Equivoqu¨¦monos lo menos posible
Debemos corregir y dejar que nos corrijan cuando nos estamos equivocando porque en pol¨ªtica los errores resultan muy caros
En un pa¨ªs como Espa?a, donde las libertades individuales y colectivas est¨¢n tan ampliamente garantizadas (libertades incluso nunca menoscabadas, a pesar de algunos peligrosos intentos por parte del Gobierno del PP), es absolutamente normal su contradictorio paisaje ideol¨®gico. No menos normal que en otros pa¨ªses de nuestro entorno. Tambi¨¦n deber¨ªa ser normal los diferentes conceptos y proyecciones de futuro de c¨®mo deber¨ªa ser Espa?a como Estado. ?Deber¨ªamos seguir siendo una monarqu¨ªa parlamentaria? ?Y si fuera hora de plantearnos una rep¨²blica?
Con la abdicaci¨®n del rey Juan Carlos, esta discusi¨®n surgi¨®, y seguramente seguir¨¢ prosperando en funci¨®n de c¨®mo perciba la ciudadan¨ªa su vigencia o utilidad. La sociedad del bienestar est¨¢ seriamente amenazada. Las bolsas de pobreza aumentan y la desigualdad social tambi¨¦n. La numantina cerraz¨®n tras la cual se parapetaron las medidas de ajuste y austeridad presupuestaria dictadas por Bruselas est¨¢n cambiando el mapa pol¨ªtico de cara a nuestros m¨¢s inmediatos futuros electorales. Desde la ¨¦poca de la Transici¨®n, nunca se hab¨ªa visto el bipartidismo tan cuestionado por las urnas. Y a ello colaboran, los flagrantes casos de corrupci¨®n casi institucionalizados.
En este contexto de cambio, de exigencia ciudadana por ampliar los m¨¢rgenes de pr¨¢ctica democr¨¢tica y de transparencia en la gesti¨®n de la cosa p¨²blica, la estructura actual del Estado tambi¨¦n est¨¢ en entredicho. Para algunos el Estado de las autonom¨ªas est¨¢ agotado. Para otros est¨¢ bien como est¨¢. Y tambi¨¦n hay quienes piden que el Estado recupere competencias que nunca debi¨® ceder. Podr¨ªamos hablar entonces, dadas las actuales circunstancias en esta delicada materia, de la existencia de una tensi¨®n democr¨¢tica, una previsible tirantez (previsible si no se considera que nuestra carta magna es un f¨®sil legal) que obliga a sentarse a dialogar y llegar a grandes y duraderos acuerdos de Estado.
A esta situaci¨®n hemos llegado en Catalu?a, donde las partes en litigio (la Generalitat y el Gobierno central) no aciertan a encontrar la estrategia adecuada para solventar el desencuentro. Y como no la encuentran, aquella normal tensi¨®n democr¨¢tica se ve d¨ªa a d¨ªa envenenada m¨¢s y m¨¢s hasta sumir a gran parte de su poblaci¨®n en una suerte de incertidumbre (o guerra tonta) sin saber exactamente c¨®mo reaccionar.
Las partes en litigio (la Generalitat y el Gobierno central) no aciertan a encontrar la estrategia adecuada para solventar el desencuentro
Ahora, en este trance hist¨®rico del cual solo se puede salir mejor de lo que se entr¨® (teniendo en cuenta que el Gobierno espa?ol, y antes dirigentes del Partido Popular, hicieron muy poco para impedir que las cosas llegaran a este extremo), las percepciones sobre lo que est¨¢ ocurriendo en Catalu?a tambi¨¦n son distintas, cuando no abiertamente antag¨®nicas.
A partir de aqu¨ª, am¨¦n de lo que puedan (y pueden mucho si se lo proponen) los responsables pol¨ªticos del arco parlamentario y los m¨¢ximos representantes del Gobierno central y de la Generalitat, los dem¨¢s estamentos de la sociedad (tanto la espa?ola como la catalana) tendr¨ªan que poner el m¨¢ximo de responsabilidad y buena voluntad a la hora de hacer sus diagn¨®sticos sobre lo que est¨¢ sucediendo en Catalu?a.
Voy a poner algunos ejemplos. Hace unos a?os se puso de moda afirmar que en Catalu?a el castellano estaba a punto de desaparecer. Se dijo dentro y fuera de Catalu?a. Que la acci¨®n arrolladora de la inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica (avalada por altos organismos europeos) dejaba indefenso al castellano. Ya no voy a hablar de cuando tambi¨¦n se puso de moda decir que el Gobierno nacionalista de Convergencia i Uni¨® (y tambi¨¦n cuando gobern¨® un tripartito de izquierdas) cada vez se parec¨ªa m¨¢s a un r¨¦gimen tan atrozmente totalitario como el nazi. Hubo quien incluso nos recomend¨® leer La lengua del Tercer Reich, de Victor Kemplere, para que nos hici¨¦ramos una idea lo m¨¢s aproximada posible del siniestro pa¨ªs en el que vivimos. Tampoco faltan los que alegan una especie de ostracismo en los medios p¨²blicos catalanes, de los que son habituales contertulios. Sinceramente, no creo que esta sea la mejor manera de oponerse al injusto Espa?a nos roba o entelequias dif¨ªcilmente comprobables como ¡°separada de Espa?a viviremos mejor¡±.
No es f¨¢cil descifrar una realidad social, ling¨¹¨ªstica o pol¨ªtica a la primera. La demagogia, el oportunismo, ahora el populismo, nublan la lucidez. Incluso a veces, la buena fe que se tendr¨ªa que aquilatar en un asunto tan trascendental como este para la buena convivencia entre todos. Los intelectuales deber¨ªamos poner nuestro grano de arena. Estamos obligados a percibir lo que nos rodea y a emitir juicios sobre lo percibido con la mayor ecuanimidad posible. Y con la mayor honestidad.
No niego a nadie esa cualidad, aunque por momentos da que pensar tanta imprecisi¨®n y desinformaci¨®n: lo formulo as¨ª, dado lo ofensivo y hasta injusto que podr¨ªa sonar llamarle a todo ello mentiras. Ser¨ªa m¨¢s c¨®modo, a lo mejor, aplicar la c¨ªnica m¨¢xima napole¨®nica seg¨²n la cual cuando tu adversario se est¨¦ equivocando no lo interrumpas. Debemos interrumpir y dejar que nos interrumpan cuando nos estemos equivocando. En pol¨ªtica las equivocaciones resultan muy caras. Adem¨¢s de irreparables. Afectan a las personas y a su presente.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario
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