ello: los miles de libros publicados abarcaban todos los saberes human¨ªsticos de la modernidad y situaban a los catalanes en un lugar privilegiado para estar en contacto con la cultura sin adjetivos de lugar, con la cultura universal escrita en la lengua que fuere. Castellet cr¨ªtico y editor. S¨®lo le faltaba ser memorialista y lo fue con la m¨¢s alta nota, tanto en Els escenaris de la mem¨°ria (1988) como en Seductors, il¡¤lustrats i visionaris, extraordinarios retratos de ilustres amigos y conocidos, a la vez que un impl¨ªcito autorretrato.
Pero un Castellet cansado abandon¨® su tarea de mandar¨ªn en la segunda mitad de los a?os ochenta, cuando le faltaba por dar una ¨²ltima batalla para que la cultura barcelonesa y catalana no cayera en el provincianismo y la reverencia al nuevo poder. Nadie supo, o pudo, ocupar su lugar. ?Lo dej¨® por indolencia o por falta de valor o por una mezcla de ambas cosas? En todo caso lo dej¨®, renunci¨® a ejercer su antigua funci¨®n arbitral que s¨®lo ¨¦l pod¨ªa ocupar y su puesto se lo disputaron, sin ¨¦xito, enanitos culturales que no le llegaban ni a la suela de su zapato.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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