La entelequia identitaria
Cuando no es baratija o espect¨¢culo embaucador, la cultura fomenta el cultivo exigente una autonom¨ªa de criterio
Jo no s¨®c dels meus. Sobretot no em sent que s¨®c dels meus quan els meus volen que jo siga com ells voldrien i no com ells saben que s¨®c¡±, confes¨® con pausada y n¨ªtida voz Raimon, alma de la Nova Can?¨®, cuando el pasado junio recibi¨® el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, otorgado en el Palau de la M¨²sica por ?mnium Cultural. Empez¨® as¨ª un meditado discurso que ley¨® con la cordial sobriedad que acostumbra, la mirada alternando la platea y el atril, justo antes de remachar: ¡°Aquesta pugna entre el meu jo i el seu col.lectiu em fa pensar, de vegades, que jo no s¨®c dels meus¡±. Entre los presentes, a los que contemplaba cuando alzaba los ojos del texto, una lustrosa representaci¨®n del establecimiento catal¨¢n. Y entre los incontables ausentes, que al poco recibir¨ªan su mensaje pantallas mediante, una sociedad que se ha habituado a embuchar la propaganda nacionalista que se?orea buena parte de los medios de persuasi¨®n a ambas orillas del Ebro.
Lo m¨¢s indecente que podr¨ªa hacerse con tan medidas palabras es hurtar sus matices con tal de satisfacer fines bastardos. Y lo mejor, sea cual fuere el sentido que cada quien les otorgue, es escuchar la invitaci¨®n a la pregunta, al discernimiento y ante todo a la duda que sugieren, en esta ¨¦poca intoxicada por dogmas y manique¨ªsmos travestidos de decisi¨®n soberana. Emblema, desde hace medio siglo, de la lucha por la democracia y la justicia social, la libertad y el pluralismo, el ciudadano Ramon Pelegero viene cultivando un minucioso, elocuente silencio respecto al proc¨¦s, apenas rasgado en muy contadas ocasiones hasta la deliberada y l¨²cida declaraci¨®n del Palau, solo al alcance de un empalabrador responsable. As¨ª que nadie tiene el derecho de atribuirle lo que no dice, ni de alistarlo en falanges ajenas.
Cuando no es baratija, mojiganga o espect¨¢culo embaucador, como hoy en d¨ªa suele, la aut¨¦ntica cultura fomenta el desvelamiento y la discrepancia, la indagaci¨®n y el cuestionamiento: el cultivo exigente, en suma, de una autonom¨ªa de criterio que requiere el valor de pensar y actuar sin patria ni patr¨®n, y el de osar inquirir y saber, como el ilustrado Kant quer¨ªa. De forma t¨¢cita, la exquisita confesi¨®n de Raimon presupone esta convicci¨®n, como corresponde a una figura de tama?a val¨ªa c¨ªvica y art¨ªstica. Y, al tiempo, llama expl¨ªcitamente la atenci¨®n sobre varios equ¨ªvocos que envenenan la convivencia plural, en Catalu?a y en el resto de Espa?a.
El equ¨ªvoco esencial consiste en dar por descontada la tan cacareada identidad, como si esta fuera un dato irrefutable y dado de antemano, y no una construcci¨®n ps¨ªquica y simb¨®lica hecha de imaginarios libre u ovinamente asumidos. Como los grandes artistas y pensadores que a buen seguro conoce, Raimon sabe o sospecha que en realidad no existen las identidades inmutables y homog¨¦neas, y s¨ª las identificaciones m¨®viles, heterog¨¦neas y desiderativas.
Y, al tiempo, llama expl¨ªcitamente la atenci¨®n sobre varios equ¨ªvocos que envenenan la convivencia plural, en Catalu?a y en el resto de Espa?a.
Borges barruntaba que su otro yo ambulaba por Buenos Aires. Pessoa y Machado se desdoblaron en un pu?ado de ap¨®crifos y heter¨®nimos. El laberinto de la identidad conturb¨® a Kafka, Bergman, Hitchcock o Pirandello. Y Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde reconoc¨ªa: ¡°Yo solo me conozco de o¨ªdas¡±. La plana mayor de los humanistas y creadores han desvelado, en fin, cu¨¢n diversa, poli¨¦drica y ambigua es la personalidad de los sujetos. Convicci¨®n que soci¨®logos, antrop¨®logos e historiadores, con mayor raz¨®n todav¨ªa, han hecho extensiva a la apabullante complejidad de los colectivos.
Y, ello no obstante, la propaganda nacionalista ¡ªsea espa?olista o catalanista: tanto monta¡ª que hoy nubla las mentes insiste en despachar tan crucial cuesti¨®n con sonrojante aunque interesado simplismo, consciente de su eficacia a la hora de cautivar sentires y querencias. Se adscriban a un bando u otro, quienes la promueven y quienes la engullen reemplazan la cr¨ªtica por la emoci¨®n, act¨²an en compulsivo reba?o y suprimen cualquier asomo de autocr¨ªtica y de duda con tal de sentirse parte de un nosotros un¨¢nime, indudable y un¨ªsono, enaltecido adversario ¡ªcuando no enemigo¡ª de un ellos cuya denigraci¨®n nutre el narcisismo propio. Y la enrarecida atm¨®sfera resultante apenas deja lugar para los muchos ciudadanos que profesan identificaciones m¨²ltiples, a falta de una presunta identidad que no poseen ni anhelan tampoco.
F¨²ndese en la idealizaci¨®n rom¨¢ntica de la tierra, la lengua y la sangre, en la del impoluto pasado o en la del radiante futuro, todo nacionalismo es en ¨²ltima instancia ¨¦tnico, ya que debe sacralizar un demos imaginario para erigir sobre ¨¦l ¡ªa modo de premisa mayor de un silogismo oculto¡ª el edificio de una exclusiva soberan¨ªa. Y entretanto, claro es, los poderes invisibles orquestan su apoteosis: si la duda y la raz¨®n no lo remedian, los embaucadores nacionalismos apartar¨¢n la atenci¨®n y la acci¨®n p¨²blicas de la bancarrota social, pol¨ªtica y moral que padecemos. Es as¨ª, propulsados por triseculares efem¨¦rides y fantasmales expolios fiscales, como consuman el aut¨¦ntico expolio en curso.
Albert Chill¨®n es profesor de la UAB y escritor.
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