En la fase del chapoteo
De aqu¨ª a la pr¨®xima Diada es muy probable que nos aguarden unos meses de mucho ruido y pocas nueces. Aplazado hasta la segunda quincena de septiembre el decreto de convocatoria del refer¨¦ndum, con la inequ¨ªvoca intenci¨®n de ir preparando la celebraci¨®n de la Diada del 2014 en un clima de m¨¢xima excitaci¨®n independentista (para que sea en este clima de presi¨®n en el que se produzca por parte del gobierno del PP el eventual recurso que comportar¨ªa la suspensi¨®n de dicho decreto), no hay que descartar que entretanto Mas intente que el proceso transcurra en un doble plano. Por un lado, el de las negociaciones discretas entre bambalinas, en las que los actores (sean Rajoy y Mas, sean sus delegados de confianza) vayan tanteado las posibilidades de alg¨²n acuerdo que permita salir del tenso impasse que estamos viviendo y, por otro, el del escenario iluminado en el que cada uno de ellos interprete su papel pensando exclusivamente en agradar a su propio p¨²blico, desentendi¨¦ndose de los seguidores ajenos.
A este respecto, los profesionales de la negociaci¨®n acostumbran a afirmar que el momento de aparente tensi¨®n entre las partes que precede al inicio de cualesquiera conversaciones no busca imposibilitar el acuerdo sino alcanzarlo de la manera m¨¢s ventajosa para cada una de ellas. La aparente dureza previa no ser¨ªa entonces el indicador de una aut¨¦ntica cerraz¨®n negociadora sino que estar¨ªa orientada, por as¨ª decirlo, a hacerle saber al otro el n¨²cleo esencial de la propia reivindicaci¨®n, aquello en lo que no se est¨¢ dispuesto a aceptar transacciones. La tensi¨®n inicial cumplir¨ªa entonces una doble funci¨®n, hacia dentro (la reci¨¦n se?alada) y hacia fuera, en la medida en que la percepci¨®n p¨²blica de que los representantes pol¨ªticos sostienen con firmeza sus posiciones servir¨ªa para mantener cohesionados y en tensi¨®n a sus representados. Con otras palabras, permitir¨ªa a los negociadores poner sobre la mesa el argumento ¡°estos son mis poderes¡±, refiri¨¦ndose al s¨®lido respaldo social con el que contar¨ªan.
?Qui¨¦n gestionar¨¢ la frustraci¨®n de un importante sector de la sociedad catalana si todo esto queda en nada?
Tal vez sea ese el punto exacto en el que nos encontramos hoy en Catalu?a, sin que por el momento haya indicios de que pueda cambiar el signo de la atm¨®sfera pol¨ªtica. Llevamos un a?o largo encerrados en un discurso reiterativo al que, de vez en cuando ¡ªcasi siempre a trav¨¦s de declaraciones period¨ªsticas¡ª se le introducen peque?os matices respecto de los cuales el ciudadano nunca termina de saber si constituyen meros globos-sonda o anuncios de rectificaci¨®n.
Pero se enga?ar¨ªa quien extrajera de lo anterior la conclusi¨®n de que no merece la pena prestar excesiva atenci¨®n al grueso de las manifestaciones exaltadas y grandilocuentes de buena parte de nuestros pol¨ªticos, las cuales deber¨ªan, seg¨²n esto, quedar devaluadas a la condici¨®n de meramente instrumentales.
Por un doble motivo constituir¨ªa un error relativizar la importancia de esos gestos, en apariencia m¨¢s radicales. En primer lugar porque significar¨ªa desde?ar el efecto que ellos tienen sobre las bases pol¨ªticas de los adversarios, a las que se les est¨¢ proporcionando argumentos que acabar¨¢n por reforzar su cohesi¨®n y, en la misma medida, a sus representantes, con los que no va a quedar otra que sentarse en una mesa a negociar en alg¨²n momento. Nada tiene de extra?a la escandalizada reacci¨®n que en el resto de Espa?a suelen producir las salidas de tono de nuestros soberanistas: a fin de cuentas, es perfectamente sim¨¦trica con la que se produce por estas latitudes cuando se juzga cualquier declaraci¨®n rotunda en contra del proceso por parte de un pol¨ªtico de Madrid (por m¨¢s de tercera fila que sea o por m¨¢s apartado de la vida p¨²blica que se pueda encontrar en este momento) como la expresi¨®n concluyente e indiscutible de la intransigencia casi ontol¨®gica, por no decir metaf¨ªsica (en ning¨²n caso t¨¢ctica) que impera fuera de Catalu?a.
Se han generado expectativas que va a resultar extremadamente dif¨ªcil reconducir en el caso de que el proceso descarrile o termine en v¨ªa muerta
Pero, en segundo lugar, constituye un error la banalizaci¨®n de la sobreactuaci¨®n propia porque sus consecuencias est¨¢n lejos de ser banales. En efecto, el presunto argumento intimidatorio ¡°estos son mis poderes¡± tiene como su env¨¦s inevitable el ¡°estos son mis deberes¡± al que quedan comprometidos todos esos pol¨ªticos que, con una notable dosis de oportunismo, jalearon reivindicaciones que nunca antes hab¨ªan defendido (o se sumaron, con acr¨ªtica docilidad, a las movilizaciones impulsadas por otros), creyendo que podr¨ªan usarlas discrecionalmente como argumento de fuerza a su favor llegada la hora de una hipot¨¦tica negociaci¨®n.
Se han generado expectativas que va a resultar extremadamente dif¨ªcil reconducir en el caso de que el proceso descarrile o termine en v¨ªa muerta. Aquella pregunta que en un discurso televisado plante¨® Felipe Gonz¨¢lez a los votantes espa?oles antes del referendum sobre la OTAN, la famosa ¡°?qui¨¦n gestionar¨¢ el no?¡±, deber¨ªa estar presente, con los debidos retoques, en la cabeza de algunos. En efecto, ?qui¨¦n gestionar¨¢ la enorme frustraci¨®n de un importante sector de la sociedad catalana si finalmente todo esto queda en nada? Y, metidos ya en interrogantes, ?con qu¨¦ criterios?, ?hacia qu¨¦ nuevos objetivos?, ?existe una hoja de ruta para la traves¨ªa de la derrota? En definitiva, ?hay alguien al mando?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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