Sin cobertura
Usted, como todos, llegado el momento tendr¨¢ que elegir si vende su alma o no
Ocurre algunas veces en la vida. M¨¢s bien pocas. Pero cuando sucede, donde quiera que uno est¨¦, tiene que parar y tomar aire para deshacer el nudo. Puede pasar con una canci¨®n, algunos libros, unas cuantas pel¨ªculas, ciertas fotograf¨ªas¡ Cosas que nos devuelven esa sensaci¨®n tan infrecuente de que el mundo podr¨ªa ser de veras un lugar extraordinario.
Cada cual tiene un registro de momentos que le han hecho vibrar por dentro. A m¨ª por ejemplo me ocurre siempre que escucho Tears in Heaven, una balada que Eric Clapton le dedica a su hijo Conor. El cr¨ªo muri¨® accidentalmente, mientras jugaba, al caer desde un piso 53 en un rascacielos de Manhattan. Y la canci¨®n va de eso, de un hombre que ha perdido a su hijo y quiere saber c¨®mo ser¨ªa encontrarse con ¨¦l en el cielo. La m¨²sica tiene un poder incre¨ªble para sintonizar sensibilidades. Es un hilo muy fino que nos sujeta sin darnos cuenta.
De eso y de otras cosas trata tambi¨¦n El ¨²ltimo concierto, una pel¨ªcula que cuenta la historia de un cuarteto de cuerda y est¨¢ ambientada en el invierno de Nueva York. El argumento en s¨ª es sutil y emotivo, pero adem¨¢s es la ¨²ltima vez que vimos con vida al actor Philip Seymour, caminando por un hermos¨ªsimo Central Park nevado mientras suena de fondo el Opus 131 de Beethoven.
Existe gente a la que no conocemos, con la que nunca hemos cruzado siquiera una palabra que, sin embargo, nos ha promocionado momentos impagables de m¨¢xima belleza. Tambi¨¦n hay otra gente que conocemos perfectamente, con nombres y apellidos, que nos han llevado a un atasco moral y est¨¦tico sin paliativos. En el patio de la vida uno se encuentra de todo, personas que tienen la capacidad de sacar lo peor de nosotros y otras que tienen un don especial para hacernos mejores de lo que somos. Esto ¨²ltimo lo intent¨® a su manera el fot¨®grafo del Nacional Geographic, John Stanmeyer, con una imagen que le ha valido el World Press Photo de este a?o: una fotograf¨ªa sobrecogedora y po¨¦tica en la que grupo de inmigrantes levantan sus m¨®viles al cielo buscando cobertura en una playa de Djibouti. Una instant¨¢nea apenas vislumbrada una noche en que la luna va siguiendo indecisa el rastro de los tel¨¦fonos m¨®viles sobre la orilla con esa belleza desolada en la que se funden tecnolog¨ªa, desesperaci¨®n, pobreza y coraje para jugarse el pellejo.
Todas esas cosas en apariencia tan dispares: una canci¨®n, una pel¨ªcula, una fotograf¨ªa tienen en com¨²n el talento puesto al servicio de nuestros sentimientos m¨¢s nobles. Un vago aliento de humanidad. En el otro lado de la balanza est¨¢ la gente que cifra su mayor emoci¨®n en los primeros cincuenta kilos trincados, tipos cavernarios, sin escr¨²pulos, capaces de vender a su madre por un contrato de basuras, de estafar a personas humildes los ahorros de toda una vida de trabajo o de tirotear a unos n¨¢ufragos exhaustos en la orilla supuestamente civilizada del mundo. En el fondo no se trata de una cuesti¨®n de ideas, sino de piel, que es algo bastante m¨¢s profundo. Se tiene o no se tiene. Usted, como todos, llegado el momento tendr¨¢ que elegir si vende su alma o no. Y atenerse a las consecuencias. La vida implica una elecci¨®n continua. O esto o lo otro. A qui¨¦n votas, con qui¨¦n vives, de qui¨¦n te f¨ªas¡ Cada cual recorre sus propios pasos. A fin de cuentas en ese viaje todos estamos sin cobertura.
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