Encuestas
Resultar¨ªa una frivolidad incalificable que los dirigentes pol¨ªticos ignoraran los sondeos de intenci¨®n de voto
Uno puede darle mucha o poca importancia a las encuestas, pero resultar¨ªa una frivolidad incalificable que los dirigentes pol¨ªticos las ignoraran. En primer lugar, porque, acostumbrados como est¨¢n, a que nadie les diga la verdad, pueden creer que la realidad que ellos perciben es la ¨²nica existente. Pero tambi¨¦n, porque siempre es bueno saber el coste en el que se incurre cuando se toman decisiones responsables, en contra de la opini¨®n mayoritaria, que no tiene que ser siempre la m¨¢s acertada. Al fin y al cabo, como recordaba Anatole France, una necedad, repetida por 36 millones de bocas, no deja de ser una necedad.
De hecho, la fortaleza de un verdadero l¨ªder se mide por tomar decisiones que, en el corto plazo, pueden ir en contra de lo que piensa la mayor¨ªa, pero que, con argumentos solventes o suficiente capacidad de persuasi¨®n, es capaz de ¡°darle la vuelta a las encuestas¡±, como suele decirse.
En todo caso, si los partidos pol¨ªticos, y en particular, el PSOE, hubieran escuchado el mensaje que les llegaba a trav¨¦s de las encuestas del CIS en estos ¨²ltimos seis a?os, que se?alaban al desprestigio institucional generalizado, a la corrupci¨®n, y a la creciente p¨¦rdida de credibilidad de aqu¨¦llos como instrumento ¨²til para la soluci¨®n de sus problemas, el fen¨®meno de Podemos nunca hubiera emergido con la fuerza con que lo ha hecho. No es solo que cada vez que aparece un caso de corrupci¨®n, ¨¦ste sube en intenci¨®n de voto, sin necesidad de mover un dedo; es que Podemos es, en s¨ª mismo, el resultado natural de la pertinaz ceguera del PSOE, neg¨¢ndose durante lustros a liderar una regeneraci¨®n democr¨¢tica que los ciudadanos, a trav¨¦s de las encuestas, ped¨ªan a gritos. No, la ¡°casta pol¨ªtica¡± no fue un invento de Iglesias. ?ste se limit¨® a ponerle nombre a la creciente irritaci¨®n ciudadana provocada por la p¨¦rdida de la calidad de nuestra democracia.
Pero las encuestas no solo son ¨²tiles para los partidos; tambi¨¦n lo son para los individuos. Si Gallard¨®n, por ejemplo, hubiera seguido las encuestas del CIS, se hubiera dado cuenta de que la ley del aborto preocupaba, exactamente, al 0,01% de los espa?oles; es decir, a nadie, y que, en consecuencia, estaba dimitido ya in pectore. Lo mismo que ocurre con A. Mato, el consejero Rodriguez o la alcaldesa de Alicante; es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo. Rajoy podr¨ªa evitarlo, s¨ª, pero recuerden: para gobernar en contra de las encuestas, hay que ser un verdadero l¨ªder.
Dicho lo cual, las dudas sobre ¨¦stas, me sobrevienen al dirigir el foco hacia los propios encuestados. Gracias al bar¨®metro del CIS sobre ¡°Percepci¨®n social de la ciencia y la tecnolog¨ªa¡±, sabemos que, para un 34% de espa?oles, el sol gira alrededor de la Tierra (como antes de Galileo); un 60%, cree que los antibi¨®ticos curan enfermedades causadas, tanto por virus, como por bacterias; m¨¢s de un 17%, no est¨¢ de acuerdo en que los electrones sean m¨¢s peque?os que los ¨¢tomos; y para un 26%, los primeros humanos fueron coet¨¢neos de los dinosaurios. Hasta las respuestas que parecen acertadas, como la de que el ox¨ªgeno que respiramos proviene de las plantas (un 74%), no lo son, porque el ox¨ªgeno proviene, en su inmensa mayor¨ªa, del placton oce¨¢nico (aunque esto, usted, tampoco lo sab¨ªa).
Y claro, la inquietante pregunta que me asalta ahora es: ?puede uno confiar en las encuestas, y no fiarse un pelo de los encuestados?
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