Duros pero menos
Extremoduro llegaban al sanctasanct¨®rum del Palau Sant Jordi con las 16.000 entradas vendidas con una semana de antelaci¨®n
Tras tres conciertos en Catalu?a con las entradas agotadas los Extremoduro llegaban al sanctasanct¨®rum del Palau Sant Jordi y, l¨®gicamente, agotaron tambi¨¦n el papel con m¨¢s de una semana de antelaci¨®n. 16.000 personas (y hubieran cabido m¨¢s pero las normas de seguridad lo impiden) se dieron cita en el pabell¨®n ol¨ªmpico para dejarse seducir una vez m¨¢s por la banda de Robe Iniesta.
Que iba a ser un fen¨®meno de multitudes ya quedaba claro con solo acercarse con media hora de adelanto hasta el Sant Jordi. La marea humana lo ocupaba absolutamente todo y la cola para entrar en el recinto daba vueltas sobre s¨ª misma. Una entrada sumamente lenta que provoc¨® un retraso en el inicio de m¨¢s de media hora ya que a las 21 horas en punto, la anunciada, hab¨ªa m¨¢s gente fuera que dentro.
Extremoduro
Palau Sant Jordi, 1 de noviembre.
Predominaban las camisetas de color negro entre la concurrencia, pero la total ausencia de cuero ya dejaba claro que la familia heavy no se sumaba a la celebraci¨®n, la cosa pod¨ªa ser dura pero de ah¨ª al heavy hay todav¨ªa un trecho. Hasta un par de Pikachus (sin duda en un arrebato de apertura de miras empalmando con el cercano Sal¨®n del Manga) resaltaban con su amarillo chill¨®n entre logotipos de Ramones o de Son of Anarchy. Como en otros conciertos de Extremoduro las canas de los iniciales seguidores se mezclaban con la juventud exultante de los adolescentes que se han subido al carro en los ¨²ltimos a?os atra¨ªdos probablemente por las letras de Iniesta que m¨¢s que canciones son proclamas no antisistema pero s¨ª contra cualquier sistema al uso. Padres e hijos en una misma cruzada socio-musical.
Con media hora de retraso la voz de Fito proclam¨® por los altavoces que no estaban muertos y prepar¨® a la, en ese momento nerviosa audiencia, para la irrupci¨®n de Robe y los suyos en el interior de un enorme contenedor descargado por una gr¨²a desde el techo del escenario. Ritmo contundente y un buen guitarreo de I?aki Ant¨®n dejaron el camino aplanado para que un cada vez m¨¢s esquel¨¦tico Robe Iniesta, descalzo esa noche, conectara inmediatamente con su p¨²blico y, como si de un concierto de fans se tratara, lo pusiera a cantar una canci¨®n tras otra. Y el p¨²blico cant¨® brazo en alto (en el otro el m¨®vil sacando fotograf¨ªas) se movi¨® compulsivo creando en la pista del Sant Jordi ese aire a fideu¨¢ de las grandes ocasiones.
Riffs de guitarra duros pero menos envolv¨ªan la poes¨ªa urbana y directa del l¨ªder consiguiendo que el ritmo desaforado se entremezclara con momentos claramente emotivos.
Fue un concierto largo, alargado a¨²n m¨¢s por un entreacto de m¨¢s de media hora, en que Extremoduro fue repasando algunos de sus temas m¨¢s populares intercalando alguna novedad. Por ejemplo el in¨¦dito Canta la rana para el que Iniesta pidi¨® que se apagaran los m¨®viles por aquello del pirateo y no comenz¨® hasta que desaparecieron los puntos luminosos de la pista, que ser un duro es un cosa y los derechos de autor otra.
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